Entre el hambre, la violencia y el coronavirus
Primera de dos partes
P. Jesús Mendoza Zaragoza
Diócesis de Acapulco.
Extremadamente delicada es la situación actual del país. Estamos ante una emergencia muy compleja que requiere toda la atención para ser manejada con sabiduría y coraje con el objeto de ser remontada a futuro.
El contexto global de la crisis sanitaria ha sido un componente más que pone en riesgo al país, a sus instituciones y, sobre todo, a la población más desprotegida. La caída de la economía global, como siempre, tendrá sus grandes perdedores y también quienes salgan ganando. Los efectos políticos de esta crisis están por verse y puede ser que no sean menores. Pero lo que más preocupa es la situación de indefensión social en la que quedará gran parte de la población.
El primer componente de esta gran crisis es ya crónico y tiene que ver con la desigualdad económica, que se irá acrecentando paulatinamente, desde la contingencia sanitaria. Durante ésta, un segmento muy significativo de la población se siente arrinconado entre el hambre y el virus: o muere contagiado por el coronavirus o muere de hambre. Así de sencillo.
La caída de la economía y la caída del empleo se han sumado ahora a las ya delicadas condiciones que atraviesan los millones de mexicanos que viven en situación de pobreza alimentaria, es decir, de pobreza extrema. Es de prever que el hambre no se remediará a corto plazo, ni con la llamada vuelta a la “nueva normalidad”. El hambre seguirá campeando al lado de la incertidumbre y de la desesperanza. Y, muy posiblemente, se convierta en un factor más de violencia.
Lo que actualmente estamos haciendo para mitigar el hambre es insuficiente, y más allá del tiempo de confinamiento, esa hambre no quedará resuelta y lo peor es que se mantendrá invisible. ¿Cuáles medidas económicas se tomarán para afrontar el hambre que hay ahora y que seguirá estando por todas partes?
El segundo componente de la crisis que atraviesa el país sigue siendo la violencia, que lejos de disminuir durante la cuarentena se ha mantenido y se ha agravado en algunos casos. Los grupos delincuenciales han mantenido su presencia pública y parece que se han fortalecido. En algunos lugares se han lucido durante este tiempo repartiendo despensas para fortalecer su base social y no han disminuido sus dinámicas violentas para conservar o acrecentar el control de sus territorios.
En nuestra región no han disminuido sus prácticas de extorsiones y de amenazas a la población. Por otra parte, el confinamiento en casa ha dado lugar a que se manifieste con más intensidad la violencia contra las mujeres. Esta violencia tan añeja pero tan dolorosa que suele ser invisible porque “la ropa sucia se lava en casa” y porque no la hemos afrontado a cabalidad.
Y el tercer componente de la actual crisis es, desde luego, la pandemia del coronavirus, que ha puesto a prueba todo y nos ha mostrado cuán vulnerables somos. Todo ha quedado rebasado, cuando no colapsado. Y ya nos han adelantado que ese virus llegó para quedarse y que el tiempo de la vacuna aún está lejos. Así que, una vez que pase la emergencia, aprenderemos a vivir con él, lo que obliga a necesarios cambios del estilo de vida. ¿Cómo haremos para seguir lidiando con él? ¿Y cómo harán quienes no tienen una casa o la tienen en situación de precariedad?