El COVID votará en Estados Unidos

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Trump no se presenta como un candidato que debe agradar, se presenta como un candidato que sabe ser efectivo.

Por: Tzinti Ramírez Reyes

Donald Trump, Presidente de Estados Unidos, inició el 2020 como favorito para ganar la elección que se espera tenga lugar el 3 de noviembre. También arrancó el año desestimando la importancia de los primeros reportes del surgimiento de un nuevo virus en la lejana ciudad de Wuhan, en China.

Casi cinco meses después de la explosión de la transmisión comunitaria del coronavirus Sars-CoV-2 en territorio de EU, el panorama electoral parece complicarse – aunque no lo suficiente- para hacer que el mandatario vislumbre una derrota frente a su principal contendiente, Joseph R. Biden.

La situación doméstica por la crisis en la gestión de la epidemia ha adquirido tintes distintos a los del 21 de enero, cuando EU anunció la confirmación del primer caso de Covid-19 en un hombre de 35 años que había viajado a Wuhan. De la primera muerte reportada por Sars-CoV-2 ocurrida el 29 de febrero en el estado de Washington, a los casi 4 millones de casos confirmados y más de 143 mil muertes en el país de las barras y las estrellas, pasando por la explosión de la serie de protestas callejeras por el asesinato del afroestadunidense George Floyd en Minnesota acaecido el pasado 25 de mayo a manos de la policía, el ambiente político-electoral en EU ha subido de temperatura.

Aún con una epidemia de las dimensiones antes descritas y con índices de aprobación por debajo de 40% después de dichas protestas, parece improbable que los demócratas le arrebaten la reelección a Trump.

Si bien por momentos el panorama parece dificultarse para Trump con un Joe Biden que le adelanta en 15 puntos en las encuestas de votantes registrados, debemos recordar que Trump no ha tenido un mal año. Por ejemplo, se anotó un triunfo importante cuando el 5 de febrero los republicanos aniquilaron en el Senado el juicio político o impeachement con el que los demócratas buscaron maniobrar desde el año 2019 sin éxito, para destituirlo. Este intento convierte a Donald Trump en el tercer presidente, después de Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998, en ser sometido a juicio político y el primero en serlo en un año de potencial reelección.

Por espectacular que haya parecido el breve “enjuiciamiento” de Trump, el estilo de bravuconearía política que ha mostrado el multimillonario en el que ofrece una realidad sobre-simplificada y maniquea al público estadunidense basada en denostar a sus oponentes, le ha mantenido en índices de aprobación de 89% entre votantes republicanos, según la encuestadora Gallup. Sus bases están prácticamente intactas.

Tenemos, entonces, por un lado a esa base electoral que considera de sobra que Trump ha cumplido sus estruendosas propuestas de campaña, que busca un presidente que no sea políticamente correcto y a quiénes además agradan los embates comerciales y arancelarios contra China, los recortes de impuestos para los empresarios, los alardes en materia migratoria, los embates contra la agencias, fondos y programas ONU, y por el otro un récord histórico de presidentes en funciones que tienden a ganar la reelección.

No obstante, para entender el contexto electoral actual en Estados Unidos no basta con voltear a ver datos de almanaque, estamos ciertamente en un año electoral, crisis en los precios del petróleo y crisis económica y de salud por el COVID-19, combinación sin precedentes remotamente cercanos. Veamos por ejemplo que durante los primeros 36 meses de la actual administración se adjudica a Trump la creación de 6.6 millones de empleos, un número apabullante si lo comparamos con los primeros 36 meses de la administración Obama en la que se perdieron más de 800 mil empleos por la crisis financiera de la Gran Recesión. Sin embargo, Trump heredó precisamente de la segunda administración Obama un mercado laboral con una tasa de desempleo de apenas 4.7%. Hoy la realidad es que ese 4.7% se ha convertido en un 14.7% de la fuerza laboral estadunidense en condición de desempleo.

Esto quiere decir que en los hechos, después de un buen arranque, se han perdido 30 millones de empleos por la crisis del nuevo coronavirus. Para ponerlo en perspectiva, durante la Gran Recesión de 2007–2009 se perdieron 8.7 millones de empleos en tres años, este año, sin embargo, EU vio la pérdida de 20.6 millones de empleos durante los primeros tres meses de la epidemia y a la fecha actual se acumulan ya otros 10 millones perdidos. Y, precisamente aquí puede encontrarse la clave de una eventual y muy “espectacular” oportunidad de recuperación de la economía estadunidense – que Trump buscará adjudicarse- cuando se recuperen 18 de los 30 millones de empleos que se considera se perdieron sólo de manera “temporal” debido a las medidas de confinamiento orientadas a alentar la propagación del virus.

Trump sabe que la carrera de agosto a octubre pende en buena parte de esta expectativa de “milagrosa” recuperación, por lo que se ha mostrado muy vocal incluso incendiario al incitar a los estados y a la población a exigir su “liberación” del confinamiento para dar pasado a la muy necesaria reapertura económica, fuera de tiempo posiblemente desde el punto de vista de la salud pública, pero determinante cuando más se requiere oxigenar la administración Trump según los tiempos electorales.

Al fin, desde que llegó a la Casa Blanca, este magnate de los negocios originario de Nueva York, se ha presentado como la razón por la que los mercados bursátiles se han encontrado estables y al “alza” desde el 9 de noviembre de 2017 cuando ganó las elecciones, un relato de una verdad a medias que ha construido en torno a su persona y repetido incesantemente y con mayor vehemencia desde un mitin en Manchester, New Hampshire el 15 de agosto del año pasado. Trump entonces ya repetía sin tapujos “me quieran o me odien, más vale votar por mí”. Justo hacia allá apunta la estrategia. Trump no se presenta como un candidato que debe agradar, se presenta como un candidato que sabe ser efectivo.

La posibilidad de una recuperación económica acelerada por el desconfinamiento y que pueda beneficiar a Trump, es una porción importante pero no es la única en la fotografía de este atípico año electoral. El otro factor clave que no debemos olvidar y que irrumpió en escena en mayo pasado es el resurgimiento del movimiento Black Lives Matter y los llamados grupos ANTIFA (Anti-Fascistas) que han interpelado de frente y en las calles al discurso racista de Trump y la narrativa de vastos grupos de votantes pro-Trump que pintan a Estados Unidos como una nación originalmente pura y hoy en desintegración por la presencia de las minorías hispanas y negras. Debido a una serie de coyunturas, la reacción contra los discursos xenófobos de extrema derecha que permean la política estadunidense ha sido ejemplar durante este 2020.

En las calles, los hechos reiterados durante décadas de brutalidad policiaca en contra de la población negra o hispanohablante en Estados Unidos y la afectación desproporcional de estos grupos por la enfermedad Covid-19, han avivado el sentimiento anti-Trump. ¿El problema? El problema es que Joe Biden Jr., originario de Pensilvania, veterano hombre de la política estadunidense quien fue senador, presidente del Comité de Relaciones Exteriores durante la administración de Bush Jr., y vicepresidente de los Estados Unidos de 2009 a 2017, es un nombre usual del establishment político de Washington, D.C. Este veterano de la política norteamericana no representanta ninguna de esas causas sociales, ni ha sido un crítico acérrimo y creíble de estas realidades desiguales y por tanto, como el candidato de la opción demócrata, no constituye un factor aglutinante para el voto popular anti-Trump.

A la sazón de estos factores, y aunque el panorama Covid-19 ha ciertamente complicado el camino lineal que el inquilino de la Casa Blanca se había trazado hacia la reelección, el multimillonario Trump se encuentra lejos de verse descarrilado. Trump, enfrenta un candidato demócrata en la persona de Joe Biden que ofrece la misma retórica tradicional que no busca ni por equivocación rehacer el guion de las relaciones y las condiciones sociales en Estados Unidos. Al mismo tiempo y según parece, la animadversión latina y afroamericana en las calles en su contra, exacerbadas por el desempleo y la vulneración de la vida que ha representado el Covid-19 para estos grupos, no encuentran un eco viable en Biden.

Ante este panorama, Trump parece continuar de frente con su expectativa de extender su tiempo en Washington, D.C. Queda ver todavía si el 2020 depara nuevas sorpresas para la segunda mitad del año y si estas logran efectivamente desestabilizar el ritmo de Trump. Veremos.

Tzinti Ramírez Reyes

Internacionalista. Directora del Departamento de Relaciones Internacionales, Economía y Ciencia Política región occidente del Tecnológico de Monterrey en Guadalajara.
Twitter: @tzinr

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