Homilía del 33er domingo ordinario 2011

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“Siervo malo y perezoso”

Textos: Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31; 1 Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30.

“Siervo malo y perezoso” (Mt 25, 26). Así llamó el señor de la parábola al servidor que escondió el talento y no lo puso a trabajar, a diferencia de los otros dos que duplicaron los talentos que su señor les encargó. Ellos fueron llamados por eso siervos buenos y fieles. ¿No serán para nosotros esas palabras dirigidas al tercer trabajador? Hemos recibido como encargo ir por todo el mundo a anunciar el Evangelio, ¿y qué estamos haciendo con Él? ¿Lo estamos multiplicando?

“Siervo malo y perezoso”

Textos: Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31; 1 Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30.

“Siervo malo y perezoso” (Mt 25, 26). Así llamó el señor de la parábola al servidor que escondió el talento y no lo puso a trabajar, a diferencia de los otros dos que duplicaron los talentos que su señor les encargó. Ellos fueron llamados por eso siervos buenos y fieles. ¿No serán para nosotros esas palabras dirigidas al tercer trabajador? Hemos recibido como encargo ir por todo el mundo a anunciar el Evangelio, ¿y qué estamos haciendo con Él? ¿Lo estamos multiplicando?

Aquí lo importante no son los talentos sino lo que estemos haciendo con ellos. En este domingo se nos da la oportunidad de analizar nuestra vida a la luz de los textos de la Palabra de Dios que se han proclamado. Dios, que es el señor de la parábola, nos ha confiado varios talentos sin pedírselos. Son pues un don del Señor y somos responsables de ellos. Pero espera que los trabajemos, los multipliquemos y le entreguemos buenas cuentas. Eso es lo fundamental.

El plan de Dios es que seamos como los dos primeros trabajadores de la parábola. Cada uno de ellos inmediatamente se puso a trabajar con los talentos recibidos y los multiplicó. Consiguieron el doble de lo que habían recibido. Y eso le entregaron a su señor cuando les pidió cuentas. Por eso les dijo: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte de la alegría de tu señor” (vv. 21. 23).

Ciertamente Dios nos ha dado cualidades, capacidades, habilidades, a cada quien; podemos decir, son talentos personales. Pero no son para nosotros, para aprovecharnos de ellos y abusar de los demás ni para sacar ventajas o hacer negocio, sino que los hemos recibido para el bien de los demás, para construir la comunión, para garantizar la armonía, para vivir en paz. ¿Cómo estamos trabajando esos talentos? ¿No será que los tenemos guardados o escondidos?

El Creador también nos ha encomendado la creación. La puso en nuestras manos para que la administráramos, para que la hiciéramos crecer, para que hiciéramos un mundo bonito y habitable para todos y todas, para que nos realizáramos como seres humanos. ¿Qué estamos haciendo de ella? No hay que darle vueltas. La hemos estado maltratando, destruyendo, modificando. No tenemos buenas cuentas qué darle a Dios. Está peor que si la hubiéramos escondido.

Y el encargo principal que hemos recibido es el del Evangelio. Jesús nos dijo que fuéramos por todo el mundo a anunciarlo. ¿Cómo andamos? Creo que la mayoría de los bautizados lo tiene enterrado. No quiere el compromiso, no sabe o no se ha convencido de que esta es la tarea principal para la que recibimos el Bautismo y la Confirmación. Esta es una responsabilidad que tenemos como Iglesia, no solo personalmente. Creo que tampoco así la estamos cumpliendo.

El servidor que escondió el talento culpó a su señor de lo que hizo. No asumió su irresponsabilidad. Quizá así nos esté pasando a nosotros y por eso las palabras de “siervo malo y perezoso” nos caen como anillo al dedo. ¿Cuántos pretextos se ponen para no ver por el bien de los demás, para no cuidar la creación, para no anunciar el Evangelio? Muchos. Sobran. Se les echa la culpa de modo especial a los demás porque no lo hacen, o a la Iglesia porque es exigente.

No pongamos pretextos para no trabajar los talentos que Dios nos ha encomendado. No echemos la culpa a los demás de lo que estamos dejando de hacer para construir el Reino de Dios. No vivamos dormidos, como los malos. Antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente (1Tes 5, 6), como dice Pablo. Seamos como la mujer hacendosa, descrita en la primera lectura. Actuemos como los dos servidores buenos que fueron fieles en cosas pequeñas.

13 de noviembre de 2011

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