Tiempo para recordar y renovar nuestros sueños

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Los sueños encierran siempre ilusiones y esperanzas. Son los resortes de nuestra vida que nos impulsan a luchar para alcanzar nuestros ideales. El sueño de nuestra Diócesis es ser una Iglesia en camino, semilla y servidora del Reino.

El empeño de hacer realidad este sueño nos ha unido para cumplir nuestra misión y nos ha dado identidad como iglesia particular. La letra del canto: Iglesia sencilla es un himno que refleja, con belleza literaria, la profundidad y trascendencia de nuestro sueño como Iglesia diocesana. Por eso, en el aniversario número 38 de nuestra vida diocesana, hemos querido hacer una reflexión que nos lleve a recordar y renovar nuestro compromiso de hacer cada vez más visible y creíble, es ser una Iglesia bonita, corazón del pueblo.

«Como nace la flor más bella, muy lentamente en la oscuridad, hoy renace de nuevo la Iglesia, toda engalanada
de fraternidad».

La fraternidad engalana la comunidad de los discípulos y seguidores de Jesús. Este es el proyecto que en la memoria del pueblo de Dios está grabado. En la oscuridad de la noche, muy lentamente el pueblo de Israel sale de la esclavitud en Egipto y se pone en camino para integrar un pueblo de hermanos. Este paso, Israel lo llamó la Pascua. Lentamente y en la oscuridad de la noche, Israel comprendió en su caminar por el desierto, que el camino de la hermandad exige vivir sin ninguna clase de privilegios. Esta es la alianza que Dios hace con su pueblo.

En la oscuridad de un pequeño pueblo y lentamente, se encarna el Hijo de Dios en el vientre de una hermosa mujer llamada María, que vive en un pueblo pequeño y oscuro. El Hijo de Dios nace en la noche y en las orillas de Belén porque fue rechazado. No obstante, ahí se manifiesta la ternura de Dios a la humanidad.

Jesús crece en el pueblo insignificante de Nazaret y se gana el pan de cada día trabajando en la carpintería. En el silencio va creciendo lentamente en sabiduría y gracia. En ese pequeño pueblo proclama el proyecto del Reino de Dios que exige conversión, pero que es Buena Nueva para los pobres y luz para los ciegos. Y en la oscuridad de las mazmorras de todos los presos, es una esperanza y un año de gracias que reconstruye lentamente la fraternidad.

Jesús camina por Galilea, tierra de paganos; región donde manifiesta los signos del Reino al contacto con los marginados de su tiempo: ciegos, sordos, cojos, pecadores, leprosos, y de esta manera, nos muestra que hermanos son sus discípulos y discípulas que cumplen la voluntad de su Padre con los pobres y excluidos.

La fraternidad de los seguidores de Jesús se desprende evidentemente de la paternidad de Dios padre y madre, comunicado en el Espíritu Santo. Por eso, Jesús proclama: «uno solo es su maestro y todos ustedes son hermanos». El anuncio de esta buena noticia, conduce a Jesús, al escándalo de la cruz y muere en medio de las tinieblas gritando a su Padre: Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado? Jesús lentamente resucita en la oscuridad, y resucitado nos ofrece la paz y la hermandad.

En medio de la oscuridad, nace lentamente la Iglesia, pequeña comunidad de hermanos en Galilea y en Jerusalén, semilla del Reino engalanada de fraternidad, porque tenían un sólo corazón y una sola alma donde se escuchaba el testimonio de los discípulos y seguidores de Jesús; pequeña Iglesia que vive la fraternidad, como culmen, en la fracción del pan, en la Eucaristía. Y finalmente porque viven la opción por los pobres, poniendo todo lo que tienen en común, atentos de que nadie pase necesidad. Esta es la norma de vida para las comunidades de los bautizados de todos los tiempos.

De ahí que el canto de Iglesia sencilla, nos recuerda que toda comunidad cristiana debe engalanarse de fraternidad siguiendo paso a paso, como discípulos a vivir la fraternidad como signo vivo de la Pascua de Cristo resucitado, construyendo, desde la pequeñez, la sencillez y en medio de las dificultades y oscuridades de las cosas de esta tierra, un cielo nuevo y una tierra nueva.

«El dolor de los oprimidos le está doliendo en el corazón, y recobra su fuerza de siglos, para conquistar nuestra liberación».

P. J. Lorenzo Guzmán

Nuestra Diócesis es una Iglesia bonita, como lo cantamos en nuestras reuniones y celebraciones. La razón está en que hemos ido logrando hacer realidad el sueño de construir el Reino de Dios, tal como nos enseñan Jesús y las primeras comunidades cristianas.

En esta búsqueda, el Concilio Vaticano II y las Conferencias del Episcopado latinoamericano nos aclaran la mirada, nos abren la mente, nos hacen palpitar el corazón y nos alientan la esperanza de llegar a ser una semilla del Reino.

El Reino es pequeño y poco a poco va creciendo. Así lo expresó Jesús a través de sus parábolas. El Reino de Dios se va construyendo todos los días, en medio del sufrimiento de nuestro pueblo. El Reino lo van acogiendo y haciendo suyo los pobres. Jesús le dio gracias al Padre porque eso sucedía en su ministerio.

El dolor de los oprimidos le está doliendo a nuestra Diócesis en el corazón, de la misma manera en que a Jesús se le removían las entrañas cuando veía las multitudes como ovejas sin pastor. Ese es punto de partida para anunciar y hacer presente el Reino de Dios. Ante esa situación, Jesús les anunciaba el Reino con su predicación y lo hacía presente al curar a los enfermos y ayudar a que se compartieran los panes y los pescados para que nadie siguiera con hambre.

Los primeros cristianos hacían lo mismo: ponían en común sus bienes para que ninguno pasara necesidad. Por eso el Concilio Vaticano II nos recuerda que la situación de los pobres está en el corazón de la Iglesia: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (G.S. n.1).

Nuestra Diócesis al volver su mirada, su mente y su corazón a Cristo, a la vida de las primeras comunidades cristianas, al Magisterio de la Iglesia que gira sobre el Vaticano II, recobra su fuerza de siglos. La recobra para conquistar la liberación de los pobres de hoy, consecuencia y fruto del servicio liberador de Jesús que culminó en la cruz.

De esta manera, con el anuncio del Evangelio, con las acciones sencillas de solidaridad entre pobres como respuesta a la Buena Nueva, se va logrando devolver la esperanza a los vulnerables y excluidos y, así, hacer presente el Reino en nuestra región del Sur de Jalisco. Esa es nuestra misión. Dios hace lo demás.



“En tus pasos va la esperanza de las barriadas de la ciudad
Y en el campo muy de mañana, tu voz es signo de despertar”.

P. Luis Antonio Villalvazo

Nuestra Diócesis nace en 1972 en tiempos de una renovación eclesial. Los sueños del Concilio Vaticano II (1962-1965) que encerraban el compromiso de responder con fidelidad a los desafíos de la nueva situación social y religiosa a nivel mundial; y las pautas pastorales propuestas por la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín (1968) para una evangelización a partir de la realidad de pobreza e injusticia que vivía nuestro continente, son los vientos que han impulsado y orientado el caminar de nuestra iglesia particular.

Impulsar y consolidar experiencias de ser Iglesia misionera en la base, con sentido comunitario y solidario con los más pobres, que se concretiza en las Comunidades Eclesiales de Base ha sido el sueño más grande, el hilo conductor y dinamizador de nuestra acción pastoral y la nota característica de nuestra vida diocesana.

Las reflexiones plasmadas en múltiples documentos diocesanos, las muchas y variadas experiencias pastorales que han sido fuente de servicios y ministerios, así como el testimonio y la entrega generosa de sacerdotes y seglares en sus comunidades han sido pasos cargados de esperanza en las barriadas de nuestros pueblos, en las periferias de nuestras ciudades y en las comunidades rurales, «ahí donde el pueblo se juega la vida».

Las Comunidades Eclesiales de Base, entendidas no como grupos de reflexión bíblica ni como un movimiento religioso, sino como el primer nivel de iglesia y una iglesia en movimiento que tiene como horizonte y referencia el proyecto del Reino y como modelo las primeras comunidades cristianas han sido nuestra principal apuesta pastoral. Los procesos comunitarios de evangelización en los barrios, colonias y ranchos por sus relaciones profundas de fraternidad, por su reflexión y vivencia de la Palabra de Dios, por su espíritu comunitario y solidario con los más necesitados, por sus servicios que nacen para responder a las necesidades de la comunidad, por su estilo de celebrar los acontecimientos de la vida, por su método pastoral… son semillas del Reino y signos de un nuevo despertar porque han generado una nueva conciencia frente a la realidad y una nueva forma de vivir la fe expresado en su participación activa en la vida y misión de la Iglesia a través de un servicio a su comunidad.

“Eres eco de los profetas, eres reflejo del Salvador, eres árbol que a diario florea, porque tu retoño es la herencia de Dios”.

P. Alfredo Monreal

Nuestra Diócesis de Ciudad Guzmán nació hace 38 años, en esta región del Sur de Jalisco integrando parroquias de las Diócesis de Guadalajara y Colima. La antigua parroquia de San José de Zapotlán se transformó en catedral, designándose a Señor San José Patrón principal de esta Iglesia particular y protector de su caminar pastoral.

Desde un principio, como un eco de los profetas, ha buscado ser Iglesia en camino, servidora del Reino, favoreciendo el anuncio de la Palabra, denunciando las injusticias y animando a los bautizados a vivir su misión. En su caminar, nuestra Iglesia joven ha procurado ser un árbol que a diario florea y dar frutos abundantes que alimenten y nutran los esfuerzos a favor de una evangelización inculturada, realizada de manera planificada, con fe y esperanza en estos tiempos tan complejos que nos han tocado vivir.

Nuestra Diócesis, guiada en su historia por tres obispos, ha querido diseñar un proyecto de Iglesia que responda al modelo planteado por el Concilio Vaticano II y por las Conferencias episcopales latinoamericanas. Esta opción ha marcado muchas de las situaciones de la vida pastoral diocesana: el estilo de laicos, agentes de pastoral, que con sencillez se han comprometido a responder a las necesidades de sus comunidades; el estilo de presbíteros, con capacidad de búsqueda en el campo pastoral, de trabajar en equipo con una actitud emprendedora; la creación de espacios de articulación y animación que son manifestaciones de un estilo pastoral que se cristaliza en sus opciones, prioridades y prácticas.

Nuevas generaciones de laicos y de presbíteros aparecen en el caminar, como refuerzos en las tareas y servicios, que reciben en sus manos los sueños de la primera generación, los esfuerzos vividos y los pasos ya dados como un retoño que es herencia de Dios. Con su ayuda, búsqueda, sacrificio y entrega generosa irán brotando nuevos retoños, en esta Iglesia en camino, semilla del Reino que procura ser fiel a la causa de Jesús y a la realidad que vivimos de frente al futuro.

Publicación en Impreso

Número de Edición: 103
Sección de Impreso: Dichos y Hechos
Autor: P. Salvador Urteaga. P. Lorenzo Guzmán. P. Luis Antonio Villalvazo. P. Alfredo Monreal.

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