De migrante a integrante

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Pascual Ruíz Pérez es originario de Oaxaca. Nació en la comunidad indígena de Santa Yaneri hace 24 años. A los seis años llegó a Sayula no por voluntad sino por necesidad. Sus padres, ante la falta de empleo, tuvieron que emigrar en búsqueda de mejores condiciones de vida. En 1998 llegaron a trabajar como jornaleros en las jitomateras instaladas en la región de Sayula. El pasado domingo 15 de abril, Pascual, luego de un proceso de tres años de preparación y acompañamiento, recibió los sacramentos del bautismo, la confirmación y la primera Eucaristía. Y, al día siguiente, se casó por la Iglesia con Silvia Ceballos López con quien procreó, hace tres años, a su hijo Juan Diego.

El domingo 15 de abril, el barrio de la “Divina Providencia” se vistió de fiesta. El motivo no era menor. La comunidad eclesial se reunió para ofrecer a Dios sus esfuerzos y los frutos recogidos en su experiencia pastoral de despertar e iniciar a Pascual en la vida cristiana.

Los toldos instalados frente a la puerta de la pequeña capilla fueron el resguardo de los intensos rayos del sol de medio día, para los cerca de 100 participantes en la celebración. Catequistas, integrantes del Consejo Comunitario, agentes de pastoral, niños y gente adulta de la comunidad y familiares de Pascual y Silvia fueron los invitados de honor. Su presencia avaló el proceso y confirmó su compromiso de seguir acompañando a Pascual a vivir su fe en comunidad.

Los minutos pasaban y el calor arreciaba. Juan Alonso, el cantor, que estaba dentro de la capilla se asomó varias veces a la puerta para manifestar su desesperación. Pero los catequistas y el señor cura José Sánchez, con lista en mano, revisaban si ya estaba el agua, el aguamanil, el jarro, la toalla, el algodón, el limón y el alcohol, los óleos, la vela, la biblia, la túnica blanca… Por fin, a la 1:20 de la tarde, inició la celebración. No fue ni una misa más ni un simple rito. Fue una experiencia de fe que, a través de mensajes y signos, rescató y vivenció el proceso de la Iniciación Cristiana como un camino de conversión emprendido en comunidad.

Los escasos diez metros que recorrió Pascual para llegar al lugar de la celebración, fue un fiel reflejo de su experiencia vivida en su proceso de catecúmeno, es decir, como candidato adulto a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana. Los caminó lentamente, por unas piedras calientes como brazas, acompañado por su esposa e hijo, padrinos, catequistas y una joven, que en representación de la comunidad, encabezó la procesión llevando un cirio que el viento trataba de apagar su luz. Con cantos y aplausos fueron recibidos por la comunidad.

La procesión de entrada representó los últimos pasos de un largo y lento recorrido. El 16 de septiembre de 2010, Pascual inició su proceso catecumenal con una sencilla celebración de acogida. Paso a paso, se le ayudó a encontrarse con su realidad personal, familiar y social, con la vida y misión de Jesús, con la Palabra de Dios escrita en la Biblia y con su comunidad. El camino no fue fácil. “Nacer a la vida de Dios exige dejar la vida vieja; pasar de las tinieblas a luz; integrarse a la vida comunitaria”, afirmó el P. Sánchez en su homilía.

Pascual vivió su preparación como un verdadero catecúmeno: “el que escucha la enseñanza de la fe”. Desde la pequeñez de su estatura manifestó la grandeza de su corazón. En el momento de ser revestido con la túnica blanca, sus ojos se rasgaron; tomó de la mano a su hijo, miró a su esposa Silvia y volteó a ver la comunidad. Fueron gestos humanos cargados de significado.

El camino lo hizo acompañado. El amor de su esposa Silvia, el ejemplo de fe de su suegra Martha López, la amistad de sus cuñadas, el cariño de sus hermanos, el compromiso de sus catequistas y sacerdotes, el trato cercano y responsable de sus padrinos Rafael Hernández y María Guadalupe Ramírez, el acompañamiento de su comunidad fueron los resortes que impulsaron a Pascual. “No fue una catequesis a vapor; nuestro interés no era que recibiera los sacramentos, sino que viviera su fe como un cristiano maduro y se integrara a su comunidad con un servicio”, afirmó Lupita Velasco, que en equipo con Seferino Arias, su esposa María Elena e Inocencia Guerrero fueron los catequistas responsables de esta experiencia.

Frente a la preocupante realidad, donde la mayoría de los bautizados son más por tradición que por convicción, esta acción pastoral, con todas sus limitaciones, se convierte en punto de referencia y en un aliciente para emprender en las parroquias nuevos proyectos evangelizadores orientados a formar auténticos cristianos seguidores de Jesús y continuadores de su misión, en el espíritu y proceso de la iniciación cristiana.

Publicación en Impreso

Edición: 117
Sección: Luz y Fermento
Autor: P. Luis Antonio Villalvazo

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