Homilía para el 18° domingo ordinario 2020

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Experimentar las entrañas removidas
No es fácil vivir el Evangelio. Sí es fácil hablar de él, comentarlo; pero ponerlo en práctica, no. Los textos bíblicos que se han proclamado hoy, sobre todo el evangelio, nos hacen caer en la cuenta de esto. Un referente para descubrir si estamos siendo buenos o malos cristianos es preguntarnos si cuando captamos el sufrimiento de los demás, nos duele el estómago y se nos viene a la mente y al corazón sentirnos responsables de esas personas y ver qué hacer para responder a su situación.

Experimentar las entrañas removidas

Textos: Is 55, 1-3;  Rm 8, 35. 37-39; Mt 14, 13-21

No es fácil vivir el Evangelio. Sí es fácil hablar de él, comentarlo; pero ponerlo en práctica, no. Los textos bíblicos que se han proclamado hoy, sobre todo el evangelio, nos hacen caer en la cuenta de esto. Un referente para descubrir si estamos siendo buenos o malos cristianos es preguntarnos si cuando captamos el sufrimiento de los demás, nos duele el estómago y se nos viene a la mente y al corazón sentirnos responsables de esas personas y ver qué hacer para responder a su situación.

Al ver a la multitud que lo estaba esperando a la otra orilla del lago, a Jesús se le removieron las entrañas y se puso a curar a las personas enfermas, como nos narra san Mateo. Él dice que Jesús se compadeció de la muchedumbre. Eso significa que hizo suya la situación de toda aquella gente, le dolió en el corazón verla sufriendo, padeció con aquellas personas y se puso a atenderlas.

¿Qué sentimos cuando vemos a los y las indígenas, muchos de ellos con sus hijos, que viven y sufren entre nosotros por andar buscando la vida? ¿Qué sentimos al ver a los borrachitos, a los drogadictos, a las madres solteras o abandonadas con sus hijos, a los ancianitos solos, a los señores y señoras que, como consecuencia de la pandemia del Covid-19, no tienen qué darles de comer a sus hijos? Si se nos parte el corazón, si se nos remueven las entrañas, si nos indigna su situación, entonces podemos decir que estamos en el primer paso de parecernos a Jesús, que se compadecía de las multitudes de enfermos, lisiados, cojos, leprosos, prostitutas, campesinos sin tierra. Pero si vemos esas situaciones y no nos duele el corazón ni nos pegan en el estómago, y seguimos indiferentes, entonces estamos lejos de ser cristianos, aunque vengamos a la Misa dominical.

A los discípulos de Jesús como que no les dolía tanto el abandono en que estaban muchos de sus paisanos. Ante el hambre que tenían las más de cinco mil personas que escuchaban a Jesús, como que lo más fácil era desentenderse –porque sí la captaron, pero no les llegó ni al estómago ni al corazón–. Para ellos era más fácil decirles que cada quien fuera a buscar qué comer. ¿No será que así reaccionamos muchas veces nosotros, o sea, que vemos la necesidad y no nos hacemos responsables de atenderla y ver qué hacer para responder a ella? ¿No será que seguimos indiferentes, pasamos de largo, volteamos la vista para otro lado y nos ubicamos en el modo de pensar y obrar guiados por el dicho: “que cada quien se rasque con sus uñas”? Si vivimos así, no somos cristianos.

Jesús vivió el evangelio que predicaba. Al ver a las multitudes de sufrientes, le dolía el corazón, se le removían las entrañas, veía qué hacer y ponía en práctica lo que tenía que hacer. Curó a los enfermos, hizo que los cinco panes y los dos pescados se pusieran en común y ajustaran para todos. Primero puso el ejemplo y luego les dijo a sus discípulos que no se desentendieran ni que los mandara a conseguir comida, sino que ellos dieran de comer a la gente. De hecho, ellos ya sabían de los pescados y los panes, pero no habían pensado en que había que compartirlos y que todo mundo hiciera lo mismo para que se saciara el hambre y nadie se fuera a su casa con el estómago vacío.

Con su testimonio, Jesús nos indica el camino para ser buenos discípulos suyos. Nos pide hoy que no seamos indiferentes al dolor y necesidades de los demás, sino que experimentemos que se nos remueven las entrañas, hagamos propio ese sufrimiento, veamos qué hacer para dar respuesta a esas situaciones y lo hagamos; también nos pide que compartamos y demos de comer. Esto si queremos ser buenos cristianos. El dolor en el corazón, las entrañas removidas, plantearnos que hacer, compartir nuestros cinco panes y nuestros dos pescados, son condiciones necesarias para celebrar la Eucaristía. Jesús tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los distribuyó.

2 de agosto de 2020

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