Un Llamado a Vivir con Esperanza

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“Por estos preciados anhelos que el Espíritu ha ido suscitando en nuestra Iglesia diocesana, por los logros que con la fuerza de Dios se han ido haciendo realidad, a pesar de nuestras múltiples debilidades, en este aniversario elevamos un himno de gratitud al Señor, que se ha mostrado estupendo con nosotros”.

Escrito por Don Rafael León Villegas, Obispo de la Diócesis de Ciudad Guzmán.

Como Iglesia Particular de Ciudad Guzmán hemos cumplido un año más de peregrinar en el sur de Jalisco. Nuestra Comunidad Diocesana ha llegado a sus 38 años de vida propia. Han sido años de grandes dones del Señor. El 25 de marzo de 1972, el Papa Paulo VI, el de la conclusión del Concilio Vaticano II, de la Exhortación Apostólica sobre la Evangelización en el mundo de hoy y de la Encíclica sobre el Desarrollo de los Pueblos, firmaba el Documento de Fundación de dos nuevas Diócesis en México: la de San Juan de los Lagos y la de Ciudad Guzmán, separándolas de la extensa Arquidiócesis de Guadalajara, con la intención de acrecentar la vida cristiana de los pueblos comprendidos en las nuevas circunscripciones. Enorme júbilo suscitó entre los fieles tan grata noticia. Nacía la tan deseada Diócesis de Ciudad Guzmán.

Tres meses después, el 30 de junio del mismo año, la prensa local publicaba la invitación al esperado acontecimiento: «a las 11:00 horas, tendrá lugar la Erección de la Diócesis de San José de Zapotlán y la Toma de Posesión de su Primer Obispo, durante la solemne Misa Concelebrada de acción de gracias a Dios Nuestro Señor».

Se hacía realidad el sueño del Pueblo de Dios Guzmanense. En la homilía, Monseñor Leobardo Viera Contreras, primer Obispo de la nueva Diócesis, evocó el anhelo de lo lugareños de tener su Obispo local, para lo cual edificaron -recordó él- «este magnífico y grandioso templo, que ya desde mi niñez, oí llamarle con el nombre de Catedral».

En tan memorable aniversario y en el contexto de nuestro tiempo, con toda razón, nos vemos invitados a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro.

Los dones del Señor en 38 años

De los sentimientos de los fieles de la nueva Diócesis, que debemos colocar en el contexto de su tiempo, se hizo intérprete el poeta, Canónigo Francisco Ruedas Samora:

¡Salve Guzmán, Princesa del Nevado, que duermes a las plantas del gélido titán y luces tu hermosura, tu espléndido pasado en mágico conjunto de esbelta Catedral!

Al fin ves hoy cumplidos tus seculares sueños de verte convertida en Sede Episcopal y ves llegar al Príncipe de todos tus ensueños que avanza por tus calles en recepción triunfal.

Por Providencia Divina, los sueños de los abuelos y padres pasarían a ser una nueva y fecunda realidad. Fieles y pastores del Sur de Jalisco irían tomando conciencia de ser una porción del Pueblo de Dios, confiada al obispo y a su presbiterio. Serían convocados a reunirse en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía. Constituirían esta Iglesia particular, en la que está presente y actúa la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica. Anhelaban ser semilla visible del Reino de Dios en el mundo, llamada a fructificar en justicia y santidad. Aprovecharían la oportunidad de construir en la región la Iglesia de Cristo, viva y actuante, sencilla, servidora y pobre, que se ponía en camino para anunciar el Evangelio, celebrar en los sacramentos la Vida nueva, dar testimonio fehaciente del servicio a los hombres que Cristo Jesús instauró en la historia y hacer de la convivencia fraterna lugar y escuela de comunión según el Evangelio.

Por estos preciados anhelos que el Espíritu ha ido suscitando en nuestra Iglesia diocesana, por los logros que con la fuerza de Dios se han ido haciendo realidad a pesar de nuestras múltiples debilidades, en este aniversario elevamos un himno de gratitud al Señor, que se ha mostrado estupendo con nosotros.

Nuestra gratitud se agiganta cuando consideramos que una diócesis tan joven ha concebido, ha dado a luz y va poniendo en práctica su Primer Sínodo Diocesano, jaloneado por los cuatro planes diocesanos de pastoral. En tan corta historia ellos van impulsando la puesta en práctica de las líneas y opciones pastorales que, en comunión con toda la Iglesia, orientan la fascinante tarea evangelizadora de nuestros pueblos del Sur de Jalisco. Es justo pues, que en acción de gracias «doblemos nuestras rodillas ante el Padre de las luces, de quien todo bien procede».

Estamos empeñados en el camino

El presente de la Iglesia está comprometido con el cumplimiento del programa que, en breves y sintéticas palabras, magistralmente ha expresado el Papa Juan Pablo II. Es el programa de siempre de la comunidad congregada por Cristo Jesús, surgido del Evangelio y de la Tradición viva: «conocer, amar e imitar a Cristo Jesús, Hijo de Dios y Hermano Nuestro, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén Celeste».

Con encomiables esfuerzos, fieles, sacerdotes y obispo nos hemos dado a la tarea de formular este programa en opciones pastorales que quieren responder a las condiciones concretas de nuestra comunidad diocesana. Tras otras experiencias, ha nacido nuestro Cuarto Plan Diocesano de Pastoral, que continúa el anhelo de llevar adelante la misión que le ha sido encomendada a nuestra Iglesia Particular: inculturar el Evangelio en la realidad del Sur de Jalisco.

En el presente, la gratitud se ha de traducir en solidario esfuerzo orgánico y de conjunto para ser fieles a la tarea de llevar a la práctica nuestras prioridades pastorales, por el ardor con que se transiten los caminos que den rostro de Evangelio a nuevas expresiones de pensar, de sentir y de vivir de nuestro pueblo.

Contemplar el futuro con esperanza

A nosotros, sus discípulos, Jesús el Maestro nos sigue invitando a «remar mar adentro»; a construir el futuro que anhelamos. Desde luego que la comunidad diocesana no descuida las tareas fundamentales de su ministerio evangelizador. Bajo el soplo del Espíritu seguirá proclamando la Palabra de Dios de los más variados modos, continuará las celebraciones de los sacramentos en clima de oración, acompañadas de las ricas manifestaciones de piedad popular que tanto viven nuestras comunidades cristianas. Seguirá desempeñando el ministerio pastoral que acompaña el testimonio evangélico de los fieles en la iglesia y en el mundo, en particular el indeclinable servicio del encuentro con Dios y de la comunión fraterna.

En este marco más amplio de tareas y en el corto plazo, el Consejo Diocesano de Pastoral y los organismos pastorales diocesanos, las vicarías pastorales y las parroquias con sus comunidades van aplicando e implementando el Cuarto Plan Pastoral Diocesano en sus propios planes, que tocan más de cerca su realidad. Avanzamos así, unidos en las prioridades de conjunto. En esta perspectiva se nos abren esperanzadores horizontes.
Más hacia adelante, el futuro se vislumbra iluminado por la esperanza cristiana que no defrauda. Ciertamente los retos son grandes y variados, pero nos sentimos sostenidos por aquella profecía de Cristo Jesús: «No temas, pequeño rebaño, porque al Padre le ha parecido bien darles a ustedes el Reino» (Lc. 1,32).

Ante la cultura mundializada que nos rodea, apostamos por la comunión entre todas las personas y la práctica de un amor activo y concreto hacia cada ser humano, en especial hacia el más necesitado, hacia el más débil y vulnerable, para hacerlo sujeto de su propio desarrollo integral y agente de desarrollo hacia los demás, nos sentimos invitados a poner el acento en la vocación de cada cristiano de conocer, amar y seguir a Jesucristo: Camino, Verdad y Vida.

Con Cristo queremos construir una Iglesia ministerial y misionera, que pugne por rescatar a la gente del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas, la ignorancia, la marginación, el desempleo, el descuido de la creación y cualquier otra esclavitud indigna de su vocación divina.

Para ello también hemos asumido, como lo pone de relieve la actual enseñanza de la Iglesia, que todos, fieles y pastores, requerimos de un cuidadoso proceso integral de formación. La formación nos convertirá en verdaderos discípulos y entusiastas misioneros de Jesucristo, como lo quiere Dios y lo pide a gritos el mundo, que gime buscando una vida mejor.

Que nadie se sienta solo en esta empresa. ¡Hay tantos agentes de pastoral, laicos y laicas, consagrados y sacerdotes sembrando generosamente entre nosotros la semilla del Reino! Nos acompaña en el camino la intercesión maternal de la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia y, como lo sabemos, la protección de nuestro Patrono Celestial, Señor San José. Este es otro motivo de esperanza. Con ellos, nuestro pueblo creyente ha caminado no solamente en estos 38 años, sino por ya casi cinco siglos. Que ellos nos sigan alentando en la siembra de la Buena Nueva. Esa es nuestra dicha.

Publicación en Impreso

Número de Edición: 103
Sección de Impreso: Dichos y Hechos
Autor: Sr. Obispo Rafael León

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