Hidalgo y Morelos legalizaron la libertad

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Quienes ahora son héroes vitoreados y alabados, en su tiempo fueron acusados de traidores. Lo que hoy inspira suntuosas fiestas y protocolos repetidos cada año, sin reflexión de fondo, en su tiempo fueron elementos de discusiones. Hace 200 años, igual que ahora, los derechos civiles se conquistaron con sufrimiento y los triunfos no fueron, como no lo son ahora, concesiones amables de los poderosos, sino el resultado de la lucha y el reclamo de los menos favorecidos.

El movimiento independentista no sólo logró la consolidación de un país sin dependencia política de la Monarquía española, también pudo instituir leyes que regularían a la sociedad del nuevo país y que otorgarían más libertades. No se trataba sólo de cambiar de bandera. La nueva, prometía relaciones más justas y más libertades para los hombres.

Hay dos frutos de la Guerra de Independencia que legalizaron garantías individuales, que previo –y aún ahora, con otras caras- era legalmente permitido no atenderlas. A Miguel Hidalgo se le atribuye la abolición de la esclavitud. Y al Congreso Constituyente de 1814 se le debe, avalada e inspirada por José María Morelos, la primera Constitución de México independiente como protectora de libertades.

Esclavo es alguien que carece de Libertad

Miguel Hidalgo abolió la esclavitud en Guadalajara el 6 de diciembre de 1810. Por eso en la Plaza de Armas de la capital de Jalisco hay una enorme estatua del Cura de Dolores que en cada mano tiene un pedazo de cadena, en señal de haber sido rota. No fueron brazos fuertes los que rompieron eslabones de hierro, sino un instrumento legal, un Decreto que liberó a los esclavos.

Miguel Hidalgo mandó publicar:

“Que todos los dueños de esclavos deberán darles la libertad, dentro del término de diez días, so pena de muerte, la que se le aplicará por transgresión de este artículo”. Hace 200 años ser esclavo tenía un significado más textual que ahora. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española lo define como una persona: “Que carece de libertad por estar bajo el dominio de otra”.

Los pueblos indígenas de América usaban desde antes de la conquista un método parecido a la esclavitud. Ser esclavo en ese entonces significaba haber sido prisionero durante una guerra y quedar al «servicio» de un líder rival. Había esperanza de libertad porque el rehén pagaba en tiempo y trabajo una cuota y su condición no alcanzaba a su descendencia.

Los europeos introdujeron otra concepción de esclavitud. Para los españoles los esclavos eran una propiedad. Ser esclavo en la Colonia significaba trabajar sin recibir pago a cambio por el dueño, quien podía tratar físicamente al esclavo como se le viniera en gana. El único incentivo para tratar bien a los esclavos era que duraran más. El mismo criterio que ahora se usa para cualquier objeto, que al final es desechable.

Los esclavos no tenían esperanza de libertad. Porque no se trataba de que cumplieran con un servicio o una condena, era su condición para toda la vida. Igual que los becerros pasan a pertenecer al dueño de la vaca, los hijos de los esclavos, nacían esclavos, propiedad del dueño de sus padres.

Como propiedad, los esclavos se podían vender, de a tanto por un varón destinado a trabajar en una mina, y de a tanto por una mujer que ayude en casa. Países como Portugal se hicieron ricos vendiendo africanos en América. La única preocupación de las autoridades locales era que ese comercio les generara ingresos e inventaron el llamado Derecho de Asiento, una especie de impuesto que aplicaba a varios productos: tabaco, vino y esclavos.

Había maltrato físico, y ninguna autoridad castigaba a quien le pegara o matara a un esclavo. Un sacerdote llamado Alonso de Sandoval relató como testigo el trato a los esclavos africanos en un viaje en barco: «van de seis en seis encadenados por argollas en los cuellos, asquerosos y maltratados, y luego, unidos de dos en dos con argollas en los pies. Comen de 24 en 24 horas una escudilla de maíz o mijo crudo y un pequeño jarro de agua. Reciben mucho palo, mucho azote y malas palabras de la única persona que se atreve a bajar a la bodega, el capataz».

La Guerra de Independencia heredó a la nación mexicana ese principio básico de consagrar en las leyes la garantía humana que no permite que un ser humano pertenezca a otro. La Constitución que rige a México actualmente, dice en su artículo primero: «En los Estados Unidos Mexicanos todo individuo gozará de las garantías que otorga esta Constitución, las cuales no podrán restringirse ni suspenderse, sino en los casos y con las condiciones que ella misma establece. Está prohibida la esclavitud en los Estados Unidos Mexicanos. Los esclavos del extranjero que entren al territorio nacional alcanzarán, por este solo hecho, su libertad y la protección de las leyes».

Con un criterio de mercado, el Rey de España prohibió que se dejara de esclavizar a los indígenas nativos. Por eso llegaron africanos. Pero los dueños del capital inventaron nuevas formas de esclavitud. Por ejemplo, permitían que los indígenas se endeudaran y para que saldara su deuda los encerraban en fábricas de producción textil y haciendas. Los dueños del capital han sido históricamente creativos para evitar que las personas carezcan de libertad.
Además de recordar a Hidalgo repitiendo el grito de Dolores, el Bicentenario ofrece la oportunidad de reflexionar sobre las cadenas de esclavitud actual, que también requieren ser rotas para ser libres e independientes.

La primera constitución: revocación de mandato y derecho a manifestarse

Miguel Hidalgo murió fusilado, excomulgado y tratado como un traidor. Su cabeza ya colgaba en una jaula de lo alto de Alhóndiga de Granaditas cuando José María Morelos y Pavón convocó a un Congreso Constituyente que se reunió en Chilpancingo desde septiembre de 1913 y que logró documentar las bases legales de la nueva nación –La América Mexicana- en la llamada Constitución de Apatzingán decretada en 1814.

El documento fue elaborado por un grupo de 17 diputados representantes de cada una de las provincias que constituían el territorio. En esta Constitución hubo dos influencias: los Sentimientos de la Nación que habían sido escritos por Morelos y los principios de la Revolución Francesa de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

En este documento, que fue de hecho la Primera Constitución fruto de un Congreso Constituyente que reconoció a México como país, se consagraron reglas que siguen vigentes en la vida política y social del país. Por ejemplo que el gobierno se dividiría en tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Y en ese entonces como en la constitución actual se establecía que «la soberanía dimanaría del pueblo y del Supremo Congreso Nacional Americano».

Morelos e Hidalgo coincidían ideológicamente en puntos importantes, el de la abolición de la esclavitud era un tema sobre el que la nueva nación no podía dar marcha atrás: «Se proscribe la esclavitud y la distinción de castas», firmaron los constituyentes que también se asumían como una nación independiente.

La Constitución de 1814 iba más allá de hacer ilegal la esclavitud, relacionada ésta directamente con el reparto más justo de la riqueza, Morelos exhortó al Congreso para sentar las bases legales que buscaran una mayor igualdad, que redujeran el tiempo de los jornales y que procuraran mejores costumbres para las clases marginadas. Morelos pidió al Congreso trazar leyes para moderar la opulencia y la pobreza y lograr así una mayor igualdad social, trazados esos principios desde los sentimientos a la nación.

De los 242 artículos distribuidos en 22 Capítulos con los que cuenta la Constitución de Apatzingan hay tres que toman relevancia actual.

Durante el periodo de campañas políticas de ahora, los candidatos suelen aparentar ser valientes y dicen estar dispuestos a ser evaluados constantemente por la ciudadanía y algunos hasta se pronuncian a favor de la revocación de mandato. Por la vía de los hechos la misma clase política actual ha impedido que se incluya en el marco legal esta posibilidad.

En la primera constitución mexicana, el artículo 26 se consagraba la posibilidad de que el pueblo regresara a la vida privada a los gobernantes que no fueran de su agrado: «Los empleados públicos deben funcionar temporalmente, y el pueblo tiene derecho para hacer que vuelvan a la vida privada, proveyendo las vacantes por elecciones y nombramientos, conforme a la constitución».

Generaciones y generaciones de ciudadanos han luchado por la libertad de expresarse y manifestarse. Ya la Constitución de 1814 garantizaba el derecho a manifestarse sin que la autoridad respondiera a macanazos, encarcelamientos o represiones violentas, el artículo 37 dice: «A ningún ciudadano debe coartarse la libertad de reclamar sus derechos ante los funcionarios de la autoridad pública».

Y por último, además de citar con frecuencia a Hidalgo y beber tequila durante el 15 de septiembre, bien valdría que la clase política releyera un principio político que dio origen al país. Es el Artículo 24. «La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos, y el único fin de las asociaciones políticas». El fin se ha transformado a enriquecimientos personales y fortalecimiento de grupos.

La independencia está pendiente

El mejor homenaje que se le puede hacer a los héroes patrios y a los cientos de miles de personas que los acompañaron y ofrendaron sus vidas, es continuar la tarea que iniciaron hace 200 años. Ellos no buscaron fiestas ni monumentos ni programas de televisión, sino libertad. Una libertad materializada en relaciones de producción y distribución de riqueza equitativas que no coartaran la libertad de los seres humanos y además, un poder absoluto del pueblo sobre sus gobiernos.

Los 200 años del inicio de esta lucha son un pretexto perfecto para reflexionar qué queda de aquel entonces y actuar para modificar los elementos de la realidad que antes y ahora oprimen a los mexicanos.

El único fin, tal como lo consagra el artículo 24 de la primera Constitución mexicana, es la felicidad de la población que consiste en «el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad». Lo demás son frivolidades.

Publicación en Impreso

Número de Edición: 104
Autores: Carlos Efrén Rangel
Sección de Impreso: Raíces

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