Espejos de la fiesta

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“Y nosotros salimos ganando porque la feria de Zapotlán se hizo famosa por todo este rumbo. Como que no hay otra cosa igual. Nadie se arrepiente cuando viene a pasar esos días con nosotros. Llegan de todas partes, de cerquitas y de lejos… Da gusto ver al pueblo lleno de fuereños, que traen sombreros y cobijas de otro modo, huaraches que no se ven por aquí. Nomás al verles la traza se sabe si vienen de la sierra o de la costa… Y no hay puerco gordo, ni chivo ni borrego que llegue vivo ell Día de la  Función” : Fragmento de La Feria de Juan José Arreola.

Un año más, el pueblo de Zapotlán cumplió con la promesa hecha por sus antepasados hace 263 años de festejar a su protector Señor san José. Las manifestaciones en general y las celebraciones religiosas en particular son objeto de múltiples interpretaciones. Aunque todo intento de análisis corre el riesgo de ser limitado y parcial, me atrevo a compartir las siguientes reflexiones sobre la fiesta josefina de este año.

Toda fiesta religiosa rompe con la rutina de la vida cotidiana y crea un ambiente nuevo. El tiempo y los espacios se sacralizan. Los diversos actores viven la fiesta con sus propios rituales con los cuales expresan no sólo sus creencias, sino también sus intereses y proyectos. En este año, la mayoría de las cuadrillas de sonajeros y de danzantes, los miles de peregrinos, los donantes, los mayordomos de la fiesta, el Consejo Coordinador y, de manera especial, los testimonios de cientos de personas que compartieron su experiencia sobre su devoción al santo patrono -los cuales fueron trasmitidos en las noches, durante el novenario en la puerta central de Catedral-, confirmaron que la fiesta josefina en Zapotlán es el tiempo y el espacio propicio para consolidar las tradiciones, re-crear la identidad como pueblo y fortalecer la memoria colectiva sobre el juramento hecho por nuestros antepasados a Señor san José, patrono, guía y protector de este pueblo.

La renovación del juramento en la noche del 22 de octubre fue uno de los momentos culmen de la fiesta. Más de cuatro mil participantes dentro y fuera de la Catedral fueron testigos de la raíz y sentido original de esta celebración. La fiesta, con la riqueza de los signos y la nutrida participación de niños, jóvenes y adultos, ayudó a vivir intensamente lo prometido y a conmemorar agradecidamente lo vivido. Como dice el P. Luis Huerta: «Esta noche del juramento, cada año se vuelve luz para memoria de Zapotlán».

La fiesta fue una ocasión privilegiada para la circulación y legitimación de las diferentes ideas, valores e intereses que hay, no sólo en la ciudad, sino en la región. Por un lado, la postura de quienes son conscientes del sentido religioso de la fiesta y trataron de expresar su fe con sencillez y el testimonio de su vida, sabiendo que este día es un buen momento para refrendar el compromiso cristiano y volver a renovar el deseo de construir un mundo más acorde con los valores evangélicos. Y por otro, quienes aprovechan la fiesta como un aparador para exhibirse, presumir, embriagarse y hacer negocio. Las peregrinaciones fueron un ejemplo claro de esta doble dinámica. Unos peregrinaron para manifestar públicamente su fe cantando y rezando, participando en la Misa y en la Comunión. Otros, la mayoría, confundieron la peregrinación con un convite o un desfile de modas e hicieron del «Día de su peregrinación», un día de descanso y diversión lleno de banalidades y frivolidades; su devoción sólo les alcanzó para llegar a la puerta de Catedral y retirarse.

La circulación y legitimación de estas ideas distintas y en algunos casos contradictorias y divergentes, se expresan en múltiples discursos, relatos y comentarios. Cada quien habla según le va en la feria, aunque impulsados más por el sentimiento que por la razón. El insistente perifoneo por las calles, los carteles y las mantas, las bardas pintadas, los anuncios en la radio y televisión local, la música de bandas, el rítmico sonido de las sonajas y tambores, el familiar repique de las campanas de Catedral y el estruendo de los cohetes… son sonidos que encierran diferentes mensajes y expresan distintas maneras de vivir y de dar sentido a esta celebración, pero que da señales inequívocas de que el pueblo está de fiesta.

El mensaje oficial (obispos, sacerdotes, agentes de pastoral) en tiempo de la fiesta siempre es especial. Pero este año ha sido mejor preparado, más simbólico y participativo. En los distintos momentos y espacios, la intención de recuperar las raíces de la fiesta y destacar el papel de san José como varón justo y fiel, fueron el marco para insistir e invitar a asumir el compromiso de hacer vida las prioridades pastorales propuestas en el Cuarto Plan Diocesano de Pastoral.

En este apartado de los mensajes, son dignos de subrayar los puntos tratados por el invitado de honor a esta fiesta:don Hugo Barrantes Ureña, arzobispo de san José de Costa Rica, en su homilía en la Misa de Función. Primero, habló sobre la misión de San José como trasmisor del regalo de Dios para la humanidad, como es Jesús; como un hombre de fe y del silencio que supo escuchar, proteger y vivir la Palabra. Luego centró su mensaje en el papel de la familia como el núcleo natural y fundamental de la sociedad y primera educadora en la formación de las personas y en las amenazas que tiene que afrontar en el momento histórico que vivimos.

También tuvo relevancia el mensaje de las predicaciones durante el novenario realizadas por el P. Pedro Zavala Franco en Catedral, en el llamado «sermón». El mensaje en el desfile de los carros alegóricos, así como en la noche de la renovación del juramento y en la consagración a señor san José, al final de la Concelebración Eucarística del día 22 donde participaron seis obispos, las autoridades civiles de la ciudad, 62 sacerdotes y más de mil fieles.

La fiesta josefina fue una manifestación cultural que transforma el sentido y la decoración de los espacios públicos. Es una costumbre que en octubre, las calles y las casas de Zapotlán se vistan de verde y amarillo. La novedad fue que en este año, los mayordomos de la fiesta decidieron cambiar el plástico por la tela en los cordeles. Fue un mensaje nítido que recordó y plasmó nuestro compromiso de cuidar y defender el medio ambiente en un contexto de cambio climático y depredación de los recursos naturales del planeta. Hermosas se vieron las calles aledañas donde las sagradas imágenes de San José y la Virgen del Rosario pernoctaron la noche del 23 de octubre.

En esta doble dinámica, la belleza del adorno de Catedral, los festones, los faroles y en otros tantos lugares de la ciudad contrastó con el despiadado uso del plástico, el derroche de materiales y la abundante basura en todos los espacios de la ciudad. Sólo el día 23 se recogieron 20 toneladas de basura. Es profundamente contradictorio que para celebrar a San José tengamos que generar tantos desperdicios.

La calidad de una fiesta se mide, entre otras cosas, por la cantidad de personas que convoca. Este año fue sorprendente la nutrida asistencia en los eventos  tantos religiosos como sociales. El número de gente que va a ver la quema de los castillos es asombroso. Los dos últimos días de la fiesta, “no cabía un alma más”. El foro “Paulino Navarro” donde se llevaron a cabo los eventos culturales, el recinto ferial y no se diga el lugar de las barras, mejor conocido, como “El callejón del vicio”, donde los fines de semana entraron más de ocho mil personas, la mayoría jóvenes. Desde dos dinámicas completamente opuestas podemos encontrar un elemento común: la necesidad de encuentro con el otro, de estar en comunidad, de saber que no estamos solos, de reconstruir el tejido social. En una sociedad que nos aísla cada vez más, la fiesta rompe con las barreras y nos convoca a estar juntos. Ahora tocará dar el paso de encontrarnos para construir.

La fiesta es reflejo de la realidad que se vive. La situación de pobreza y empobrecimiento no se pudo ocultar. Aunque la gente busca los medios, como pedir prestado y empeñar sus cosas de valor, la fiesta se caracterizó por la austeridad. Dos hechos que merecen reflexión aparte, es la desgracia de ver el histórico jardín principal convertido en un tianguis y la proliferación del comercio informal el día 23. Sin duda que son síntomas de la fuerte crisis económica que vivimos, como la consecuencia de la falta de un empleo fijo bien remunerado y el agotamiento de las oportunidades para las y los jóvenes.

No obstante los conflictos, contradicciones, abusos, exageraciones –como la proliferación de los “changos” en las cuadrillas de sonajeros-. Pero a pesar del ambiente donde se vive como si Dios no existiera, la fiesta josefina es una experiencia sostenida y animada por la religiosidad de un pueblo que busca ser fiel a la promesa hecha por sus antepasados a Señor San José en el año 1747 y que sin duda contiene las semillas de futuro que pueden dar paso a una sociedad más justa y solidaria. Sólo hace falta encontrarlas y potenciarlas.

Publicación en Impreso

Número de Edición: 105
Autores: P. Luis Antonio Villalvazo
Sección de Impreso: Dichos y Hechos

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