Egipto y la revolución en Medio Oriente
Tras 18 días de multitudinarias protestas en El Cairo y el resto del país, los ciudadanos egipcios lograron derrocar al presidente Hosni Mubarak, quien ocupaba el poder desde hace más de 30 años.
El pasado 11 de febrero el mundo atestiguó uno de los cambios de poder más significativos del siglo XXI, cuando el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, fue obligado a abandonar su cargo después de que miles de ciudadanos se manifestaron durante dieciocho días exigiendo su renuncia. El presidente llevaba en el puesto más de treinta años y gobernó bajo un Estado de Emergencia, que le brindó el marco para manipular la Constitución y suspender las libertades civiles. Tras la renuncia del presidente, Egipto queda bajo el mando del ejército, que deberá garantizar una transición pacífica hacia la democracia mientras surgen propuestas para reformar la Constitución y se organizan las siguientes elecciones presidenciales.
Egipto ha sido el puente cultural, político, económico y estratégico y punto de encuentro entre África, Medio Oriente y Occidente. Es considerado el corazón del mundo árabe por su posición estratégica, dinamismo histórico y sus 80 millones de habitantes. “Egipto es el más grande de los países árabes, sobre todo desde el punto de vista simbólico e histórico. No es el país donde surgió el panarabismo (nacionalismo y unidad árabe), pero sí donde triunfó”, afirma Pietro Montanari, catedrático del ITESO, experto en temas de Medio Oriente. A la independencia egipcia del colonialismo británico en 1936, le siguió la independencia de la mayoría de países de la región. Aun así, Egipto ha estado gobernado por regímenes militares casi desde su independencia. Primero fue el gran líder del panarabismo, Abdel Nasser, a final de la década de 1950. En 1973 con Anwar-el-Sadat Egipto “cambió radicalmente su postura internacional y optó sin reservas por el bloque occidental, es decir, Estados Unidos (EEUU). Así se alteró profundamente el juego político en todo Medio Oriente permitiéndole a EEUU penetrar con gran fuerza en la región. Desde entonces Egipto, junto con Arabia Saudita e Israel, ha sido el baluarte de los intereses estadounidenses en Medio Oriente” agregó Montanari.
Día de la ira
Las protestas comenzaron cuando miles de manifestantes salieron a las calles el pasado 25 de enero y tomaron la plaza Tahrir en el centro de El Cairo, llamando a la desobediencia civil. La principal demanda: la renuncia inmediata e incondicional del presidente. Es remarcable la resistencia de los ciudadanos que nunca se vencieron a pesar de que los seguidores extremistas de Mubarak, su policía secreta y mercenarios, respondieron con violencia y asesinaron a más de cien manifestantes tan sólo en las primeras semanas de movilización. El papel del ejército en el desenlace fue también fundamental, al reaccionar con cautela y permitir las protestas.
Uno de los factores fundamentales para la movilización fue la falta de libertades civiles. “El hecho de vivir en un ambiente donde existe la posibilidad de ser encarcelado sin juicio o privado de tus derechos sin más, era una molestia crónica. Para nadie era desconocido que había varios encarcelados por publicar sus ideas y había que ser discretos respecto a quién le compartían sus pensamientos políticos. Además, los jóvenes menores de treinta años nunca habían vivido una democracia, pues desde que nacieron, Mubarak estaba ahí”, comentó Alina Medina, licenciada en Relaciones Internacionales, quien pasó más de seis meses en El Cairo realizando sus prácticas profesionales. “Todos los egipcios, todo el tiempo, tenían que cargar sus documentos de identificación, es decir, una credencial con su nombre, su estatus civil, dirección y religión en caso de que cualquier autoridad se los requiriese. Creo que el régimen antidemocrático, además de provocarles rechazo, los hacía sentirse políticamente atrasados respecto al mundo” agregó.
Por otra parte, las redes sociales jugaron un papel fundamental en la organización y movilización de los ciudadanos egipcios, como también fue demostrado en las protestas de Túnez. Asimismo, la influencia que los medios de comunicación, principalmente estadounidenses y británicos, ejercieron sobre los jóvenes con ideas pro-democráticas, fue un motor de cambio.
El ex ministro de Asuntos Exteriores español, Javier Solana, afirmó en entrevista para el diario español El País, que hay tres elementos a destacar de los movimientos de Túnez y Egipto: “Primero, el esquema de que solo había islam radical o represión se ha venido abajo con jóvenes que dicen, queremos vivir con dignidad y respeto, ser libres sin renunciar a ser musulmanes; segundo, el modelo que Egipto tome para salir de esta situación marcará lo que suceda en los demás países; y finalmente, que Egipto es clave para la evolución del conflicto de Oriente Medio y determinará los elementos positivos del proceso de paz.”
Reacción Internacional
El papel de los países occidentales, la presión que han ejercido mediante sus posturas y la reacción que han desatado en la opinión internacional frente a lo sucedido es importante. El gobierno de Barack Obama, principal interesado en mantener la estabilidad regional, mostró una posición ambivalente que ha sido duramente criticada. Siendo el país que más predica los valores de la democracia, en un principió apoyó un cambio más lento, por la vía de las elecciones, y en el que Mubarak tuviera el tiempo de corregir el rumbo de su gobierno. Sin embargo, cuando el derrocamiento fue inminente, optó por apoyar la transición inmediata, legitimando su compromiso democrático sin comprometer sus intereses económicos. Las fuerzas armadas egipcias reciben aproximadamente mil 300 millones de dólares al año de EEUU, por lo que se puede suponer una relación directa entre ambas naciones.
¿Y la Hermandad Musulmana?
Durante las protestas de Egipto se ha hablado mucho del papel que ha jugado la Hermandad Musulmana (HM) y el peligro que podría representar para el proceso democrático que se prevé tras el derrocamiento de Mubarak. Pietro Montanari nos explica que “la HM es uno de los fenómenos más interesante del Islam político contemporáneo. Comienza su historia a finales de 1920, y entre 1950 y 1960, se transformó en sentido más radical y violento. Tiene desde el comienzo una dimensión y vocación transnacional, difundiéndose con el tiempo en casi todos los países árabes e islámicos, desde Marruecos hasta Palestina y Pakistán. No hacen política, pero sus obras de asistencia social producen consenso en las masas. Esto les ha ganado muchos adeptos en países donde amplias aéreas territoriales sufren situaciones de miseria y precariedad, donde el Estado no puede, no sabe o no quiere llegar. En las protestas en Egipto tuvieron un papel no secundario y en caso de que decidieran competir en las elecciones, expertos estiman que el consenso político potencial de la HM sería entre 15% y 30% de los votos. Un porcentaje muy amplio en un país del tamaño de Egipto.”
Para finalizar, el mismo Montanari explica qué es lo que viene para Egipto después de la salida de Mubarak:
“Hay dos escenarios posibles, el primero y más probable es que el ejército, a cargo de la transición, será capaz de gobernar sabiamente las decisiones de las masas y responder a sus quejas: corrupción, altos precios de los alimentos, mayor libertad de expresión, etc. En este caso el ejército podrá reformar y reestructurar el régimen de manera pacífica y sin traumas. No es democracia, pero es la solución que casi todos auspician para Egipto. Tampoco es irreal pensar otro escenario: un régimen incapaz de adaptarse y reformarse, que acabaría por radicalizar las frustraciones y el rencor de una amplia parte de la sociedad egipcia. Entonces, no sería sorprendente ver pronto otras espirales de tensión como esta o rebeliones y represiones mucho más violentas”.
Reacción en cadena
El éxito de las movilizaciones en Túnez y Egipto ha causado un “efecto dominó” en la región. Ciudadanos de Libia, Argelia, Yemen, Jordania, Bahréin e incluso Irán, han aprovechado el momento para salir a las calles y exigir reformas que garanticen democracia en la región. La pregunta inevitable ante un movimiento de tal escala es: ¿Qué condiciones hacen falta en México para exigir cambios en un sistema que garantice el cumplimiento de la constitución, acabe con la corrupción que consume nuestro país y propicie una participación verdaderamente democrática? ¿Hace falta un régimen de treinta años o 30 mil muertos más? ¿Cuántos años más sostendremos un sistema incapaz de garantizar empleo, educación y servicios de salud de calidad para su población?
Publicación en Impreso
Número de Edición: 107
Autores: Internacional
Sección de Impreso: Juan Ignacio Pérez Pereda