Diócesis y Seminario en el mismo itinerario
En el contexto de los 40 años de la Diócesis de Ciudad Guzmán, queremos celebrar este 18 de marzo el día de nuestro Seminario, corazón de la Diócesis. De ahí el lema que elegimos: “Diócesis y Seminario en el mismo itinerario”. Buscamos vivir nuevas experiencias, contagiar esperanzas y avanzar juntos para abrir nuevos caminos en la misión.
29 años caminando en la Diócesis
Por ser Iglesia particular y rostro de un Jesús humano que se quiere manifestar ante el pueblo, cada Diócesis necesita de la energía y del apoyo que representa su propio Seminario. Con esa intención, el 13 de septiembre de 1983, el segundo Obispo, don Serafín Vásquez Elizalde fundó nuestro Seminario Mayor Diocesano. Bajo el patrocinio de San José y con la ayuda de nuestros pueblos y presbiterio, inició esta obra formativa.
Nuestro Seminario se ha propuesto: “acompañar a los aspirantes al sacerdocio ministerial en el proceso de su formación integral, a fin de que, personalizando en su vida las actitudes, los valores y las capacidades […] necesarias, logren configurarse a Cristo el Buen Pastor, y así sepan evangelizar acompañando en su peregrinar al pueblo y a las comunidades eclesiales, en estas condiciones históricas concretas” (4º Documento Sinodal, 327).
Son ya 29 años de vida del Seminario en los que se ha caminado con el ideal de formar a los futuros sacerdotes dentro del proceso pastoral de nuestra Diócesis.
Compañeros de aventura
La pasión de Jesús fue hacer vida las Bienaventuranzas. Las Bienaventuranzas son el núcleo del Evangelio. En nuestra Diócesis las buscamos y nos aferramos a ellas, para que sean levadura en medio de la vida, la sociedad y la Iglesia; pues como estilo de vida, nos hermana y nos anima a seguir en la misión. El Dios que suscita y sostiene la esperanza de esta Iglesia particular es el Dios de Jesús, un Dios con entrañas de Madre que escucha, mira y siente, que ha decidido salvar a toda la humanidad y que se ha hecho presente en nuestros pueblos sencillos.
Este es el camino que nuestra Diócesis transita y en el que el Seminario es compañero de aventura. La formación que el Seminario procura para los futuros pastores está en armonía con los sueños que nuestra Iglesia crea. Sueños que se transformaron en opciones de vida: opción por las Comunidades Eclesiales de Base, por los pobres y por los jóvenes (1983). Si la Diócesis, vientre del Seminario, se alimenta de estas opciones, el Seminario se nutre también de ellas.
En el Seminario nos formamos pastores al estilo de Jesús. Asumimos su itinerario de vida para anunciar, junto con la comunidad, la Buena Noticia: un nuevo tiempo de justicia, de paz y fraternidad; tiempo de contagiar la alegría y la fe en el Dios de la Vida, que abre las puertas de su casa para que todos entremos en ella; tiempo de dar un servicio para la búsqueda y construcción de la vida digna. Así es la esperanza activa y comprometida del discípulo de Jesús: ánimo en el presente y confianza en el futuro.
Unidos en el trabajo por el Reino
Nos hemos propuesto ser un Seminario sencillo que crece en el pueblo. Los seminaristas somos conscientes de que en nuestro proceso formativo nos debemos empapar de la vida diocesana, para conocer el camino que hay que seguir juntos. Diariamente desde las actividades ordinarias como la oración, clases, trabajo, presencia en las comunidades, hasta las extraordinarias como las Asambleas Diocesanas, Fiestas Patronales, aniversario, nos adentramos en el andar diocesano.
Así conocemos gradualmente el rostro propio de nuestra Iglesia y asumimos los retos que su realidad presenta. Retos concretos que necesitan respuestas comunitarias, llenas de ánimo y vivacidad: cuidado de la creación, lucha por la vida digna, inserción en las comunidades para construir la Iglesia ministerial y misionera.
Las comunidades y el Seminario, animados por el Espíritu, trabajamos unidos para abrir nuevos caminos que nos lleven al Reino de Dios. Diócesis y Seminario proclamamos el mismo sueño para nuestra Iglesia, pues ante todo somos Iglesia peregrina. Pero también reconocemos que somos parte de una Iglesia servidora.
Por ello las cuatro dimensiones de la formación: humana, espiritual, intelectual y pastoral, se orientan a despertar y madurar en nosotros el espíritu de servidores atentos y fieles. Vivir esto introducidos en el proceso pastoral de las comunidades, nos facilita el cumplimiento de un ideal que tenemos desde hace ya casi cuarenta años: que la Diócesis sea formadora de sus pastores.
Si seguimos juntos en este caminar, haremos nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de la familia humana. Somos la misma familia, recibiremos de todos y a todos anunciaremos el Evangelio de Jesús.
“En la suma de los esfuerzos enriquecemos nuestro camino”
Por: Jesús Reynaga Rito, alumno de Primero de Teología
jesvs_yesuakf@hotmail.com
Mi nombre es Jesús Reynaga Rito, de Atemajac de Brizuela. Tengo 23 años y curso Primero de Teología en el Seminario Mayor.
Como parte de la familia del Seminario sé que gozo del sueño de quienes alguna vez pensaron en el rostro de esta Iglesia particular, iluminada por las enseñanzas del Concilio Vaticano II y después de forjar su identidad, descubrieron la necesidad de “contar” con su propio Seminario: la casa de formación de quienes pretendemos ser los futuros pastores. Pero, ¿qué estilo de pastores?
No es posible entender la propuesta del Seminario desligada del proceso diocesano. Desde sus inicios lo que se pretende es: “que la Diócesis forme a sus propios pastores cerca de la realidad del pueblo e insertos en el proceso diocesano” (4º Documento Sinodal). Por esta razón, desde los primeros años de la formación asistimos los fines de semana a donde la comunidad se reúne, o lo hacemos en momentos especiales; con nuestra presencia y participación, el Seminario se integra al caminar diocesano.
Mi experiencia de pastoral en el Seminario Mayor la he vivido en las comunidades de Totolimispa en San Gabriel, San Nicolás en San Andrés Ixtlán, en Techaluta de Montenegro y actualmente en el barrio La Cruz Blanca, de la Parroquia de El Sagrario, en Ciudad Guzmán.
Que el Seminario camine dentro del proceso pastoral diocesano ha significado para mí una experiencia de aprendizaje, de encuentro, de amistad, de confrontación y también de retos. Ha sido una experiencia totalmente nueva, que me ha llevado a pensar en dónde desgastaré mi vida y a quién se la voy a entregar. Ha significado conocer y valorar los esfuerzos de quienes nos han antecedido. Es abrir la mente y el corazón a la llamada de Dios en su pueblo. Es detenerse a observar, respirar y sentir la presencia de quienes hemos compartido el camino de la vida y, mejor aún el servicio en la comunidad.
Más allá de llevar el protagonismo, es sumarse a los esfuerzos comunitarios de construir el Reino de Dios entre nosotros a través de la organización, participación, colaboración; poner sobre la mesa lo que a cada quien se nos ha dado para compartirlo. “Es en la suma de los esfuerzos que enriquecemos nuestro camino”. Estoy convencido que la propuesta de Jesús es para todos, para quienes libre y gustosamente desean seguirle.
Para nuestra Diócesis este es el camino. El que se ha aclarado en el Sínodo y en las Asambleas. Llamados a colaborar en el Reino nos sentimos hermanos y amigos pues “tanto Diócesis como Seminario realizamos juntos el mismo itinerario”.
“Voz del pueblo, respuesta vivificadora”
Por: Jorge Eduardo Guzmán Huerta, alumno de Segundo de Filosofía
Despertar e incorporarme al sueño de ser parte de la respuesta vivificadora del pueblo de Dios que peregrina en esta Diócesis de Ciudad Guzmán, es motivo de gran alegría. Respuesta que el pueblo ha construido en el acompañamiento y formación de nuestro Seminario. Dándole así un rostro propio que caracteriza la formación de pastores que den respuesta a las necesidades que afectan a la sociedad.
Es una dicha ser parte del aliento transformador que el Concilio Vaticano II trae consigo, por el cual nuestra Diócesis se ha dejado iluminar en su caminar, y la formación en nuestro Seminario adquiere el rostro de una esperanza renovadora en la construcción del Reino.
Intento aprovechar la oportunidad que el Seminario me brinda de acompañar y aprender de la vivencia comunitaria, de la que actualmente participo en la localidad de San José de la Tinaja, de la parroquia de Zapotiltic.
Esta experiencia ha nutrido mi caminar de manera humana, espiritual y pastoral, gracias a la inserción y aprendizaje de los procesos pastorales que se viven en esta comunidad y al contacto humano con los agentes que prestan su servicio en la construcción de una vivencia solidaria.
Celebrar estos 40 años de caminar como Diócesis bajo las luces del Concilio Vaticano II es para mí motivo de responsabilidad y compromiso, reflejándolo en un mayor empeño en la adquisición de una buena formación, que se consigue gracias al enriquecimiento mutuo con las comunidades y con las herramientas formativas que ofrece el Seminario.
Formar parte de la familia Seminario es sentirse parte de la vida del pueblo, vida que desea ser transformada, revitalizada. Participar de esta experiencia brinda la oportunidad de enriquecer a la persona y forjar de ella modelos de entrega y servicio.
Ser seminarista es ser voz del pueblo: surge del pueblo, la crea y perfecciona el pueblo, para que retorne a él transformada en acto de esperanza.
Publicación en Impreso
Edición: 116
Sección: Iglesia en Camino
Autor: Joel Pizano Feliciano. Alumno de 1º de Filosofía. joel_2443_pf@hotmail.com
Alejandro Salas Hernández. Alumno de 2º de Teología. salas_79@hotmail.com