Homilía para el domingo de La Santísima Trinidad 2013

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Dialogar como Dios

Textos: Prov 8, 22-31; Rm 5, 1-5; Jn 16, 12-15.

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En este domingo celebramos en la Iglesia la fiesta a la Santísima Trinidad. Con la Eucaristía le agradecemos a Dios el don de su Hijo, que nos ha dado a conocer cómo es Él, y el don de su Espíritu –hace ocho días celebramos Pentecostés– que nos sigue guiando para llegar hasta Él. En la Última Cena, Jesús, despidiéndose de sus amigos, les ofrece el Espíritu Santo, al que llama Espíritu de la verdad. También muestra algo que nos sirve de la Trinidad: Dios dialoga.

¿Cómo que Dios dialoga? Sí, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo platican. Eso nos dice Jesús en el texto del Evangelio que escuchamos. Y, además, Dios dialoga con la humanidad; lo hace por medio de Jesús. Al prometer el Espíritu Santo, Jesús dice que Él dirá lo que haya oído. ¿Qué habrá oído? Pues lo que ellos platican. Jesús mismo anuncia que el Espíritu recibirá de Él lo que vaya comunicando; y lo que Jesús tiene, lo tiene en común con su Padre. Eso comunicará.

Con todo lo que dijo e hizo, Jesús nos dio a conocer a su Padre: que es bueno, misericordioso, que perdona; que ve por todos, buenos y malos. Comunicó la salud a muchísimos enfermos, el perdón a los pecadores, la vida a los muertos. Esto lo realizó con la fuerza del Espíritu Santo. Varias veces manifestó que Él decía lo que le había escuchado a su Padre, que realizaba las obras de su Padre. Esto refleja la relación permanente de Jesús con el Padre.

Lo que hizo Jesús durante su ministerio, lo realiza ahora su Espíritu en la vida de la Iglesia. Para eso lo enviaron juntos en Pentecostés y para eso lo recibimos en el Bautismo. Él la conduce hacia el misterio de Dios, hacia la verdad plena, hacia la comunión con Dios. Él Espíritu va recordando lo que dijo Jesús, nuestros compromisos como discípulos suyos, la misión que tenemos. Para vivirlo y asumirlo necesitamos estar abiertos, como Jesús, a su acción.

Esto que hace Dios –dialogar– lo tenemos que hacer en nuestra vida ordinaria. La razón está en que Dios, en su sabiduría y por su misericordia, nos hizo semejantes a Él. En medio de un ambiente en que se quieren arreglar las cosas a golpes, con ofensas o venganzas, negando la palabra, Dios nos muestra la manera de hacerlo: dialogar. Para encontrar el camino en cualquier situación, para arreglar desavenencias, para mejorar situaciones, es necesario el diálogo.

En la familia, los esposos tienen el compromiso de platicar para ir aclarando su propia experiencia, para acompañar a sus hijos, para colaborar en la comunidad y en la sociedad. Es necesario que los papás dialoguen con sus hijos para comunicarles, como el Espíritu Santo a la Iglesia, la Palabra de Dios, para ayudarles a descubrir y realizar la misión que tienen como bautizados, para facilitarles el ser personas de aporte en la sociedad y en su comunidad.

En los espacios de trabajo, en donde nos relacionamos con muchas personas, en la misma vida del barrio, no podemos dejar de dialogar: escucharnos, decir nuestras ideas, compartir proyectos, proponer caminos. Para nosotros, miembros de la Iglesia, hay un motivo más para cultivar esta dimensión dialogante de la experiencia humana: el Evangelio es el que nos guía en la vida. Lo que dijo e hizo Jesús lo tenemos que decir y hacer nosotros en todos los ambientes.

Hoy le agradecemos a Dios, la Santísima Trinidad, que sea un Dios que dialoga. Le damos gracias porque nos ha hecho participar de esta condición. Nos encomendamos a Él para que su Espíritu nos siga conduciendo en el camino para vivir de acuerdo a lo que Jesús nos enseñó. Nos ponemos en sus manos para ser personas, parejas, familias, comunidades de diálogo como Él. Que la participación en la Comunión nos mantenga en el diálogo con Dios y entre nosotros.

26 de mayo de 2013

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