Homilía para el 5º domingo de Cuaresma 2013

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Pecadores llenos de misericordia

Textos: Is 43, 16-21; Flp 3, 7-14; Jn 8, 1-11.

Estamos reunidos para celebrar la Eucaristía en el 5º domingo de Cuaresma. Ya vamos sobre la recta final de este tiempo que nos dispone a la celebración de la Pascua de Jesús. Venimos a encontrarnos con el Señor en condición de pecadores. Esto nunca lo debemos ignorar cuando acudamos a los encuentros comunitarios. A la luz del Evangelio recién proclamado podemos alimentar la conciencia de ser pecadores y asumir el compromiso de ser misericordiosos.

Pecadores llenos de misericordia

Textos: Is 43, 16-21; Flp 3, 7-14; Jn 8, 1-11.

Estamos reunidos para celebrar la Eucaristía en el 5º domingo de Cuaresma. Ya vamos sobre la recta final de este tiempo que nos dispone a la celebración de la Pascua de Jesús. Venimos a encontrarnos con el Señor en condición de pecadores. Esto nunca lo debemos ignorar cuando acudamos a los encuentros comunitarios. A la luz del Evangelio recién proclamado podemos alimentar la conciencia de ser pecadores y asumir el compromiso de ser misericordiosos.

A Jesús le llevaron una mujer sorprendida en adulterio. Una situación común en tiempos de Jesús y también en nuestros días, no sólo por el motivo sino por la caída en el pecado. Los que la llevaron iban cargados de maldad. En relación a la mujer, la espiaron, la enjuiciaron, la exhibieron públicamente, la acusaron de pecadora, le decretaron su castigo. En relación a Jesús, le hicieron una pregunta amañada, con trampa para que cayera y luego decretar su muerte.

Ellos se sentían buenos, limpios, sin mancha. Al menos esa cara presentaron frente a Jesús. Se sentían con derecho a condenar a quien fuera. Pero su maldad quedó descubierta con las palabras de Jesús. Él no respondió a su pregunta tramposa, no se fue contra la mujer, no dijo si estaba bien o mal lo que pedían. Solamente los hizo que se confrontaran a sí mismos. Les dijo que quien no tuviera pecado, quien nunca hubiera fallado, ese le aventara la primera pedrada.

Nadie lo hizo. Y es que lo que decía la ley era que el primero que debía apedrear a la persona acusada fuera un testigo, es decir, quien tuviera la certeza de la falla. Pero Jesús no los puso de frente a lo que había hecho la mujer sino de frente a su propia conciencia. Y allí reconocieron que estaban en las mismas o en peores condiciones, porque también tenían pecados. Lo reconocieron y lo mostraron al decidir mejor irse y, curiosamente, comenzando por los más viejos.

Jesús actúa de manera diferente a los acusadores de la adúltera. Él se muestra lleno de misericordia. No le echa en cara su pecado, no la condena, no le aplica la ley; al contrario, la mira, se compadece de ella, se pone de su lado, le muestra el perdón de Dios, le pide que no vuelva a pecar, la devuelve a su casa reivindicada. Con su posición ante los escribas y fariseos y ante la mujer, Jesús nos dice cómo tenemos que ubicarnos en la vida sus discípulos.

Nadie debe sentirse bueno, aunque se esfuerce por vivir bien, puesto que lleva en sí la condición pecadora. Nadie tiene derecho a condenar a nadie, por más que se equivoque, puesto que todos fallamos. Lo que sí podemos y debemos condenar es el pecado, no la persona que cae en él. No debemos alimentar una visión machista en la sociedad, puesto que todos y todas tenemos la misma dignidad y por tanto los mismos derechos. Y sí debemos ser misericordiosos.

Cómo nos falta cultivar en las familias la misericordia y el perdón. Cómo hace falta aprender a ser hermanos en la vida de los barrios. Cómo nos falta en la dinámica de la Iglesia vivir con la conciencia de ser pecadores y no jueces. Cómo hace falta en vida de la sociedad cultivar el respeto hacia los débiles y la tolerancia hacia quienes cometen errores. El Evangelio nos impulsa a trabajar para que en la Iglesia haya discípulos llenos de misericordia y no jueces inmisericordes.

En la Comunión nos encontraremos sacramentalmente con Jesús. Él se mete una vez más en nuestra persona para que vivamos como Él, es decir, para que seamos hermanos y mostremos la misericordia para con los que pecan. Hoy que celebramos el Día del Seminario, pidamos a Dios que los seminaristas se formen responsablemente para ser pastores llenos de misericordia, pastores que sirvan a las comunidades de nuestra Diócesis con la conciencia de ser pecadores.

17 de marzo de 2013

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