Entre el hambre, la violencia y el coronavirus

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Segunda parte: consecuencias y retos

P. Jesús Mendoza Zaragoza
Diócesis de Acapulco.

Se ha repetido el discurso que el coronavirus está afectando a todos. Es cierto, pero no de igual manera. Los países europeos fueron duramente afectados, pero tienen recursos como para lidiar de mejor manera con el virus. No así los pueblos del Tercer Mundo. Ni menos, los pobres de México. Esto es evidente en las periferias urbanas.

En todas las desgracias colectivas, quienes salen perdiendo más son los más desprotegidos en términos de oportunidades económicas, de capacidades y habilidades y de seguridad social. He podido encontrar en estos días a personas y a familias que están acorraladas por estos tres monstruos: el hambre, la pobreza y el coronavirus sin opciones viables, que buscan sobrevivir de la mejor manera.

Una familia, por mencionar un caso, fue amenazada por una banda criminal en una colonia de la periferia de la ciudad y tuvo que abandonar su casa en plena pandemia. Sin empleo y sin casa donde protegerse del virus, tuvo que deambular por las calles expuesta a la violencia, al hambre y al virus. Esta situación de emergencia de muchas familias no se va a resolver con el simple hecho de la activación de la economía. Seguirán acorraladas.

La economía vigente no está pensada para favorecer a los más desprotegidos sino para seguir enriqueciendo a los ricos. El rebalse de los beneficios económicos no alcanza para todos, ni siquiera para la mayoría. Y los subsidios gubernamentales nunca serán la solución, pues representan sólo una forma de contención de la pobreza. Quien nació con hambre está condenado a vivir con hambre. Así funciona nuestro modelo económico. Y este neoliberalismo que padecemos, va para largo.

Diversos sectores sociales lamentan las condiciones que les aguardan para reponerse de la vulnerabilidad económica que ya experimentan y que les espera. Andan buscando el respaldo del Estado para lograrlo. Es más que justo ese reclamo, puesto que el Estado tiene la gran responsabilidad de poner las condiciones para el desarrollo de todos en un contexto de bien común. Empresarios, artistas, sindicatos, universidades y demás, todos necesitarán ser apoyados para reponerse de las pérdidas económicas. Se necesitan medidas inmediatas y también estratégicas.

Pero, quienes no tienen la capacidad de ser escuchados por el poder público y por la sociedad, ni están organizados para demandar los apoyos necesarios y suficientes para afrontar a esos tres monstruos, ¿qué va a ser de ellos? ¿Seguirán huyendo del hambre, de la violencia y del virus? ¿O es que necesitamos que se den condiciones para una revuelta social que nos obligue a mirarlos y a pensar en ellos?

“Quédate en casa” ha sido el mensaje más recurrente desde el gobierno y desde la sociedad, a lo largo de la pandemia. Ojalá que se convirtiera en la divisa fundamental para lo que sigue después de nuestras cuarentenas. La “casa” es la metáfora más viva que nos ayuda a entender y a encontrar seguridad, protección, cuidado y apoyo. Es el lugar de la “hoguera”, el fuego del amor, del calor de la familiaridad.

México es la casa de todos, pero no todos la disfrutamos. Unos pocos se han adueñado de la casa y han marginado o excluido a muchos de su derecho a estar en casa. Hay tantos que no se sienten protegidos por las instituciones, por las leyes, por los gobiernos y por la sociedad misma. Han sido echados de casa desde tiempos inmemoriales.

Y no tienen casa para refugiarse del hambre, ni de la violencia, ni del virus. ¿Acaso no es tiempo de pensar y diseñar una casa para todos? ¿A quién le toca este reto? Claro que a todos. A quienes estamos en casa y a quienes no están en casa.

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