Alternativas para el dilema entre salud y economía

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Primera parte

Por: P. Jesús Mendoza Zaragoza

En estos términos, ¿a qué hay que darle prioridad? ¿A una economía que mata o a una manera reduccionista de tratar la salud? El dilema, en términos concretos, no nos deja salidas. Reactivar el mismo modelo de economía perjudica a la salud y seguir promoviendo un sistema de salud excluyente e insuficiente, tampoco es buena opción.

Volver a la misma economía y volver al mismo modo de abordar la salud se pueden convertir en verdaderas trampas. Y así, nunca más estaremos en condiciones para afrontar las pandemias o epidemias que vendrán.

Es evidente que el modelo económico vigente y el sistema de salud que tenemos no se modifican con un decreto ni a corto plazo. Pero urge una transformación de la economía y del sistema de salud para lograr condiciones de salud óptimas para todos. Y urge contar con una visión estratégica de esta transformación y poner en marcha el proceso que sea necesario.

Mientras tanto, las familias y las comunidades no pueden esperar a que sucedan estas transformaciones que son de carácter sistémico. Pueden generar sus propios procesos, desde abajo, para generar y fortalecer dichas transformaciones. Es más, éstas necesitan hacerse desde abajo y desde arriba para que sean verdaderas y eficaces. Veamos algunos caminos posibles, que están a la mano.

Un camino básico consiste en contar con una visión integral de la salud, conectando las diversas dimensiones de la misma: corporal, emocional, mental y espiritual, y conectando, a su vez, la salud de la familia, de la comunidad y de la sociedad como tal.

Otro camino es el de la alimentación. Ya se nos ha dicho que la mejor medicina es la alimentación que se encarga de proveer los nutrientes que necesitamos, como los mejores preventivos ante las enfermedades. Una alimentación sana, que vaya descartando los productos superindustrializados nos irá asegurando las condiciones de salud capaces de protegernos de las amenazas que puedan venir.

Otro camino más lo encontramos en las abundantes formas de medicinas alternativas, muchas de las cuales han ido probando su eficacia tanto en la prevención como en la curación. La naturaleza y sus elementos –agua, tierra, plantas, sol, etc.– nos pueden proporcionar los remedios necesarios cuando perdemos el equilibrio del organismo humano. Una buena relación con la naturaleza nos hace tanto bien y puede mejorar las condiciones de salud.

Ligado a lo anterior, va adquiriendo fuerza la iniciativa de cultivar nuestros propios alimentos. Esa práctica que ya teníamos en el México agrario, y que hemos ido perdiendo en la medida en que la producción de alimentos ha seguido más la lógica de la mercantilización que la satisfacción de necesidades.

Los alimentos, antes que ser mercancías son satisfactores de necesidades. Su cultivo y su producción, de manera colectiva o individual, podría ser una práctica común que contribuya a la seguridad alimentaria. Y ya sabemos que los cultivos saludables son aquéllos que son amigables con el medio ambiente, desechando siempre los agroquímicos en la producción de alimentos.

Va abriéndose paso en el mundo –y afortunadamente, en México– la opción por la economía social y solidaria como una manera colectiva de abordar los procesos económicos desde abajo, desde las comunidades. Experiencias de ahorro y crédito, de producción, de comercialización, de consumo y de servicios con el carácter explícito de la solidaridad, que están enfocadas a la satisfacción de necesidades y no al lucro capitalista, podrían ser la contribución desde abajo para ir desmontando la economía neoliberal que nos han impuesto. Sin esta actuación social desde abajo, los esfuerzos que se puedan hacer desde arriba no tendrán el impacto suficiente.

En fin, ¿qué es lo que hay que priorizar ahora: la salud o la economía? Se trata de una decisión política que requiere ser tomada a partir del principio del bien común, que se enfoca a establecer las condiciones de la vida social para que faciliten el desarrollo de todos, sin exclusión alguna.

Este principio no permite ni la corrupción, ni la desigualdad ni la mercantilización de la salud como ha sucedido hasta ahora. Se necesitan decisiones económicas y políticas que permitan condiciones de salud para todos. Decisiones desde abajo y decisiones desde arriba.

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