Homilía para el 5º domingo de Cuaresma 2018
Morir para dar vida
Al igual que el domingo pasado, Jesús anuncia su muerte en la cruz y la vida que nos trae. No dijo tal cual que iba a ser crucificado, pero lo reveló de varias maneras, cuando Felipe y Andrés le comunicaron que unos griegos querían verlo. Prácticamente les leyó la cartilla, no sólo a los griegos sino también a sus discípulos, de lo que significaba encontrarse con Él y ser sus discípulos. Hay que seguirlo totalmente. Esto mismo es para nosotros hoy, que generalmente lo buscamos y lo vemos en crucifijos bonitos pero le huimos a recorrer con Él el camino de la cruz.
Morir para dar vida
Textos: Jr 31, 31-34; Hb 5, 7-9; Jn 12, 20-33
Al igual que el domingo pasado, Jesús anuncia su muerte en la cruz y la vida que nos trae. No dijo tal cual que iba a ser crucificado, pero lo reveló de varias maneras, cuando Felipe y Andrés le comunicaron que unos griegos querían verlo. Prácticamente les leyó la cartilla, no sólo a los griegos sino también a sus discípulos, de lo que significaba encontrarse con Él y ser sus discípulos. Hay que seguirlo totalmente. Esto mismo es para nosotros hoy, que generalmente lo buscamos y lo vemos en crucifijos bonitos pero le huimos a recorrer con Él el camino de la cruz.
Primero mencionó su hora. En el evangelio de san Juan, la hora de Jesús es la experiencia de la cruz. Les dijo que ya había llegado y que para ella había venido, aunque sentía miedo. Nadie quiere saber de la muerte; ni de los más cercanos, menos de la propia. Sin embargo, Jesús asumió esta realidad de morir para dar vida, la cual explicó con el ejemplo del grano de trigo.
Una semilla que es sembrada en la tierra, comienza a podrirse con la humedad y germina con la fuerza del sol. Poco a poco, al paso de los días comienza a desaparecer hasta que queda solamente la plantita. El grano, la semilla, se mueren pero dan vida. Y así habla Jesús de sí mismo, no sólo de su cuerpo sembrado en la tierra después de su muerte en la cruz. Él murió para darnos la vida en abundancia que viene de Dios. De hecho podemos decir que se fue muriendo, se fue desbaratando día a día en el servicio a los demás, especialmente a los pobres. Curó a muchos enfermos, perdonó a pecadores, hizo que el pan se multiplicara, devolvió la vida a varios muertos, consoló a viudas, anunció el reinado de Dios. En la cruz fue la donación total de su vida.
Si nos fijamos, al final del texto, habló de ser levantado de la tierra. En aquel tiempo, cuando las personas eran crucificadas, las colocaban un poco arriba del suelo, de modo que los perros y los chacales les pudieran comer las piernas. Así le pasó a Jesús y así murió como señala el evangelista. Pero en lugar de ser una muerte ignominiosa, una muerte que sirviera de escarmiento para quienes lo vieran, fue una muerte que atraía hacia Él. Es el Jesús despedazado, irreconocible, no el Jesús bonito, acomodado en una cruz de metal o de madera pulida que muchos buscamos. No olvidemos que estaba leyendo la cartilla para quienes quisieran conocerlo y ser sus discípulos.
Allí en la cruz, fue la glorificación de Jesús. Él les dijo a Felipe y Andrés que había llegado la hora de ser glorificado. Es decir, le había llegado la hora de ser levantado de la tierra, de morir en la cruz, de producir mucho fruto. Con todo y el miedo ante la muerte, expresó que quería que el nombre de su Padre recibiera la gloria. Y la respuesta de Dios fue avalarlo en su entrega a la muerte. Con esto, Jesús cumplía su palabra de morir para dar vida; e invitó a seguirlo a quienes quisieran servirlo, para que vivieran lo mismo, es decir, para que entregaran diariamente su vida al servicio de los pobres, los sufrientes, los descartados.
Allí está precisamente nuestro compromiso. No se trata de tener crucifijos bonitos sino de seguir al crucificado en la entrega diaria de la vida. Para esto nos alimentaremos de la Comunión sacramental. En ella, Jesús se sigue desbaratando, sigue siendo la semilla que muere para dar vida. Nos lo vamos a comer y se va a deshacer dentro de nuestro cuerpo. A nosotros nos toca fructificar, haciendo lo mismo que Él. La Comunión nos compromete a entregarnos día a día, a desbaratarnos, como la semilla de trigo, para que los demás, especialmente los pobres, tengan la vida en abundancia que Jesús nos trajo de parte de Dios. Dispongámonos a recibirlo.
18 de marzo de 2018