Homilía para el 3er domingo de Cuaresma 2023

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La Palabra de Dios hoy tiene como referente la necesidad del agua.

El Agua que sacia la sed

Textos: Éx 17, 3-7; Rm 5, 1-2. 5-8; Jn 4, 5-42

La Palabra de Dios hoy tiene como referente la necesidad del agua. El agua es vital no solo para las personas sino para todos los seres vivos, de ella dependemos para vivir y mantenernos con salud y vida. El agua y la vida que sostiene es un don de Dios, pues su Espíritu ya revoloteaba sobre ella desde el inicio de la creación. Su pueblo sintió sed mientras iba por el desierto, de camino hacia la tierra prometida. Una samaritana iba a sacarla al pozo de Jacob.

Todo mundo tiene sed, no solo de agua, sino también de Dios. Lo manifiesta de un modo y de otro en cualquier parte del mundo, en cualquier cultura, en cualquier religión. Lo busca para saciar su sed. Pero también en los excluidos y empobrecidos existe la sed de ser valorados y respetados en su dignidad. Aunque a veces parezca que no, pero Dios escucha los clamores de todas las personas y pueblos, incluso cuando hablan mal de Él, y tiene sus mecanismos y sus tiempos para responder a cada situación y saciar esa sed.

Era tanta la sed experimentada por los israelitas, que se rebelaron contra Dios por lo que estaban sufriendo. A Moisés le protestaron porque los había sacado de Egipto para hacerlos morir de sed. La protesta era contra Dios, al grado que dudaban que estuviera con ellos en el camino hacia la libertad. Dios escuchó el clamor de su pueblo y le respondió, dándoles el agua suficiente para ellos y sus ganados. Lo hizo a través de Moisés y haciendo de una roca un manantial. Dios no deja morir a su pueblo, sino que lo sostiene con vida, a pesar de que su pueblo se rebela contra Él. A propósito de esto, como reconoce el salmista, se hace la invitación al pueblo de Dios a que no endurezca su corazón como en aquella ocasión, a que no dude del Señor, a que lo adore y lo bendiga por ser su pastor, su salvador, su liberador.

La samaritana fue a sacar agua del pozo, como hacía seguramente todos los días para el gasto de su casa. Allí se encontró con Jesús, el enviado del Padre, y se fue con su sed saciada, no solo del agua sino de Dios. Además, fue a compartir su experiencia con sus paisanos y provocó que ellos se encontraran con Jesús y se llenaran de Él. Jesús tenía sed, como la que tuvieron sus antepasados en su caminar por el desierto. Pero, a diferencia de ellos, le pidió de beber a la mujer y, enseguida, le ofreció el agua viva. Ella y su pueblo tenían sed de Dios. Lo buscaban en el monte que tenían, pero como que no lo encontraban. Para responder a su necesidad, Jesús le aclaró que el culto a Dios ya no sería ni en un monte ni en otro, sino en Él mismo. En él, como Él y unidos a Él, se adora a Dios en espíritu y en verdad, es decir, con la entrega de la vida, cumpliendo su voluntad, dejando que su Espíritu sea su guía.

El Espíritu Santo es el agua ofrecida por Jesús, el agua que no hay que buscar una y otra vez, el agua que no se acaba, el agua que se convierte en manantial de vida eterna dentro de quienes lo reciben. Como la samaritana, también nosotros debemos pedir esa agua –el Espíritu Santo–, recibirla, llenarnos de ella, dejarla actuar en nosotros, vivir de acuerdo a sus iniciativas, llevarla a los demás, provocar que la busquen y la saboreen. Vivir como hermanos en el barrio, escuchar a los excluidos, llevar el Evangelio a los alejados, consolar a los sufrientes, es adorar a Dios en espíritu y en verdad, porque fue lo que mismo Jesús hizo.

Pidamos a Dios que nos dé de esa agua, o sea, su Espíritu, para saciar nuestra sed y para llevarla a los demás, como la samaritana. Que, dejándonos guiar por su Espíritu, lo adoremos con nuestra vida de hermanos y viviendo nuestro ser discípulos misioneros de Jesús.

12 de marzo de 2023

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