Homilía para el 3er domingo de Cuaresma 2018
Cuidar los templos
El texto del evangelio de este tercer domingo de Cuaresma nos habla de dos templos: el de Jerusalén y el de Jesús. Esto nos llevará a pensar en muchos otros. El templo es lugar de encuentro entre Dios y su pueblo, por eso es lugar sagrado y hay que valorarlo, respetarlo y defenderlo.
Cuidar los templos
Textos: Ex 20, 1-17; 1 Cor 1, 22-25; Jn 2, 13-25
El texto del evangelio de este tercer domingo de Cuaresma nos habla de dos templos: el de Jerusalén y el de Jesús. Esto nos llevará a pensar en muchos otros. El templo es lugar de encuentro entre Dios y su pueblo, por eso es lugar sagrado y hay que valorarlo, respetarlo y defenderlo.
Al llegar a Jerusalén, Jesús se encontró con que el templo estaba convertido en un tianguis y le dio coraje. El espacio para encontrarse con Dios por medio de la oración, los himnos, los cantos, la proclamación y reflexión de su Palabra, lo habían transformado en lugar de negocio: se vendían animales para los sacrificios y se cambiaba dinero. Por eso hizo un chicote y echó fuera a los comerciantes, diciéndoles que no hicieran de la casa de su Padre un mercado.
En los mercados se compra y se vende, se hacen negocios, se ofrecen los mejores precios, muchas veces se venden cosas robadas. En el mercado negro se vende droga, se comercia con personas, se abusa de los débiles, se realiza la trata de blancas. Mucho de esto estaba pasando en el templo de Jerusalén, el centro religioso de los judíos, al que acudían para la fiesta de la Pascua. Esta fiesta era la más grande, porque con ella agradecían a Dios la liberación de la esclavitud y renovaban la alianza pactada con Él. Y Jesús había llegado para esa fiesta anual.
Los dirigentes judíos, encargados del templo, le pidieron una señal para justificar su actuación. Fue cuando les habló del otro Templo, el más grande, el más importante de todos. Les dijo que destruyeran ese templo y Él lo reconstruiría en tres días. Ellos pensaban que se refería al de Jerusalén, construido durante 46 años y adornado lujosamente. Pero no; dice el evangelista que Jesús hablaba de su propio cuerpo. De hecho así pasó. En la cruz fue destruido, despedazado, y al tercer día resucitó. Esta Resurrección se la agradecemos a Dios con nuestra Eucaristía dominical.
Jesús es el mejor lugar de encuentro entre Dios y su pueblo, pues es totalmente Dios y totalmente hombre. Allí se unen Dios y la humanidad en una sola realidad. Y fue, por lo tanto, un templo móvil. Iba por dondequiera. El culto que le ofrecía no era de mercado sino con sus hechos, con su vida entregada al servicio de los demás, especialmente de los pobres, enfermos, pecadores. El momento culmen del culto a su Padre fue su muerte en la cruz, que Pablo predicaba y era motivo de escándalo para los judíos y considerada por los paganos como una locura.
Por el Bautismo nosotros participamos de la misma condición de Jesús. Somos templos vivos de Dios y se lo agradecemos con nuestra Eucaristía. Somos lugar de encuentro entre Dios y la comunidad, por lo que cada persona es sagrada, merece respeto, debe ser cuidada y defendida en su dignidad. Las personas no somos objeto de mercado, no somos mercancía ni cosas para la compraventa, el abuso, el desprecio o maltrato. Todo mundo merece respeto: los niños, las mujeres, los indígenas, los ancianos, los trabajadores, los migrantes, los pobres. Debemos garantizar que en cada persona se sostenga el encuentro entre Dios y su pueblo. Ese es el sentido de los mandamientos que Dios dio los israelitas, como escuchamos en la primera lectura.
Que esta celebración dominical nos sirva para agradecer a Dios el regalo de su Hijo, el Templo destruido y reconstruido en tres días. Demos gracias por el don de ser templos suyos por el Bautismo. Pidámosle que no se siga haciendo mercado con las personas, mucho menos con los pobres. Que esta celebración dominical nos impulse a valorar, respetar, cuidar y defender a todas las personas, especialmente las más vulnerables, porque son templos de Dios.
4 de marzo de 2018
Thank you- we love them!