Homilía para el 2º domingo ordinario 2023

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Juan Bautista presentó a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El modo y el costo de darnos el perdón fue su muerte en la cruz.

Cooperar con el Cordero de Dios

Textos: Is 49, 3. 5-6; 1 Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34

Juan Bautista presentó a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es la frase con que se presenta el Pan consagrado momentos antes de la Comunión sacramental. Jesús fue enviado por su Padre para traer el perdón de los pecados, para que su salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra; y el modo y el costo de darnos el perdón fue su muerte en la cruz. Pero este perdón exige la cooperación de parte de sus discípulos.

En los textos bíblicos de este domingo aparece esa misión de Jesús. Isaías habla del siervo de Dios llamado para congregar y hacer volver a Dios a su pueblo, para reconciliarlo con Él. Las primeras comunidades cristianas descubrieron en Jesús, muerto en la cruz y resucitado, a ese siervo. De hecho, al salir del agua del Jordán después de ser bautizado por Juan, Dios mismo reconoció en Jesús a su Hijo amado en quien ponía sus complacencias. Es lo que Isaías escuchó y transmitió de parte de Dios: “Tú eres mi siervo, […] en ti manifestaré mi gloria”.

Al escribir su Carta a los Corintios, San Pablo les ayuda a tomar conciencia de que fueron santificados por Dios. Es decir, les borró sus pecados y los puso en la vida de la santidad, integrándolos en su pueblo santo, en el camino de seguimiento a Jesús. Esto fue gracias a la muerte redentora de Jesús, que agradecemos en la Eucaristía. En la otra Carta a los Corintios, Pablo expresa que Dios hizo pecado a Jesús con tal de salvarnos (5,21). A ese grado llegó la solidaridad de Jesús con la humanidad: “se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Asumió nuestra condición frágil, débil, pecadora. No quiere decir que hubiera cometido pecado, pero sí que participó de todo lo que en nosotros es consecuencia del pecado: la tentación, el dolor, la angustia, el sufrimiento, la muerte. Todo esto experimentó Jesús a lo largo de su vida.

Hoy se nos ofrece una oportunidad para tomar conciencia de nuestra condición pecadora, no para asustarnos o sentirnos desgraciados, sino para ponernos en manos de Dios, experimentar su misericordia y colaborar con Él en su proyecto de salvación, que tiene como signo claro, entre muchos otros, el perdón. Una cosa es ser pecadores y otra estar en pecado; la condición pecadora la vamos a llevar toda la vida hasta el día de nuestra muerte, en el pecado podemos caer y también salir. El hecho de ser pecadores no equivale automáticamente a estar en pecado, pero sí nos hace experimentar sus consecuencias. Jesús vino para redimirnos de nuestra condición pecadora. Por eso fue presentado como el que quita el pecado del mundo.

Para redimirnos, o sea, para darnos el perdón de Dios –que no exige sacrificios por la culpa­, como dice el salmista–, el camino fue su muerte en la cruz. Ahí quedó convertido en el Cordero de Dios que, derramando su sangre, nos libró del pecado. Este fue el costo del perdón para la humanidad –para el mundo, como dice san Juan–. Además de agradecerle hoy a Dios su perdón, renovamos nuestro compromiso de colaborar con Él en su proyecto de salvación, puesto que participamos de la vida y misión de Jesús que recibimos en el momento de ser bautizados; su Espíritu también descendió sobre nosotros como bajó sobre Él, pero para realizar la misma misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios. El Reino pasa por el perdón, el servicio, la entrega de la vida. También nosotros, siendo pecadores, tenemos que luchar contra el mal y el pecado, vivir el perdón con los demás, pidiéndolo, recibiéndolo, dándolo. Por eso, al comulgar, le decimos a Dios junto con el autor del Salmo responsorial de hoy: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Dispongámonos a recibir al Cordero de Dios.

15 de enero de 2023

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