Homilía para el 2º domingo de Pascua 2022
La Palabra de Dios nos desafía hoy a reconocer a Jesús resucitado, para dar testimonio de Él.
Descubrir y testimoniar al Resucitado
Textos: Hch 5, 12-16; Ap 1, 9-11. 12-13. 17-19; Jn 20, 19-31
En los textos bíblicos recién proclamados, que nos ayudan a prepararnos para recibir la Comunión sacramental, nos encontramos con varios modos en que Jesús resucitado se encuentra con sus discípulos. Nosotros vivimos uno de esos encuentros en esta Eucaristía.
El evangelio nos ofrece la narración de los dos primeros encuentros del Resucitado con la comunidad. Él se hizo presente en medio del ambiente de encerramiento, miedo, desánimo, desesperanza, tristeza. Así estaban viviendo sus discípulos y discípulas la experiencia de fracaso por su muerte y sepultura. Lo primero que hizo fue desearles y transmitirles la paz. “La paz esté con ustedes”, les dijo. Su presencia, su voz, sus manos, sus pies y su costado llagados, les devolvió la alegría. Jesús resucitado se hace presente en la comunidad, también en las situaciones de desolación, para devolver la esperanza y dar la paz.
En ese ambiente no sólo les da la paz y los deja tranquilos, sino que los envía a la misión y para esto les regala el Espíritu Santo; les pide que vivan el perdón. Ellos, impulsados por el Espíritu, comienzan la misión dando testimonio de Jesús a Tomás, que no estaba con la comunidad cuando el Señor se hizo presente. Le dijeron que lo habían visto, que había estado con ellos, que les había dado el Espíritu Santo y los había enviado a la misión. No les creyó. Él pidió tocar sus llagas para poderles creer y convencerse de que sí había resucitado.
Esto se le cumplió en el segundo encuentro de Jesús con la comunidad, a los ocho días. Nuevamente se hizo presente en la comunidad reunida. Le ofreció a Tomás sus llagas para que las tocara y se convenciera. Esto quiere decir que el Resucitado se manifiesta en sus llagas. Y hoy hay muchísimas llagas de Jesús entre nosotros, para que ahí lo descubramos: enfermos, ancianitos solos, indígenas, mujeres solas con sus hijos, borrachitos, migrantes… Hay que tocarlos, descubrir en ellos al Resucitado y expresar que creemos en Él.
En Hechos de los Apóstoles encontramos otros modos de presencia de Jesús resucitado: en las Asambleas continuas de sus discípulos y discípulas y en la atención a los enfermos. Cuando estas dos cosas suceden, ahí se hace presente el Resucitado. Cuando se da un testimonio semejante, crece la comunidad en cantidad de miembros y en calidad de Iglesia.
El Resucitado también se hace presente en el destierro y en la cárcel, como reflexionamos ayer con un grupo de internos de la Penal después de escuchar estos mismos textos. El apóstol Juan estaba desterrado en una isla, en Patmos, como consecuencia de haber anunciado la Palabra de Dios y de haber dado testimonio de Jesús. Juan estaba en una situación semejante a la experiencia de prisión que vivieron muchas personas en las Islas Marías. Ahí se hizo también presente Jesús resucitado: era el hombre vestido con túnica larga, el que vive, el que estuvo muerto y ahí estaba vivo. Envió a Juan a dar testimonio de Él.
La Palabra de Dios nos desafía hoy a reconocer a Jesús resucitado en la comunidad reunida en su nombre, en donde hay desolación, tristeza y desánimo; en donde se construye la paz, en donde se vive la misión, en donde se perdona, en donde se tocan sus llagas vivientes y se les atiende, en donde se sufre como consecuencia de la misión.
24 de abril de 2022