Homilía para el 26º domingo ordinario 2022
En los textos de hoy aparece una situación común, denunciada por Amós y por Jesús: “no se preocupan por las desgracias de sus hermanos”.
Escuchar y actuar como hace Dios
Textos: Am 6, 1. 4-7; 1 Tim 6, 11-16; Lc 16, 19-31
En los textos de hoy aparece una situación común, denunciada por Amós y por Jesús: “no se preocupan por las desgracias de sus hermanos”. Reflexionar sobre esto nos ayuda a hacer nuestra preparación para recibir la Comunión sacramental en la celebración dominical.
La denuncia del Señor es contra quienes, apropiándose de lo que Dios dio para todos, empobrecen a la mayoría y disfrutan de la vida. Esta es la dinámica de la sociedad actual. Hay grandes desigualdades sociales y económicas: unos nadan en la abundancia, mientras que grandes masas de la población apenas tienen lo necesario para vivir o ni siquiera eso. Es una situación que desdice el proyecto de Dios, que, al entregar la Creación en manos de los humanos, nos dijo que creciéramos y nos alimentáramos. Era para todos, no para unos cuántos; era para compartir y no para apropiárselo o para privatizarlo.
Las víctimas de esta situación están clamando al cielo y Dios escucha sus lamentos, gritos y clamores, como ha escuchado siempre a su pueblo. Como signo de que Dios escucha, tanto el profeta Amós como Jesús describen y denuncian el estilo de vida de quienes en su tiempo provocan las desigualdades y el empobrecimiento. Su proyecto y estilo de vida los hacen olvidarse de sus hermanos, ignorar a los pobres, desentenderse de los que viven en la miseria, incluso echándoles la culpa de su situación, diciendo que están así por borrachos, por malgastados o porque no saben ahorrar o administrar. Una señora me dijo un día a propósito de esto: “¿Y qué ahorramos?”. Dios no ignora ni se desentiende de los pobres de su pueblo, sino que escucha sus clamores y baja para responderles.
En la pasada Asamblea diocesana reflexionamos sobre esto. Aclaramos que, al igual que Dios, tenemos que escuchar con el corazón los gritos y lamentos de los empobrecidos, sensibilizarnos y responder; solamente así podremos disponernos para escuchar a Dios.
Ignorar esta situación lleva a la condenación. Es lo que Jesús da a entender en la parábola del rico y Lázaro. Después de morir, el rico fue a dar al lugar de tormentos por provocar pobres y por ignorarlos, teniéndolos incluso a la puerta de su casa. Los perros fueron misericordiosos con Lázaro y el rico no; ellos lo acompañaban, se preocupaban por él, le limpiaban y refrescaban sus llagas, el rico las aumentaba. Lázaro era una de tantas llagas provocadas por aquel rico, expresión de los herodianos, terratenientes y sumos sacerdotes.
Dios no está de acuerdo con estas situaciones de desigualdad, porque son contrarias a su proyecto del Reino, y baja para atender a los pobres. El salmista lo describe muy bien, al cantar que Dios hace justicia al oprimido, alimenta a los hambrientos, libera a los cautivos, alivia a los agobiados, cuida al migrante, sustenta al huérfano y a la viuda.
Nosotros, miembros de la Iglesia, estamos llamados a actuar como Dios, es decir, a escuchar los gritos y clamores de los empobrecidos, a reaccionar atendiéndolos, confortándolos, curándolos, buscando una vida digna para todos. Este es precisamente el compromiso que renovamos y asumimos al recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión. Preparémonos para vivir este encuentro sacramental que nos impulsa a ser como Él.
25 de septiembre de 2022