Homilía para el 24º domingo ordinario 2022

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Los textos bíblicos de hoy nos presentan la dimensión misericordiosa de Dios, experimentada por su pueblo.

Ser agentes de misericordia

Textos: Éx 32, 7-11. 13-14; 1 Tim 1, 12-17; Lc 15, 1-32

Los textos bíblicos de hoy nos presentan la dimensión misericordiosa de Dios, experimentada por su pueblo. San Pablo sintetizó esta experiencia al decir: “Dios tuvo misericordia de mí”. El texto del Éxodo, al final, confiesa que Dios renunció al castigo que había decidido imponerles a los israelitas. Jesús, por medio de tres parábolas, reveló que su Padre es misericordioso. Esto nos compromete a prolongar entre nosotros la misericordia, porque, como expresó san Pablo, Dios nos confió el ministerio de la reconciliación.

Dios no es vengativo, no está esperando a que su pueblo falle para castigarlo; prefiere dejar que sus hijos nos perdamos o nos alejemos de Él, para manifestarnos el amor que nos tiene y salir a buscarnos o esperar a que regresemos. En relación a los israelitas, que se habían creado otro dios en un becerro de oro, que lo adoraron y confesaron que era el que los había sacado de la esclavitud en Egipto, ante la súplica de Moisés, Dios renunció a castigar a su pueblo. Ellos habían roto la Alianza y el Señor se mantuvo fiel. No se desquitó.

Ante las críticas que le hacían por juntarse con publicanos y pecadores, Jesús describió el modo de actuar de su Padre. Él fue enviado para hacer visible la misericordia de Dios y eso estaba realizando. Si sus hijos nos perdemos en la vida y tomamos otro camino, Él sale a buscarnos, como el pastor a su oveja y la señora a su moneda. Busca hasta encontrar a cada quien y, al encontrarlo, se alegra y comparte su alegría. Hace una fiesta. Si sus hijos deciden irse de la casa, acabarse toda su herencia, y deciden regresar como el hijo menor, Dios sale a encontrarlos, los acoge, los abraza, los besa, no los deja terminar su confesión, les hace una fiesta. Para Dios es motivo de alegría cada hijo o hija que vuelve hacia Él.

Sabemos que Dios es misericordioso y continuamente le suplicamos su perdón. Él siempre perdona, como les aclaró Jesús a los escribas y fariseos. Pero, ¿y nosotros, que, al rezar el Padrenuestro, le decimos que nos perdone como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no estaremos como el hijo mayor de la parábola? Él, reclamándole a su papá que le había sido obediente en todo, no se alegró con el regreso de su hermano ni quiso participar en la fiesta; no perdonó a su hermano, a pesar de que su papá se lo suplicó. La misericordia es tarea de los bautizados, es una dimensión central de la vida de la Iglesia. Estamos llamados a perdonar, a vivir la reconciliación, a ser fermento de paz, a dar testimonio de la misericordia de Dios, en medio de este mundo lleno de violencia, venganzas, desquites, resentimientos y rencores. Dice san Pablo que Dios reconcilió al mundo consigo por medio de su Hijo y nos hizo ministros de la reconciliación. Si recibimos el perdón de Dios, lo tenemos que proyectar en la familia, en la comunidad, en la sociedad.

La participación en la Eucaristía nos compromete a todo esto, pues al recibir sacramentalmente a Jesús, entramos en comunión con Él. Y si estamos en comunión con Él, tenemos que vivir el perdón como Él. No seamos mentirosos, al pedirle a Dios que nos perdone porque nosotros ya perdonamos a quienes nos ofendieron. Dispongámonos a celebrar esta Eucaristía para renovar nuestro compromiso cristiano de ser agentes de misericordia.

11 de septiembre de 2022

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