Homilía para el 21er domingo ordinario 2022

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Nadie tiene ganada la salvación por el hecho de pertenecer al pueblo de Dios.

La puerta angosta de la cruz

Textos: Is 66, 18-21; Hb 12, 5-7. 11-13; Lc 13, 22-30

El otro día, un señor que desea comulgar, pero no lo puede hacer por su situación matrimonial, preguntó: “¿Quién se salva primero: uno que toda la vida se dedica a hacer el mal y se confiesa cuando se está muriendo, o el que ayuda a los demás, sea de la religión que sea –porque Dios es el mismo, aunque se le dan muchos nombres–?”. La respuesta está en el evangelio de hoy: Dios quiere la salvación de todas las personas, independientemente del pueblo que sean y la religión que tengan. Y Jesús aclara que para lograrlo es necesario pasar por la puerta, que es angosta. Es la puerta de la cruz y cuesta trabajo entrar por ella.

Dios a nadie excluye de su proyecto de salvación. Lo tiene abierto a todas las personas de todos los pueblos de la tierra. A través de Isaías dijo que iba a venir para reunir a las naciones de toda lengua, para que vieran su gloria. Esto lo hizo realidad en Jesús, su Hijo. Además de los profetas, y asumiendo el servicio de ellos, Jesús dejó claro que muchas personas vendrán del oriente y del poniente, del norte y del sur, para participar en el banquete el Reino de Dios. Para Dios no hay límites. Su Reino no es propiedad privada, es universal.

Nadie tiene ganada la salvación por el hecho de pertenecer al pueblo de Dios. De Jesús hacia atrás era el pueblo de Israel. Muchos judíos creían que por ser israelitas ya tenían todos los derechos para estar en el Reino de Dios. Estos están retratados en los que se quedaron afuera cuando el dueño de la casa cerró la puerta. Ellos alegaban que habían comido y bebido con él y que lo habían escuchado predicar en sus plazas. El señor los desconoció porque, aunque participaron a su mesa y oyeron su predicación, se dedicaron a hacer el mal. Querían entrar por la puerta ancha, la de la vida fácil; toda la vida rompiendo la hermandad y justificarse con su participación en el culto y la escucha de las Escrituras.

Lo mismo sucede con muchos bautizados hoy. Se piensa que por ser católicos o por asistir a la Misa del domingo, o por tener todos los sacramentos, ya entraron en la vida del Reino de Dios. Ciertamente el Reino es un don, pero también es una tarea, y esta está ligada al seguimiento a Jesús. Para entrar en el Reino de Dios, hay que vivir como Jesús, servir como Él, perdonar como Él, entregar la vida como Él. Y esto todos los días. Con otras palabras, es recorrer el camino de la cruz, que no es fácil ni sencillo, porque implica cultivarlo en el corazón, optar por seguirlo, asumirlo libremente, caminar a contracorriente en el ambiente de hoy. A esto se refiere Jesús cuando dice que la puerta es angosta.

Así es que no hay que atenernos a que somos católicos, o a que participamos cada ocho días en la Misa, o que nuestra familia tiene todos sus sacramentos, o que tenemos tal o cual servicio en la comunidad. Más bien, aprovechemos la luz de la Palabra para revisar si nuestra vida la llevamos por la fácil o si nos estamos esforzando por entrar por la puerta estrecha de la cruz, junto con Jesús y como Él. Demos gracias a Dios por su proyecto de salvación, abierto a todos los pueblos de la tierra, y por realizarlo en la persona de Jesús su Hijo, que murió en la cruz por todos y resucitó para ofrecernos una vida nueva. Demos gracias también porque lo hace realidad desde los últimos, los alejados, los despreciados.

21 de agosto de 2022

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