Homilía para el 20º domingo ordinario 2022

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¿Cómo entender y aceptar que Jesús no vino a traer la paz sino la división?

Jesús, causa de división

Textos: Jr 38, 4-6. 8-10; Hb 12, 1-4; Lc 12, 49-53

Suenan extrañas en boca de Jesús las palabras que acabamos de escuchar en el texto del evangelio. ¿Cómo entender y aceptar que Jesús no vino a traer la paz sino la división? En boca de muchas personas no se escucharía extraño que están para dividir; aunque no lo digan, con sus hechos lo están realizando. Quizá hasta entre quienes estamos aquí reunidos para la Eucaristía dominical haya alguien que solamente se dedica a crear problemas, a meter cizaña, a poner a unos en contra de otros, a destruir la armonía y la unidad.

En el caso de Jesús, no se refiere a estas situaciones, sino a lo que provoca su persona y su mensaje, sus palabras y sus hechos. Las divisiones no son por diferencias en el modo de ser de sus discípulos y discípulas, como sucede frecuentemente entre nosotros, sino por su causa. La causa de Jesús fue el Reino de Dios, a esto dedicó su vida y su misión. La división provocada por Él viene por las opciones de vida. Las opciones son las que marcan los proyectos y el estilo de vida, y estas se cultivan en el corazón. Ante su mensaje a favor del Reino de Dios y la invitación a integrarse a esa causa, las personas se dividen. Hay quienes lo aceptan y hay quienes lo rechazan. Así le sucedió al mismo Jesús en su vida. Hubo quienes lo aceptaron, se decidieron a seguirlo en su camino, en su estilo de vida y en el trabajo a favor del Reino; y hubo quienes lo rechazaron hasta que lo llevaron a la cruz.

Le pasó lo mismo que a los profetas, como a Jeremías que, por predicar fielmente el mensaje que Dios le encomendó, lo encarcelaron y lo echaron en un pozo con la finalidad de matarlo. A Jesús terminaron matándolo en la cruz. Su muerte la decidieron sus enemigos casi desde el principio de su ministerio. Este fue su bautismo por el que experimentaba la angustia; la cruz fue la consecuencia de anunciar y hacer presente el Reino de Dios. Tanto a Jeremías, como al salmista y a Jesús, Dios los salvó porque confiaron en Él a pesar de los sufrimientos, la tortura y la condena a muerte. A Jeremías lo sacaron del pozo; el autor del salmo reconoce que Dios lo puso a salvo; a Jesús, su Padre lo resucitó al tercer día.

Esto mismo sucede en las familias, como anunció Jesús. Ante el hecho de que alguien decide colaborar en el barrio o colonia para reunirse como Iglesia y construir la comunidad, comienza a tener dificultades con su familia por esa razón; no se diga si se decide a entregar su vida al servicio de los enfermos, los pobres, los migrantes u otros grupos de personas excluidas. Quien opta por defender la dignidad y los derechos humanos, por denunciar situaciones de injusticia, por defender la Casa común, tiene problemas, incluso de parte de otras personas bautizadas, que también deberían decidirse a colaborar en la causa del Reino de Dios. Tal vez nosotros mismos hemos creado dificultades por esto en la familia, en la comunidad, en el trabajo, en la sociedad. Esta es la división provocada por Jesús.

Él desea que el fuego que llevaba por dentro, el Espíritu Santo que lo impulsaba y sostenía, esté ardiendo en el corazón de cada uno de sus discípulos. Revisemos nuestra vida y asumamos que le hemos impedido al Espíritu actuar en nosotros y en los demás. Abramos nuestro corazón a la persona y la causa de Jesús, aunque por ello tengamos dificultades.

14 de agosto de 2022

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