Lo que está en juego es la vida | Dichos y hechos

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El Sínodo Especial sobre la Amazonia convocado por el Papa Francisco comenzó el pasado 6 de octubre en la ciudad de Roma. Se trata de un acontecimiento sembrado de esperanzas y cargado de desafíos en este momento crucial donde está en juego la supervivencia del planeta Tierra, la convivencia de la humanidad y la posibilidad de abrir nuevos horizontes en la misión de la Iglesia.

 

Con el propósito de presentar las múltiples voces que hacen latir el corazón de este Sínodo Especial, presentamos a manera de pinceladas, algunas claves para comprender mejor su trascendencia.

 

Un sueño que busca hacerse realidad

 

En el fondo, este Sínodo busca hacer realidad las opciones y el proyecto del Reino de Dios propuesto por Jesús. Aunque, directamente es hacer realidad el sueño del Papa Francisco expresado en su encíclica Alabado Seas. Podemos afirmar que este Sínodo es hijo legítimo y primogénito de esta encíclica porque representa y proyecta el llamado del Papa a vivir una conversión ecológica integral como respuesta a la crisis humana y ambiental que vivimos.

 

El tema central de este Sínodo es: “la vida del territorio Amazónico y de sus pueblos, la vida del planeta y de la Iglesia”. El camino seguido ha sido significativo desde su preparación, pues generó un proceso de amplia participación. Los documentos de trabajo y escritos de varias instituciones y pastoralistas han despertado conciencia sobre la trascendencia de este acontecimiento.

 

El punto de arranque ha sido el ver y escuchar los gritos de la tierra y los clamores de los pueblos amazónicos cuya vida está amenazada por el despojo de su riqueza natural, cultural y espiritual. Situación que reclama reconocer la presencia de Dios y discernir nuevos caminos para promover la defensa y cuidado del territorio amazónico que alberga millones de formas de vida.

 

Esta es la esperanza de estos pueblos que son los principales interlocutores del Sínodo. Así lo afirman los indígenas de la diócesis de Guaviare ubicada en la frontera de Brasil, Colombia y Perú: “La tierra tiene sangre y se está desangrando, las multinacionales le han cortado las venas a nuestra Madre Tierra. Queremos que nuestro clamor indígena sea escuchado por todo el mundo”.

 

Esta actitud de escucha se confirmó en la amplia consulta a los pueblos originarios de la Amazonia. Según Óscar Elizalde, periodista colombiano, alrededor de 65 mil personas participaron en los procesos de consulta y preparación en las comunidades indígenas y  90% de los obispos y vicarios apostólicos amazónicos.

 

“Me ilusionó escuchar a un indígena, que al conocer el documento de trabajo para este Sínodo, me dijo: ‘ahí está nuestra palabra’; esto es lo que pronunciamos y por eso nos comprometemos a hacer realidad lo que el Sínodo nos proponga”, escribió Elizalde en su columna semanal en el periódico El Tiempo.

 

Un río de esperanza

 

Frente al sistema económico vigente que pisotea la dignidad humana, que explota y contamina los recursos naturales y descarta a los más vulnerables, el Sínodo es un río de esperanza y de vida para los pueblos amazónicos.

 

En este río, desde hace siglos corre el agua de los saberes ancestrales y la historia de los pueblos amazónicos con su estilo de vida comunitario, donde se comparten tareas y responsabilidades en función del bien vivir como un proyecto de armonía entre Dios, los pueblos y la naturaleza.

 

Por este río ha corrido el agua del anuncio del Evangelio alimentada por el servicio y testimonio de misioneros que han entregado su vida hasta el martirio. Pero también experiencias tristes y vergonzosas que han enturbiado su caudal.

 

Este Sínodo quiere hacer brotar la esperanza para emprender caminos nuevos de evangelización, no sólo para la Amazonia, sino para todas las iglesias del mundo. “Es la gran oportunidad para descubrir la presencia encarnada y activa de Dios en las diversas manifestaciones de la creación; en la espiritualidad de los pueblos originarios; en las expresiones de religiosidad popular; en las diferentes organizaciones civiles que resisten a los grandes proyectos y en la propuesta de una economía productiva, sostenible y solidaria que respete la naturaleza”, señala el documento de trabajo, en el número 33.

 

Una mesa puesta por Dios para los pobres

 

El Cardenal brasileño Cláudio Hummes quien inauguró el ciclo de conferencias precisó que este Sínodo retoma las directrices pastorales propuestas por el Papa Francisco y expresa su empeño por trazar nuevos caminos. “La Iglesia no puede permanecer sentada en su casa, cuidando solo de sí misma, encerrada entre paredes protectoras. Y menos aun mirando hacia atrás, añorando los tiempos pasados. La Iglesia necesita abrir sus puertas de par en par, derrumbar los muros que la rodean y construir puentes, salir y echar a caminar a lo largo de la historia”, afirmó.

 

Trazar nuevos caminos es el horizonte de este Sínodo. Para Hummes, la hora de iniciar la marcha es ya, sin excusas: “En estos tiempos de cambio de época, necesita caminar al lado de todos y cada uno, sobre todo de los que viven en las periferias de la humanidad”.

 

El pan amasado durante el tiempo de preparación y cocinado en la asamblea en Roma, tiene que ser el pan partido y compartido en la mesa común donde los invitados de honor sean los pobres, de manera especial, los pueblos de la Amazonia.

 

Una puerta abierta

 

En este Sínodo hay dos grandes temas que se convierten en desafíos de frente al futuro.

 

El primero es el reconocimiento de que Dios habla desde la realidad; de que Cristo, Palabra Viva, se encarna en los márgenes, donde la periferia se vuelve el centro y lo marginal se convierte en lo germinal. Esto exige reconocer la presencia de Dios en la vida, tierra y cultura de estos pueblos y por consecuencia, en todas las periferias geográficas y existenciales.

 

El segundo, es la necesidad de entablar un diálogo profundo, respetuoso y permanente entre el Evangelio y las culturas. Este es el reto pastoral de toda obra evangelizadora.

 

Este Sínodo debe ser una puerta abierta que abra nuevos caminos que respondan a estos dos grandes temas y asuman una triple conversión.

 

Primero, una conversión pastoral para ser una Iglesia más misionera, más en salida, que evangelice en lo social y que reconozca en las culturas la fuerza del Evangelio.

 

Segundo, una conversión ecológica integral que armonice las relaciones entre el ser humano con Dios y la naturaleza, y promueva nuevos estilos de vida donde el bien común y el bien vivir prevalezcan sobre los intereses personales y el bienestar a costa de la explotación y el lucro.

 

Y tercero, una conversión eclesial para ser una Iglesia más abierta y dialogante que construya procesos a partir de la escucha que discierne y reconoce la huella de Dios en la vida de los pueblos.

 

Una piedra en el zapato

 

No obstante, que este acontecimiento eclesial encierra esperanzas, no ha estado exento de riesgos que se manifiesten en críticas y resistencias.

 

Una fuerte crítica viene de gobiernos que han concedido la riqueza territorial de sus pueblos a empresas multinacionales, quienes mediante la explotación de los recursos naturales, han acumulado jugosas ganancias. Al verse afectados, su postura es negar los efectos del cambio climático y desobedecer los acuerdos internacionales firmados para defender y cuidar el medio ambiente.

 

Es un hecho que con ocasión del Sínodo se han intensificado campañas dentro del ámbito eclesial contra el Papa Francisco. Lo tildan de comunista y hereje, ingenuo, tercermundista, que antes de proponer nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral, piden que se preocupe por atender y resolver los problemas internos de la Iglesia.

Otro riesgo es considerar a los pueblos amazónicos como necesitados de asistencia y ayuda económica, y no reconocer ni valorar su sabiduría milenaria, su inmensa riqueza cultural y espiritual, para junto con esto, tenerlos presente sólo en nuestra mente pero alejados de nuestro corazón. Olvidando que son seres humanos con un proyecto de vida con sabor comunitario.

 

Otro riesgo es no reconocer la presencia de Dios en la Amazonia desde los inicios de la historia ni valorar los esfuerzos de hombres y mujeres que han anunciado la Buena Nueva del Evangelio con su servicio, testimonio y algunos con su entrega hasta el martirio.

 

Ahora estos pueblos reclaman la superación de toda mentalidad colonial, el surgimiento de una Iglesia con rostro amazónico y un aumento de los ministerios ordenados para poder así atender pastoralmente a poblaciones muy dispersas.

 

Como el sínodo sin duda tratará de no dejar a las comunidades católicas de la Amazonía perpetuamente sin eucaristía y propondrá nuevas formas de ministros ordenados, hay riesgo de que se provoque una tensión eclesial entre los grupos más tradicionales y los más abiertos a estas nuevas necesidades que buscan con audacia nuevos caminos para la Iglesia.

 

Existe también el riesgo de que los medios de comunicación desvíen su foco de atención de los temas ecológicos, siempre conflictivos, para concentrarse en el tema de la ordenación de varones casados y de los ministerios de las mujeres. Como sucedió en el Sínodo de la familia, cuando los medios se concentraron en la posibilidad de la comunión de los divorciados vueltos a casar, dejando de lado toda la problemática familiar.

 

Pero en medio de estas críticas, resistencias y riesgos, lo más preocupante es que este Sínodo se convierta en un documento más que se archive y se empolve en los estantes de las parroquias y libreros de sacerdotes, religiosas y agentes de pastoral.

 

Por otro lado, existe la ilusión y la esperanza de que este Sínodo sea un nuevo Pentecostés que nos lleve a poner los pies en la tierra, a sentir la realidad de los pueblos Amazónicos en nuestro territorio diocesano y asumir los desafíos del Sínodo como marco de referencia en los procesos hacia la elaboración de nuestro Quinto Plan Diocesano de Pastoral.

 

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