Homilía para la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios 2016
María, Madre del Dios misericordioso
Estamos celebrando en este día primero del año a la Virgen María, en su condición de Madre de Dios. Ella mejor que nadie vivió la apertura a Dios y el servicio a los demás. Escuchó su propuesta en las palabras del Arcángel San Gabriel, la pensó, aceptó y decidió; se puso a su servicio al decirle que se cumpliera en ella su palabra. Y así sucedió: inmediatamente quedó embarazada y comenzó a gestar en su vientre a Jesús. Esto le agradecemos a Dios con la Eucaristía.
María, Madre del Dios Misericordioso
Textos: Núm 6, 22-27; Gál 4, 4-7; Lc 2, 16-21.
Estamos celebrando en este día primero del año a la Virgen María, en su condición de Madre de Dios. Ella mejor que nadie vivió la apertura a Dios y el servicio a los demás. Escuchó su propuesta en las palabras del Arcángel San Gabriel, la pensó, aceptó y decidió; se puso a su servicio al decirle que se cumpliera en ella su palabra. Y así sucedió: inmediatamente quedó embarazada y comenzó a gestar en su vientre a Jesús. Esto le agradecemos a Dios con la Eucaristía.
Como parte de su servicio a Dios y a la humanidad, María dio a luz a su Hijo, se lo agradeció y lo mostró a los pastores. Algo semejante a lo que hacen muchos papás cuando salen del hospital con su niña o niño recién nacido: van a dar gracias a Catedral y a presentárselo a San José y a la Virgen del Rosario. Los pastores se unieron a la acción de gracias de María y José y glorificaron a Dios después de haber visto al Niño, como escuchamos en el texto del Evangelio.
Es la alegría de los pobres que reconocen en estos signos la acción misericordiosa de Dios a favor de la humanidad. Ellos saben agradecer al Señor sus regalos. En este caso se trata del don más grande: su propio Hijo, el cual, como dice la Carta a los Gálatas, nació de una mujer y bajo la ley. Esta mujer es María de Nazaret. Dios nos lo regaló para rescatar a la humanidad, sometida a las leyes humanas de la vida y al pecado que hace más pesadas esas leyes.
Jesús es el rostro de la misericordia de Dios. Él, con su predicación y testimonio de vida, nos dio a conocer cómo es bueno y misericordioso su Padre para con todos, especialmente para con los pecadores que acuden a Él pidiendo su perdón y para con los sufrientes que confían en su ayuda. Podemos decir por eso que María es la Madre del Dios Misericordioso, razón por la cual elevamos nuestra plegaria Eucarística al Señor en este día 1º de enero de 2016.
Hoy que se vive la Jornada Mundial de la Paz y que es día de asumir propósitos de Año Nuevo, encomendamos a la Virgen lo que realicemos durante los próximos 365 días, sobre todo para trabajar porque la paz sea una realidad. El Papa Francisco, en su Mensaje para esta Jornada, nos invita a vencer la indiferencia para conquistar la paz. Dice que “la paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”.
Nos pide tener en cuenta que “las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una «tercera guerra mundial en fases»”. Esto se cultiva en las familias a partir de las desavenencias.
En nuestras familias, comunidades y lugares de trabajo tenemos la responsabilidad de trabajar en la construcción de una vida en la paz. Los caminos para llegar a ella son varios: uno es no pasar indiferentes ante las situaciones de sufrimiento, no cerrar nuestros ojos ni nuestro corazón a los pobres, excluidos y desechados de la sociedad; otros son la práctica de la justicia, la solidaridad, la compasión, la misericordia, tanto hacia las personas como hacia la Creación.
Agradezcamos a Dios el regalo de su Hijo, nacido de la Virgen. Confiémonos “a la intercesión de María Santísima, Madre atenta a las necesidades de la humanidad, para que nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el cumplimento de nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromiso cotidiano en favor de un mundo fraterno y solidario”. Dispongámonos a recibir a su Hijo hecho Pan, con la misma alegría y sencillez de los pastores al abrazarlo recién nacido.
1º de enero de 2016