Homilía para la Navidad 2013 (Medianoche)
La alegría de los pobres
Textos: Is 9, 1-3. 5-6; Ti 2, 11-14; Lc 2,1-14.
Nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía y agradecer con ella el Nacimiento del Hijo de Dios. Los textos que escuchamos nos lo presentan como Luz, Salvador, Consejero, Dios, Padre, Príncipe de la paz, Esperanza, Mesías, Señor; pero, sobre todo, aparece como motivo de la alegría de todo el pueblo y, de modo especial, de los pobres. En esta noche nos unimos a esta alegría, lo que nos compromete a vivir pobres y a ser motivo de alegría para los pobres.
La alegría de los pobres
Textos: Is 9, 1-3. 5-6; Ti 2, 11-14; Lc 2,1-14.
Nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía y agradecer con ella el Nacimiento del Hijo de Dios. Los textos que escuchamos nos lo presentan como Luz, Salvador, Consejero, Dios, Padre, Príncipe de la paz, Esperanza, Mesías, Señor; pero, sobre todo, aparece como motivo de la alegría de todo el pueblo y, de modo especial, de los pobres. En esta noche nos unimos a esta alegría, lo que nos compromete a vivir pobres y a ser motivo de alegría para los pobres.
Solamente el pobre es capaz de alegrarse con los signos pequeños de vida y esperanza. Quien se siente grande y poderoso desprecia esos signos, porque su proyecto de vida y sus intereses son otros. Los pobres se alegran con la alegría de otros pobres. El profeta Isaías, alegre, cantó la alegría del pueblo que en medio del sufrimiento vio una luz resplandeciente de esperanza, pues se le anunciaba el fin del sufrimiento y de la tiranía de que estaba siendo objeto.
El salmista nos invita a cantarle a Dios para bendecirlo por su amor. La vuelta de Israel del destierro fue obra de Dios, como había sido la liberación de la esclavitud en Egipto y la entrada en la tierra prometida. También nos invita a comunicar a los demás pueblos ese amor y la grandeza de Dios que ve por su pueblo. No es otra cosa que ser misioneros. Para ir a la misión es necesario encontrarse con Dios y luego salir a compartir con alegría lo vivido en ese encuentro.
El encuentro con Dios lo vivimos de manera especial al encontrarnos con su Hijo. Jesús es el centro del anuncio de esta noche. Hemos escuchado la noticia del ángel a los pobres, los pastores, noticia que era y sigue siendo motivo de alegría para todo el pueblo, para toda la humanidad, menos para los grandes y potentados. Después del temor por la sorpresa de la visita del ángel, al escuchar el anuncio del Nacimiento del Niño, ellos se llenaron de inmensa alegría.
Los pobres fueron capaces de descubrir en la presencia y las palabras del ángel, la acción salvadora de Dios. Inmediatamente fueron a buscar al Niño para encontrarse con Él. Al llegar, contaron lo que les había dicho el ángel, compartieron su alegría por la noticia y por estar ante el Salvador. Se convirtieron en misioneros para José y María y para quienes estaban allí. Luego, al regresar a su vida, compartieron la alegría por el nacimiento y por el encuentro con Jesús.
¡Cómo nos falta a los miembros de la Iglesia saber alegrarnos con los pobres y con ellos! ¡Cómo nos falta vivir la alegría por los signos pequeños de vida y esperanza que Dios nos revela en la vida ordinaria! No se trata de la alegría pasajera por tener algo, por conseguir dinero o algún bien material, por tener una posición exitosa. Esa alegría –o gusto, más bien– enseguida se disuelve, porque muchos no se contentan con eso sino que quieren más. Es otra alegría.
La alegría de los pobres nace desde el fondo del corazón y lo sacia. Lo vemos bien claro en los pastores. Ellos no adquirieron bienes, no recibieron dinero, no consiguieron un éxito o fama. Fueron a ver un Niño envuelto en pañales, al Hijo de un carpintero y una mujer de pueblo, en un establo, acostado en un comedero, fuera de Belén porque nadie les dio posada. Con eso tuvieron; no querían ni necesitaban más, eso colmó su corazón y sus anhelos del Mesías.
Hoy nos encontramos con ese Jesús, nacido como nosotros para nuestra salvación. Primero en la narración del Evangelio y el testimonio alegre de los pastores; luego en su imagen, recostada en el pesebre del nacimiento; y, finalmente, en el Pan y el Vino consagrados. Este es el motivo de nuestra alegría y la fuente para ir a la misión. Vayamos como los pastores, como pobres, con alegría, a compartir el Nacimiento del Hijo de Dios y la alegría de encontrarnos con Él.
24 de diciembre de 2013