Homilía para el tercer domingo de Cuaresma 2020
Llenos de Jesús, ser sus misioneros
En los textos bíblicos, sobre todo en la primera lectura y el Evangelio, aparece una situación común: la sed. Lo que sucedió en relación a esta necesidad de agua, nos ayuda a prepararnos para recibir a Jesús en la Comunión. Él ofrece un agua viva y se nos dará como alimento para llevarlo a los demás.
Llenos de Jesús, ser sus misioneros
Textos: Ex 17, 3-7; Rm 5, 1-2. 5-8; Jn 4, 5-42
En los textos bíblicos, sobre todo en la primera lectura y el Evangelio, aparece una situación común: la sed. Lo que sucedió en relación a esta necesidad de agua, nos ayuda a prepararnos para recibir a Jesús en la Comunión. Él ofrece un agua viva y se nos dará como alimento para llevarlo a los demás.
Todos sabemos lo que es tener sed. Nadie anda a gusto, sino con desesperación, hasta que encuentra qué beber. Cuando falta el agua, el cuerpo se deshidrata; comienza jalando agua de donde puede: del cerebro, de los intestinos, de los demás órganos. Si no hay agua, se bebe lo que sea, con tal de que se quite la sed: refresco, cerveza, leche, hasta la orina…
Cuando iban por el desierto hacia la tierra prometida, a los israelitas les llegó a faltar agua, a tal grado que el autor del Éxodo describe que estaban torturados por la sed. Ellos protestaron fuertemente contra Dios y contra Moisés porque, según le reclamaron, los había llevado al desierto para hacerlos morir de sed. Dios les respondió y les dio agua en el monte Horeb, que luego fue identificado como el lugar de la rebelión. Dios está siempre al pendiente de su pueblo y lo asiste.
Jesús llegó a Sicar, cansado y sediento. Cuando llegó una samaritana al pozo, Él le pidió de beber. Era tanta la sed que se cargaba, que fue capaz de hablar con una mujer en público, de dialogar con una persona de un pueblo con que no se hablaban los judíos y de pedirle de beber. Ante la extrañeza de la mujer por lo que estaba escuchando de Jesús, Él mismo le ofreció un agua viva, un agua que quita definitivamente la sed, un agua que se convierte en manantial de vida eterna. Ella iba diariamente a sacar agua para las necesidades de su casa y, sin embargo, terminó pidiéndole al sediento Jesús que le diera de esa agua que Él le ofrecía. Esa agua es el Espíritu Santo, que nosotros recibimos en el Bautismo y cuya presencia se reafirmó y se nos hizo plena en la Confirmación.
Jesús respondió a la necesidad de la samaritana, así como Dios había atendido la necesidad de su pueblo en el desierto. Así, hoy Jesús da respuesta a nuestra necesidad de sentido en la vida.
Cuando andamos sedientos de sentido y no bebemos de Jesús, fácilmente buscamos cualquier otra persona, cosa o situación que sacie nuestra sed. Es frecuente que se beba del afán por el dinero o los bienes materiales, de las mercancías que ofrece el mercado, de quienes ofrecen droga o dinero fácil, de las oportunidades de hacer tranzas. Así se pierde el rumbo en la vida.
Jesús nos ofrece nuevamente su persona, su vida, su misión, su destino –la cruz–, para que nos llenemos de Él. Hoy nos regala como alimento su Cuerpo y su Sangre. Si nos alimentamos de Él, encontraremos el sentido de nuestra vida como personas y como discípulos suyos, y seremos sus misioneros, como la samaritana entre sus paisanos. Ella se convirtió en un manantial de vida para los samaritanos, a quienes interesó por ir a buscar y encontrarse con Jesús.
Estas dos cosas nos faltan a la mayoría de los bautizados: llenarnos de Jesús y ser misioneros en la comunidad y la sociedad. Decimos que creemos en Él, pero poco lo buscamos para encontrarlo y beber de su vida y testimonio; afirmamos que creemos en Él, pero nos avergonzamos de darlo a conocer a los demás, iniciando por la propia familia; confesamos que creemos en Él, pero no salimos a la misión. Nuestras palabras y estilo de vida, poco hablan de Jesús. Lo que decimos y hacemos, en general a nadie convencen de ir a buscar y encontrarse con Jesús.
Abramos nuestro corazón al Señor, sediento de nosotros. Pidámosle el agua viva, que convierte en misionero a quien la bebe. Dispongámonos a recibirlo sacramentalmente en la Comunión.
15 de marzo de 2020