Homilía para el domingo de Pentecostés 2018
Salir a misionar
Con la celebración de este domingo culminamos el tiempo pascual. Hace cincuenta días celebramos con solemnidad la Resurrección de Jesús. Hoy celebramos solemnemente la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad de discípulos y discípulas de Jesús. Con este hecho, que marca el nacimiento de la Iglesia, se cumplió la promesa del Señor de enviar otro Paráclito, el Espíritu de la verdad, que acompañaría a sus discípulos en la realización de la misión. Este Espíritu es la fortaleza de la comunidad para dar testimonio de Jesús hasta los últimos rincones de la tierra.
Salir a misionar
Textos: Hch 2, 1-11; Gal 5, 16-25; Jn 15, 26-27; 16, 12-15
Con la celebración de este domingo culminamos el tiempo pascual. Hace cincuenta días celebramos con solemnidad la Resurrección de Jesús. Hoy celebramos solemnemente la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad de discípulos y discípulas de Jesús. Con este hecho, que marca el nacimiento de la Iglesia, se cumplió la promesa del Señor de enviar otro Paráclito, el Espíritu de la verdad, que acompañaría a sus discípulos en la realización de la misión. Este Espíritu es la fortaleza de la comunidad para dar testimonio de Jesús hasta los últimos rincones de la tierra.
Los Doce y varias mujeres, entre ellas María la madre de Jesús, fueron bautizados con Él para salir a la misión, según la promesa de Jesús que escuchamos el domingo anterior. La fuerza del Espíritu está identificada con el ruido fuerte, con un ventarrón, con lenguas de fuego: el ruido aturde, el viento fuerte empuja, el fuego quema y purifica, aunque el Espíritu es mucho más que eso. Él transforma, impulsa, quema, sostiene, pero por dentro de las personas que lo reciben y desde el interior de la comunidad sobre la que desciende.
Esto apareció bien claro en lo que realizaron los discípulos, inmediatamente después de quedar llenos del Espíritu Santo: comenzaron a predicar el Evangelio, a dar testimonio del Resucitado, a hablar de las maravillas de Dios como dice el autor de Hechos. Lo interesante está en que a pesar de que eran gente del pueblo, sin escuela, varios de ellos pescadores, hablaban en diferentes lenguas y todos los que los escuchaban entendían su predicación. El Espíritu Santo hace que el testimonio sobre Jesús sea comprendido, aceptado y asimilado por quienes lo escuchan.
Precisamente para esto lo recibimos cada uno de nosotros. Sobre la Iglesia bajó en la fiesta judía de Pentecostés, como acabamos de escuchar. Pentecostés era la fiesta de las cosechas, de las siete semanas o de las primicias; por eso es que había gente de muchos pueblos en Jerusalén. Personalmente nosotros lo recibimos en el momento de ser bautizados. Por fuera fuimos bautizados con agua y por dentro con el Espíritu Santo. Hoy le damos gracias a Dios por este Bautismo en el Espíritu. Pero también le pedimos que nos dejemos impulsar por Él para realizar la misión.
La misión para la que recibimos el Espíritu Santo consiste en ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio a toda creatura, hacer que todos los pueblos sean discípulos de Jesús, enseñar lo que Jesús nos mandó, anunciar y hacer presente el Reino de Dios en medio de la sociedad, hacer lo mismo que el buen samaritano, construir comunidades de hermanos, luchar por la justicia y la paz. En todo esto deberíamos estar trabajando día a día los bautizados, pues es tarea de todos.
Y qué lejos estamos de dejar que resplandezca en nosotros la acción del Espíritu de Jesús, como sucedió con los discípulos el día de Pentecostés. La gran mayoría de los cristianos, aunque lo sabe y lo dice de palabra, en los hechos no colabora en la misión; muchas veces ni siquiera con el estilo de vida personal, sintetizado en los frutos que enlista Pablo en su Carta a los Gálatas: amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo; por el contrario, llevando muchas veces el estilo de vida desordenada que también señala Pablo.
En la Confirmación renovamos la presencia y acción de este Espíritu en nosotros; lo dijimos por propia palabra, ya no en voz de nuestros papás y padrinos como sucedió en el Bautismo. Asumamos pues nuestro compromiso de ser misioneros en la comunidad, testigos de Jesús hasta los últimos rincones de nuestros barrios y parroquia, en todos los campos de la sociedad.
20 de mayo de 2018