Homilía para el domingo de Epifanía 2016
La misericordia de Dios es universal
La misericordia de Dios es universal. Lo podemos descubrir en los textos bíblicos que acabamos de escuchar y se lo agradecemos con la Eucaristía de este domingo. Hoy celebramos la fiesta de la Epifanía del Señor –Epifanía significa manifestación–, y con ella reconocemos que Dios se manifestó a todos los pueblos de la tierra para mostrar su preocupación por ellos y ofrecerles su salvación. En los magos de oriente hay que ver a todas las naciones y culturas del mundo.
La misericordia de Dios es universal
Textos: Is 60, 1-6; Ef 3, 2-3. 5-6; Mt 2, 1-12.
La misericordia de Dios es universal. Lo podemos descubrir en los textos bíblicos que acabamos de escuchar y se lo agradecemos con la Eucaristía de este domingo. Hoy celebramos la fiesta de la Epifanía del Señor –Epifanía significa manifestación–, y con ella reconocemos que Dios se manifestó a todos los pueblos de la tierra para mostrar su preocupación por ellos y ofrecerles su salvación. En los magos de oriente hay que ver a todas las naciones y culturas del mundo.
Los magos, preguntando y dejándose conducir por la estrella, llegaron a Jerusalén y a Belén. Con mucha alegría se encontraron con el Niño Jesús. Lo hallaron en brazos de María, lo adoraron y le ofrecieron sus regalos. Esta es la dinámica de la vida a que estamos llamados todos los bautizados y todos los pueblos del mundo, pues Dios quiere reunidos como un solo pueblo a la totalidad de personas, grupos y países, independientemente de sus creencias y costumbres.
Nosotros hemos proclamado este proyecto de Dios en el Salmo, al suplicarle que todos los pueblos lo adoren. En esto no hay diferencia ni distinción. Las diferencias quedan unidas en la adoración al Señor, en el cumplimiento de sus mandamientos, en el trabajo por su Reino. En esto debemos aprender a dejarnos conducir por quienes tienen claros los lugares y los modos de vivir el encuentro con Jesús. Entre nosotros hay muchas estrellas que nos pueden guiar.
Como Iglesia tenemos la experiencia de catalogar como malos, perdidos, herejes, a quienes no tienen una religión como la nuestra. Durante años y siglos hemos pensado –y así nos ubicamos– que la católica es la mejor y que las gentes que profesan otras religiones andan mal y no se van a salvar. Con esto estamos cerrados al proyecto de salvación de Dios que está abierto a todas las culturas y que, por tanto, a ninguna excluye, como expresa el profeta Isaías.
Lo mismo sucede a lo interno de la Iglesia en relación a quienes viven alejados de ella. Fácilmente se les condena, se les excluye, se les abandona, se les regaña, incluso de parte de los sacerdotes. En el taller sobre la familia que estamos realizando los sacerdotes de esta Diócesis, caímos en la cuenta de que tenemos abandonadas y olvidadas a la gran mayoría de familias. Estamos esperando a que vengan a la Iglesia y no vamos a encontrarnos con ellas en su vida.
Los magos nos enseñan el camino de apertura a la misericordia de Dios. Ellos, siendo de pueblos paganos, se abrieron al mensaje de salvación de Dios, se dejaron guiar y se encontraron con Jesús, lo adoraron y le ofrecieron sus regalos. Tuvieron esa capacidad, mejor que los sumos sacerdotes y escribas, unos especialistas en el culto y otros en la Escritura; no se diga del tirano Herodes que vio amenazado su poder al escuchar que había nacido el rey de los judíos.
Teniendo en cuenta que el proyecto de salvación de Dios, que se realiza en su Hijo Jesús, es universal como da a entender Pablo en la segunda lectura que se proclamó, debemos replantear nuestra ubicación, personalmente como bautizados y comunitariamente como Iglesia. Estamos llamados a la apertura hacia las personas de otros pueblos, religiones y culturas, con la conciencia de que podemos trabajar juntos en la construcción del Reino de Dios.
Al interior de la Iglesia también debemos abrirnos a los alejados para ayudarles a que se encuentren con Jesús, como hicieron los magos de oriente. No excluyamos ni a las personas de otras religiones ni a los católicos alejados o no practicantes; más bien hagámonos instrumentos de la misericordia universal de Dios. Él nos regaló a su Hijo Jesús, que hoy se hace Pan y Vino para todos en la Comunión. Al igual que los magos, con alegría acerquémonos a recibirlo.
3 de enero de 2016