Homilía para el 5º domingo de Pascua 2016
Amarnos unos a otros, como Jesús
Lo que acabamos de escuchar en el texto del Evangelio es algo de lo que sucedió en la Última Cena. Después de haber lavado los pies de sus discípulos y de anunciar la traición de Judas, Jesús habló de su glorificación y del mandamiento nuevo. Él pidió y sigue pidiendo a sus discípulos amarse unos a otros y señaló el modo de hacerlo: de la misma manera en que Él nos ha amado; además aclaró que si vivían en el amor los demás los reconocerían como sus discípulos.
Amarnos unos a otros, como Jesús
Textos: Hch 14, 21-27; Ap 21, 1-5; Jn 13, 31-33. 34-35.
Lo que acabamos de escuchar en el texto del Evangelio es algo de lo que sucedió en la Última Cena. Después de haber lavado los pies de sus discípulos y de anunciar la traición de Judas, Jesús habló de su glorificación y del mandamiento nuevo. Él pidió y sigue pidiendo a sus discípulos amarse unos a otros y señaló el modo de hacerlo: de la misma manera en que Él nos ha amado; además aclaró que si vivían en el amor los demás los reconocerían como sus discípulos.
Se trata del signo que más claramente expresa la condición cristiana. Y no es un signo solamente, que haya que mostrarlo una vez o de vez en cuando. El amor es un modo propio de vivir, es el estilo de vida de Jesús y de sus discípulos. Esto lo asumimos en el momento de ser bautizados. A partir de allí tenemos el compromiso de vivir amando a los demás, de hacer de nuestra vida un continuo y permanente amar y amarnos como Jesús lo hizo: hasta la cruz.
El amor implica desprenderse de sí mismo, no vivir egoístamente ni sacar ventajas en la relación con los demás como nos propone la sociedad actual, basada en el mercado y el consumismo. Amar es darse, entregarse, ser para los demás, compartir el tiempo, las habilidades, los recursos para el bien de todos, comenzando con los cercanos, que son los familiares, vecinos, compañeros de trabajo o escuela, pobres. Amar es vivir la misericordia para con todos.
El modelo es Jesús. Él nos amó hasta dar la vida por todos. Un signo claro de ese amor por sus discípulos lo expresó en la Última Cena al lavarles los pies a sus discípulos, en condición de esclavo, incluso a Judas, quien después lo traicionó entregándolo para que lo mataran. La entrega diaria de la vida en el servicio, la curación de las enfermedades, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos, la multiplicación de los panes, llevó a Jesús a la glorificación.
Pero la mayor manifestación de la glorificación mutua entre Jesús y su Padre fue su muerte en la Cruz. Allí vivió a plenitud lo que pidió a sus discípulos en la Última Cena: amarse unos a otros. Con su entrega en la cruz, Jesús glorificó a su Padre, que quiere la vida para la humanidad, y el Padre glorificó a Jesús, que nos dio esa vida. A ese grado debemos vivir el amor para con los demás; de esa manera podemos también glorificar a Dios y ser glorificados por Él.
Nosotros tenemos el desafío de amarnos unos con otros en medio de un ambiente en que se buscan la vida y la comodidad para sí mismos, evitar las fatigas y compromisos, gozar la vida y olvidarse de los demás, encerrarse en sus propias cosas y estilo de vida individualista. No es fácil. Por eso decían Pablo y Bernabé que había que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. Para vivir el mandamiento nuevo que nos dejó Jesús hay que esforzarnos.
El amor se manifiesta con signos concretos, como los de Jesús. Ayudar, tender la mano, servir, compartir, convivir, perdonar, consolar. No son expresiones grandiosas, aparatosas, llamativas. Son manifestaciones sencillas pero continuas, vividas a lo interno de la familia: entre esposos, entre papás e hijos, entre hermanos, entre cuñados, entre tíos y sobrinos; y vividas entre vecinos y entre compañeros de trabajo o escuela. Amar así es estar en el cielo y la tierra nuevos.
Pidamos a Dios que no vivamos egoístamente, pensando en nosotros mismos, buscando ventajas, comodidades, placeres; así no expresaríamos que somos discípulos de Jesús. Roguémosle que salgamos de nosotros mismos para ver por los demás, ayudar en la necesidad, tender la mano en el sufrimiento, sobre todo de los pobres; así sí manifestaríamos que somos discípulos de Jesús. Que esta Eucaristía nos impulse a amarnos unos a otros como Jesús nos amó.
24 de abril de 2016