Homilía para el 5º domingo de Pascua 2015

0

Dar mucho fruto

Pascua5 B 15

Nos hemos reunido para encontrarnos con Jesús resucitado, que en este domingo se nos presenta con la figura de un árbol: la Vid. Hoy celebramos también la fiesta a la Santa Cruz, el árbol en donde Jesús dio su vida para salvarnos. Por la Palabra, la oración y la Comunión, tenemos la oportunidad de fortalecer nuestra unión con Él en esta doble dimensión de árbol que da vida, como la vid, y de quien se entrega en el árbol de la Cruz para darnos vida en abundancia.

Dar mucho fruto

Textos: Hch 9, 26-31; 1 Jn 3, 18-24;  Jn 15, 1-8.

Pascua5 B 15

Nos hemos reunido para encontrarnos con Jesús resucitado, que en este domingo se nos presenta con la figura de un árbol: la Vid. Hoy celebramos también la fiesta a la Santa Cruz, el árbol en donde Jesús dio su vida para salvarnos. Por la Palabra, la oración y la Comunión, tenemos la oportunidad de fortalecer nuestra unión con Él en esta doble dimensión de árbol que da vida, como la vid, y de quien se entrega en el árbol de la Cruz para darnos vida en abundancia.

Lo que escuchamos en el texto del Evangelio es parte de lo que Jesús dijo a sus discípulos durante la Última Cena. Son palabras, entonces, de despedida, de herencia, de recomendaciones. Lo que les pide –y eso nos alcanza a nosotros, puesto que somos discípulos suyos– es que permanezcan unidos a Él, como una rama permanece unida al tronco. Esta unión está orientada a dar frutos, como sucede con la vid y cualquier árbol frutal: se cultivan esperando sus frutos.

La comparación está muy clara: si la rama –un sarmiento es una rama– permanece unida al tronco, si no se dobla ni se quiebra, se mantiene viva y puede llegar a dar fruto; en cambio, si la rama se dobla, se quiebra o es arrancada, se seca y no da fruto. En el caso de Jesús y los suyos, Él es el tronco y las ramas son sus discípulos y discípulas. Lo que pide es que no nos apartemos de Él si es que queremos fructificar en nuestra vida; de otro modo no lo lograremos.

Otra cosa interesante es que hay un huertero que cuida la vid: es el Padre. Dios es el que cultiva la relación entre Jesús y sus discípulos. Lo hace, como todo encargado de los árboles –además es el Dueño–, no sólo con la esperanza de recoger frutos sino muchos, como expresa el final del texto. Además, Jesús dice que en eso consiste la gloria de su Padre, es decir, en que lleguemos a dar mucho fruto y por los frutos manifestemos que somos los discípulos de su Hijo.

¿Qué frutos se esperan de nosotros? Pues los mismos de Jesús. No podemos dar otros si nos llena el Espíritu Santo que inundaba a su persona. ¿Cuáles fueron los frutos de Jesús? El abajamiento en la Encarnación, la pobreza como opción vital, el servicio y la solidaridad como estilo de vida, la vivencia del perdón para los demás, la entrega de la vida para dar vida. Esto lo culminó en la cruz; desde allí, al morir, nos dio su Espíritu y nos reconcilió con el Padre.

Si esos fueron los frutos dados por Jesús –y los Evangelios nos dan muchos testimonios de su misión–, entonces esos son los frutos que nosotros debemos dar en abundancia: la humildad, la sencillez, la opción por los pobres, el servicio hacia los demás, la solidaridad para con los sufrientes, el perdón ante las ofensas, la entrega de nuestra persona en la vida de todos los días. Para fructificar de esta manera y para que Dios sea glorificado, debemos estar unidos a Jesús.

Si todos los bautizados viviéramos unidos permanentemente a Jesús, no tendríamos violencia diaria entre nosotros, mucho menos situaciones como las que vivimos el pasado día 1º; no habría injusticia ni, por tanto, tanta pobreza; no habría fracturas en la vida de las familias o entre compañeros de trabajo y entre vecinos. Aceptemos, pues, la invitación de Jesús a mantenernos unidos a Él, como las ramas que, permaneciendo unidas al tronco, logran dar frutos.

Demos gloria al Padre, no sólo con la oración eucarística dominical ni únicamente con la celebración de la fiesta a la Santa Cruz, sino produciendo con nuestra vida personal y comunitaria los mismos frutos que dio Jesús. La participación en la Eucaristía y el festejo a la Cruz nos ayudan a conservar nuestra unión a Él, pues nos llenan de su vida y reviven la presencia y acción de su Espíritu en nosotros. Preparémonos para recibir a Jesús, la Vid, en la Comunión.

3 de mayo de 2015

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *