Homilía para el 4º domingo ordinario 2016
Vivir la misericordia trae dificultades
Por lo que escuchamos en e
stas lecturas, la vida de los profetas no es fácil. Y nosotros, en el Bautismo fuimos consagrados profetas. A la luz de estos textos podemos revisar hoy nuestra vida, si estamos o no viviendo nuestra condición profética. De esta manera nos podemos preparar para recibir a Jesús en la Comunión y para salir luego a vivir como Él la misericordia, conscientes de que esto trae dificultades. A Jesús lo quisieron matar desde el comienzo de su misión.
Vivir la misericordia trae dificultades
Textos: Jr 1, 4-5. 17-19; 1 Cor 12, 31-13, 13; Lc 4, 21-30.
Por lo que escuchamos en estas lecturas, la vida de los profetas no es fácil. Y nosotros, en el Bautismo fuimos consagrados profetas. A la luz de estos textos podemos revisar hoy nuestra vida, si estamos o no viviendo nuestra condición profética. De esta manera nos podemos preparar para recibir a Jesús en la Comunión y para salir luego a vivir como Él la misericordia, conscientes de que esto trae dificultades. A Jesús lo quisieron matar desde el comienzo de su misión.
Jesús acababa de anunciar su misión en la sinagoga de su pueblo Nazaret. Ahí leyó que el Espíritu del Señor lo había ungido por para llevar la Buena Nueva a los pobres, anunciar la libertad a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Al terminar de leer esto, dijo que ese mismo día se cumplía ese pasaje de la Escritura. Unos lo aprobaban, admiraban y aceptaban; otros no y más bien lo rechazaban.
En Él se cumplía lo que Dios le anunció a Jeremías, de que le harían la guerra pero que estaría a su lado para salvarlo. De ahí la reacción de Jesús y los ejemplos que les puso para ayudarles a reconocer que la salvación de Dios es para todos, independientemente del pueblo al que pertenezcan, y que más bien los de fuera –los últimos, los extranjeros y paganos– son quienes reciben y aceptan ese mensaje de salvación y experimentan la acción misericordiosa de Dios.
Elías y Eliseo, dos grandes profetas, atendieron la situación de dos personas en situación de sufrimiento y de cercanía de la muerte. La viuda de Sarepta iba a hacer pan para ella y su hijo con la poca harina que le quedaba y luego iba a esperar la muerte; Naamán tenía lepra y si no se curaba, lo que le quedaba era esperar su muerte. Ambos recibieron la ayuda de los profetas y recobraron la vida: a la viuda ya no le faltó que comer y el sirio quedó limpio de su piel.
Estos ejemplos se convirtieron en un golpe muy duro para los judíos paisanos de Jesús, pues conocían muy bien la historia de la viuda y del leproso. Ellos eran muy celosos de su pueblo, su religión, su elección como pueblo de Dios. Y cuando escucharon estos ejemplos se enojaron, porque Jesús les hizo ver su incredulidad, su lejanía de Dios, su corazón cerrado a la misericordia de Dios para los pobres, primeros destinatarios de la misión que Jesús acababa de anunciar.
¿Qué fue lo que hicieron? Sacar a Jesús de la sinagoga y llevárselo a un despeñadero para matarlo. Ya estaba experimentando la suerte de los profetas, no sólo por el rechazo a su predicación y sus hechos sino por la condena a muerte. Poner en el centro de la misión a los pobres trae como consecuencia críticas, el descrédito, amenazas, tortura, condena a muerte. Esto sucede sobre todo si se señalan las causas de la pobreza, que se sintetizan en la injusticia.
Como bautizados, nos tenemos que preguntar si tenemos claro lo que nos toca realizar como profetas, pues tenemos la misma misión de Jesús, y si la estamos viviendo. Como Él, también debemos anunciar la Palabra de Dios, denunciar situaciones y causas de injusticia, llamar a la conversión, vivir la misericordia. En esto es fundamental lo que dice Pablo del mejor camino en la vida: el amor. Si se vive como profeta es con amor, por amor y para el bien de la comunidad.
Entonces vivir la misericordia no es fácil porque trae dificultades. Pero tenemos que realizarla, confiados a la asistencia que Dios ofrece a los profetas. El mejor ejemplo de esto lo tenemos en Jesús. Así realizó su misión: entre conflictos pero sostenido por el Espíritu Santo. Hoy que nos encontramos sacramentalmente con Él, asumamos el desafío de meter a los pobres en nuestro corazón, ponerlos en el centro de la comunidad y salir a vivir la misericordia con ellos.
31 de enero de 2016