Homilía para el 3er domingo de Pascua 2016
Dos muestras de misericordia
Al igual que la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, como escuchamos en el Evangelio, estamos juntos como Iglesia. En este domingo, el Resucitado se hace presente en esta asamblea para encontrarse con nosotros, hablarnos, reanimarnos en nuestra vida, celebrar la Eucaristía, alimentarnos, confirmar nuestro amor por Él, y seguirlo en su entrega de la vida y en el cumplimento de la misión. Esta es, como la de aquella vez, una experiencia de misericordia.
Dos muestras de misericordia
Textos: Hch 5, 27-32. 40-41; Ap 5, 11-14; Jn 21, 1-19.
Al igual que la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, como escuchamos en el Evangelio, estamos juntos como Iglesia. En este domingo, el Resucitado se hace presente en esta asamblea para encontrarse con nosotros, hablarnos, reanimarnos en nuestra vida, celebrar la Eucaristía, alimentarnos, confirmar nuestro amor por Él, y seguirlo en su entrega de la vida y en el cumplimento de la misión. Esta es, como la de aquella vez, una experiencia de misericordia.
Los discípulos habían vuelto a su vida ordinaria después de la Resurrección de Jesús. Él fue y los buscó para reanimarlos en la misión. Ya los había enviado y les había dado el Espíritu Santo para realizarla; y debían cumplirla. Entre las dificultades de la vida, Jesús no deja solos a sus discípulos y discípulas. Les preguntó si habían pescado, los escuchó con atención, hizo suya la frustración cuando le dijeron que no, les dio la indicación. El fruto fue una pesca abundante.
Ya resucitado siguió mostrando la misericordia a los suyos. No sólo por la pesca sino por su presencia misma y porque ya les había preparado una parte del almuerzo –en las brasas tenía pescado y pan–. Además, pusieron en común lo que Él tenía preparado y la pesca conseguida. Este encuentro terminó en Eucaristía, porque Jesús tomó el pan, dio gracias, lo partió y se lo repartió. El desánimo, la escucha de Jesús, el trabajo, el compartir, se convirtieron en alimento.
Esto nos dice lo que tiene que ser nuestra vida ordinaria como comunidad. Ante las dificultades de la vida, los desánimos, las necesidades, debemos escucharnos unos a otros, hacer nuestras las situaciones de los demás, trabajar juntos, compartir el fruto del trabajo, dar gracias a Dios, como Jesús hizo aquella mañana con sus discípulos. En esta Eucaristía damos gracias a Dios por los signos de misericordia y solidaridad que existen en muchas comunidades.
El otro momento de la narración del Evangelio fue el segundo signo de la misericordia de Jesús, manifestada especialmente hacia Pedro. Él lo había negado durante su Pasión. Tres veces dijo que no lo conocía, a pesar de que juró acompañarlo si era posible hasta la muerte. Jesús no le reprochó, no buscó vengarse ni le negó la palabra por lo que hizo, como sucede muchas veces entre nosotros. Lo que hizo fue preguntarle tres veces si lo quería más que los demás.
Pedro le manifestó su amor las tres veces y en cada una de ellas, Jesús le dio la encomienda de cuidar, apacentar, pastorear a sus ovejas. La negación ya había quedado atrás, el perdón estaba dado; ahora seguía el camino del seguimiento y continuaba la misión de pastorear. La vida siguió adelante, en base a la confesión del amor. A pesar de que lo había negado, Jesús le confió la misión de ser cabeza en la vida de la comunidad. Qué gesto tan grande de perdón.
Este signo de la misericordia de Jesús nos manifiesta lo que tiene que ser nuestra vida en la familia y la comunidad. Frecuentemente hay desavenencias entre familiares, entre compañeros de trabajo o de escuela, entre vecinos, a veces al grado de negarse la palabra o de buscar el desquite. El camino nos lo marca el Resucitado: perdonar sin reclamar, confiar nuevamente en la persona perdonada, seguir caminando juntos. Perdonar es un desafío grande para nosotros.
Con la Eucaristía damos gracias a Dios por las dos muestras de la misericordia de Jesús. Le pedimos que sepamos prolongarlos en la vida ordinaria de nuestra comunidad. Agradezcamos que a pesar de nuestras infidelidades y pecados, Jesús continúa invitándonos a seguirlo en su camino; demos gracias porque incluso nos encomienda tareas especiales en la vida de la comunidad. Con la profesión de fe, renovemos nuestro amor hacia Jesús para vivirlo con los demás.
10 de abril de 2016