Homilía para el 3er domingo de Pascua 2015
Comprender las Escrituras
Hoy tenemos un encuentro con Jesús resucitado, semejante a aquel que vivieron sus primeros discípulos la tarde del mismo día de su Resurrección, como lo acabamos de escuchar en el texto del Evangelio. Ellos estaban atentos a los discípulos de Emaús, que les platicaban su experiencia de reconocer a Jesús en el momento de la Fracción del Pan y cómo no lo habían reconocido mientras iba con ellos por el camino. Allí, en medio de esa plática, Jesús se hizo presente.
Comprender las Escrituras
Textos: Hch 3, 13-15. 17-19; 1 Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48.
Hoy tenemos un encuentro con Jesús resucitado, semejante a aquel que vivieron sus primeros discípulos la tarde del mismo día de su Resurrección, como lo acabamos de escuchar en el texto del Evangelio. Ellos estaban atentos a los discípulos de Emaús, que les platicaban su experiencia de reconocer a Jesús en el momento de la Fracción del Pan y cómo no lo habían reconocido mientras iba con ellos por el camino. Allí, en medio de esa plática, Jesús se hizo presente.
Su presencia fue de desconcierto para unos, de temor para otros, de dudas para todos; no sabían qué pensar, a pesar del testimonio que las mujeres les habían dado durante el día de que había resucitado y de lo que los discípulos de Emaús les estaban comentando. Si a nosotros nos hubiera tocado esa misma situación, seguramente estaríamos como ellos, llenos de dudas. Jesús les ayudó a convencerse que no era un fantasma sino que había resucitado y estaba vivo.
Lo primero que hizo, después del saludo de paz, fue calmarlos, como sucede entre nosotros cuando alguien está asustado o fuera de sí; les dijo que no temieran ni se asustaran ni dudaran. Luego los invitó a tocarlo y les enseñó sus manos y sus pies agujereados por los clavos; exactamente lo mismo que después tuvo que hacer con Tomás, como escuchamos hace ocho días. Por último, les pidió algo de comer, le dieron pescado y se lo comió. Fueron varias pruebas.
Lo que siguió, una vez estando tranquilos, tiene mucho que decirnos a nosotros. Jesús volvió a la Biblia. Les aclaró que lo que le sucedió a Él ya estaba anunciado en la Escritura. Los judíos eran –y siguen siendo– muy dedicados a la lectura y meditación del Antiguo Testamento. Allí basan su vida. Ellos seguramente conocían el Antiguo Testamento, pues era parte de su cultura, pero como que nunca pensaron que a Jesús le fuera a pasar lo anunciado en la Escritura.
San Lucas comenta que enseguida Jesús les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. En ellas, por una parte, estaba anunciado que el Mesías –o sea Él– tenía que padecer, morir y resucitar; y, por otra, que había que predicar en todas las naciones la conversión y la necesidad de volver a Dios. Es necesaria la apertura de la mente y el corazón a lo que dice la Biblia para aceptarlo, hacerlo propio, llevarlo a la práctica. Esto es un don del Resucitado.
Nosotros tenemos la Sagrada Escritura en casa. En cada vivienda hay varias Biblias; prácticamente cada quien tiene la suya. Unas preguntas: ¿quién la lee ordinariamente, ya sea de manera personal o en su familia o en las reuniones de su comunidad? ¿Quién ya la leyó toda, por lo menos una vez? ¿Los esposos la leen juntos? ¿Los papás juntan a sus hijos para leerla? ¿Comprendemos, aceptamos y ponemos en práctica lo que hemos conocido de la Biblia?
Hoy que hemos venido para encontrarnos con Jesús en la Eucaristía, Él mismo nos hace caer en la cuenta de que es necesario comprender lo que se dice de Él en la Biblia. Y no solamente para conocerlo con la mente sino para aceptarlo con el corazón y traducirlo a los hechos. A sus discípulos les dijo que ellos eran testigos de lo que Él vivió, enseñó y padeció. A nosotros nos toca dar testimonio de su persona, proyecto, misión, estilo de vida, muerte y Resurrección.
Pidamos a Jesús, no sólo en este domingo sino siempre que veamos la Biblia, que nos abra el entendimiento para comprender el texto que leamos, nos abra el corazón para aceptar lo que ahí dice y nos decidamos a ponerlo en práctica. Agradezcamos a Dios la Resurrección de su Hijo, que se hace presente entre nosotros, que nos recuerda la importancia de la Escritura y que hoy no nos pide de comer sino que nos da a comer su Cuerpo y Sangre para ser sus testigos.
19 de abril de 2015