Homilía para el 3er domingo de Cuaresma 2014
Sed insaciable, sed saciada
Textos: Ex 17, 3-7; Rm 5, 1-2. 5-8; Jn 4, 5-42.
Acabamos de escuchar el texto de la Samaritana, que nos regresa a nuestro origen como miembros de la Iglesia. Fuimos bautizados con agua y con el Espíritu Santo. Con la Eucaristía de este domingo de Cuaresma agradecemos a Dios el don del Bautismo y, por la Comunión sacramental, renovamos el compromiso de ser discípulos misioneros de Jesús. Al igual que la mujer samaritana, nos encontramos con Jesús, quien sacia nuestra sed y nos convierte en misioneros.
Sed insaciable, sed saciada
Textos: Ex 17, 3-7; Rm 5, 1-2. 5-8; Jn 4, 5-42.
Acabamos de escuchar el texto de la Samaritana, que nos regresa a nuestro origen como miembros de la Iglesia. Fuimos bautizados con agua y con el Espíritu Santo. Con la Eucaristía de este domingo de Cuaresma agradecemos a Dios el don del Bautismo y, por la Comunión sacramental, renovamos el compromiso de ser discípulos misioneros de Jesús. Al igual que la mujer samaritana, nos encontramos con Jesús, quien sacia nuestra sed y nos convierte en misioneros.
En nuestros días, quien rige los destinos de la humanidad es el mercado. El ambiente, la sociedad, las empresas, las relaciones, los medios masivos de comunicación, están marcados por la dinámica de la oferta y la demanda; las promociones, las compras, el consumo, son el pan de cada día. Esto ha generado una situación que nos debe preocupar: unos tienen necesidad de hacer negocio y vender lo más que se pueda; otros se han creado la necesidad de consumir.
En esta dinámica nadie queda satisfecho: ni los que ofrecen y venden ni los que consumen. Los que venden quieren vender más y más; para eso crean necesidades en los demás. Nunca quedan satisfechos. Los que compran quieren tener todo y, además, tener lo último que ha salido. Tampoco quedan satisfechos. Unos y otros permanecen sin quitarse la sed. A diferencia de eso, el encuentro entre Jesús y la Samaritana inicia con sed y termina con un manantial de vida.
La mujer fue al pozo para llevar, como todos los días, el agua para su casa. Ahí se encontró con Jesús, que estaba sediento por el cansancio del camino y el peso del sol. Él la desconcertó al pedirle de beber. Un judío pidiendo un favor a alguien de Samaria, una mujer dialogando públicamente con un hombre; algo impensable. Sin embargo, en el diálogo se inició un proceso de vida cristiana que culminó con la conversión, no sólo de la mujer sino de todo un pueblo.
El encuentro con Jesús llevó a la Samaritana a la conversión: ella terminó pidiéndole del agua que Él le ofrecía, un agua viva que acabaría con la sed y, además, se convertiría en un manantial abundante dentro de ella. En el diálogo, la mujer se hizo discípula de Jesús: reconoció su vida pasada y actual, aceptó el mensaje de Jesús y creyó en Él, aclaró su camino y regresó a su pueblo llena de Jesús. Se convirtió en manantial de la vida que da Jesús a quienes lo reciben.
Al compartir su experiencia con sus gentes, la mujer comenzó a vivir como misionera. Ya no tenía sed, pues Jesús se la había saciado; más bien fue a derramar entre ellos la abundancia de agua que ya poseía. Les habló de Jesús, a pesar de que era judío; se lo presentó como el Mesías, los interesó por su persona y mensaje, les despertó la fe en Él, provocó que fueran a encontrarse con Jesús. Este es el compromiso que tenemos los bautizados: ser misioneros.
Según el testimonio de san Juan, los paisanos de la Samaritana que se encontraron con Jesús, se convirtieron en discípulos suyos después de escucharlo. También se saciaron del agua que Jesús ofrecía y se hicieron manantiales de vida para su pueblo; al compartir su propia experiencia, pasaron a ser discípulos misioneros de Jesús. ¡Qué diferencia con lo que sucede con el mundo del mercado y el consumo, que se mantienen con una sed sin saciar!
Agradezcamos, pues, a Dios el don del Bautismo, que nos puso en el camino de encuentro con Jesús. Pidamos que los miembros de la Iglesia no dejemos de buscar a Jesús para encontrarnos con Él, beber del agua de vida que nos ofrece con su Palabra, saciar nuestra sed, convertirnos en manantial de vida para los demás. Que el encuentro sacramental que viviremos en esta celebración dominical, nos mantenga unidos a Jesús para ser discípulos misioneros suyos.
23 de marzo de 2014