Homilía para el 33er domingo ordinario 2013

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Dar testimonio de Jesús

Textos: Mal 3, 19-20; 2 Tes 3, 7-12; Lc 21, 5-19.

Ordinario 33 C 001

Jesús aprovechó que algunas personas estaban alabando la belleza del templo de Jerusalén, para aclarar cuál debe ser la preocupación de sus discípulos. En este domingo podemos aprovechar la enseñanza de Jesús para revisar nuestra vida y prepararnos a la Comunión sacramental. La preocupación de los discípulos de Jesús debe ser la de ser sus testigos. Los templos materiales se construyen y se destruyen y, al final de cuentas, para Jesús no son lo más importante.

Dar testimonio de Jesús

Textos: Mal 3, 19-20; 2 Tes 3, 7-12; Lc 21, 5-19.

Ordinario 33 C 001

Jesús aprovechó que algunas personas estaban alabando la belleza del templo de Jerusalén, para aclarar cuál debe ser la preocupación de sus discípulos. En este domingo podemos aprovechar la enseñanza de Jesús para revisar nuestra vida y prepararnos a la Comunión sacramental. La preocupación de los discípulos de Jesús debe ser la de ser sus testigos. Los templos materiales se construyen y se destruyen y, al final de cuentas, para Jesús no son lo más importante.

Para Jesús tienen mayor importancia las personas que los templos de material. Así como tienen su comienzo con la primera piedra, llega el día en que los templos materiales se destruyen hasta no quedar piedra sobre piedra, como sucedió con el templo de Jerusalén. Las personas se convierten en templos vivos del Espíritu Santo por el Bautismo. A partir de ese momento, Dios comienza a habitar en cada persona, con lo que ésta queda constituida en casa de Dios.

Cuando le preguntaron sobre la fecha de destrucción del templo, Jesús reorientó el diálogo hacia lo central: que sus discípulos den testimonio de Él. Pero también los previno en relación a lo que les podía suceder. Tendrían la experiencia de falsos mesías, de agoreros que anunciarían el fin del mundo, de charlatanes que infundirían el miedo. Y les pidió que no les hicieran caso. Además, les dijo que no se llenaran de pánico por las guerras o los desastres que sucederían.

También dijo de las agresiones de un país contra otro, de terremotos, epidemias y hambre, de señales prodigiosas y terribles en el cielo. Pero aclaró que no era el fin. Esto ha pasado a lo largo de la historia y quizá siga sucediendo por muchos años y siglos. Las guerras siempre son injustas, pues son expresión de las luchas por el poder entre personas, grupos o pueblos. Eso no debería suceder por la dignidad humana que poseemos las personas, grupos y países.

Las catástrofes naturales vienen por descuidos o abusos de la humanidad. La naturaleza tiene su dinámica, aquella que Dios le infundió en el momento de la creación. Lo que pasa es que se han ido invadiendo sus espacios y es cuando suceden los desastres: se construye sobre los lechos o a las orillas de los ríos, en lugares sísmicos y arenosos, en donde pasan huracanes, tifones o tornados; se talan los bosques y las selvas, se ha contaminado el medio ambiente.

Todo eso lo debemos tener en cuenta para comprometernos y colaborar a que no sigan sucediendo las guerras ni haya personas, familias o comunidades siniestradas. Esto va unido a la indicación de Jesús, que dijo que primero tenemos que dar testimonio. Él hablaba de su propia experiencia y de lo que les sucedería a sus discípulos por causa de su nombre: ser odiados, perseguidos, encarcelados, enjuiciados, traicionados, asesinados. Con esto se da testimonio de Él.

Aquí es donde hay que poner atención y revisar nuestra vida. Nos damos cuenta por las noticias de las consecuencias de los desórdenes humanos: las guerras, los desastres, el sufrimiento; pero, ¿nos preocupamos por todo eso o solamente lo comentamos como chisme? ¿No será que muchas veces colaboramos a que esto mismo suceda? Hay que preguntarnos, además, sobre nuestra manera de vivir. ¿Estamos dando testimonio de Jesús con lo que decimos y hacemos?

La Palabra nos prepara para recibir sacramentalmente a Jesús. Si comulgamos es para renovar nuestro compromiso de dar testimonio de Él. Esa debe ser la preocupación central de nuestra vida. Parte de esto consiste en no crear situaciones de conflictos, odios y desavenencias, que son principios de las guerras; en valorar y cuidar la Creación para que no haya, hasta donde nos toque, situaciones de siniestro y sufrimiento. Dispongámonos, pues, a recibir la Comunión.

17 de noviembre de 2013

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