Homilía para el 28º domingo ordinario 2014

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Invitados a la fiesta

Ord28 A 14

Nos encontramos reunidos para celebrar, como cada domingo, el Misterio Pascual de Cristo. Lo hacemos con la Eucaristía, el Banquete que el Señor prepara para sus invitados. La reflexión de los textos de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos prepara para saborear el platillo principal, que es Jesús, quien se hace Pan y Vino para nosotros. Jesús, a través de la parábola del banquete de bodas, nos hace caer en la cuenta de nuestro ser discípulos misioneros suyos.

Invitados a la fiesta

Textos: Is 25, 6-10; Flp 4, 12-14. 19-20; Mt 22, 1-14.

Ord28 A 14

Nos encontramos reunidos para celebrar, como cada domingo, el Misterio Pascual de Cristo. Lo hacemos con la Eucaristía, el Banquete que el Señor prepara para sus invitados. La reflexión de los textos de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos prepara para saborear el platillo principal, que es Jesús, quien se hace Pan y Vino para nosotros. Jesús, a través de la parábola del banquete de bodas, nos hace caer en la cuenta de nuestro ser discípulos misioneros suyos.

La parábola fue dirigida originalmente a los sumos sacerdotes y ancianos, dirigentes religiosos de los judíos en tiempos de Jesús. A ellos les echó en cara que no estaban viviendo bien su servicio de conducir a su pueblo a la vida del Reino de Dios. Hoy se dirige a nosotros para hacernos caer en la cuenta de que estamos en las mismas condiciones que ellos. La parábola habla de una situación que es muy común en nuestro ambiente: las fiestas de bodas.

Quien organiza una fiesta hace su lista de invitados y les lleva su invitación, junto con el pase. A veces leemos primero el pase y después la invitación. Las invitaciones se les llevan a personas que están en buena relación con los organizadores, a quienes están en comunión y no peleados con ellos. Quien recibe la invitación, se siente honrado y aparta su tiempo para ir. La persona que da la invitación espera que sus invitados asistan; hasta les aparta su mesa.

Así se hizo Dios con su pueblo. Los israelitas fueron los invitados principales al banquete del Reino. El Reino de Dios es la vida en la hermandad, la justicia, el perdón, la solidaridad, la paz, el amor. Y ellos, muchas veces rechazaron esta invitación; pretextos no les faltaron. Decían que Dios era muy exigente, conocieron otros dioses que les ofrecían una vida cómoda. Se fueron olvidando de darle tiempo al Señor y hacían una vida fuera de la hermandad y la justicia.

Cuando Dios les recordaba sus compromisos, asumidos en la Alianza, ellos se enojaban, lo ofendían, le volteaban la cara. Rechazaron y maltrataron a los profetas, que eran sus enviados. Al ver esta reacción de su pueblo, Dios ya no tuvo en cuenta las invitaciones y mandó que entraran al banquete todos los pueblos de la tierra. Fiesta había, faltaban comensales; por eso pidió que se convidara a todos los que se encontraran, sin distinciones, buenos y malos.

Nosotros, por ser miembros de la Iglesia católica, muchas veces nos sentimos los únicos en el proyecto de salvación de Dios. Pero, frecuentemente nos aparecen otros intereses que no son los de la vida del Reino. Hemos recibido la llamada a integrarnos a un servicio en la comunidad, nos han pedido reunirnos en la colonia o barrio para la reflexión de la Palabra de Dios, nos han invitado para visitar y atender enfermos. ¿No estaremos como los invitados de la parábola?

Además, como bautizados, tenemos otra responsabilidad: ser misioneros entre nuestros hermanos, como los criados del rey de la parábola. Si nos encontramos con el Señor, si dialogamos con Él y nos alimentamos de la Eucaristía, al menos los domingos, somos enviados a la misión. Se nos encomienda ir hasta los alejados para llevarles el Evangelio, integrarlos a la vida de la comunidad, ofrecerles a la vida del Reino. ¿Qué estamos haciendo, además de venir a la Misa?

Hoy, el Señor nos renueva la invitación a estar con Él en el banquete de su Reino. Nos prepara un platillo especial, el mejor que podemos saborear: el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. ¿Lo aceptaremos? ¿O tenemos otros proyectos, otros intereses, y mejor nos vamos sin probar la Comunión? Dispongámonos para recibir el Alimento que nos compromete a hacer realidad la vida del Reino de Dios y nos fortalece para ir a misionar entre los alejados de la comunidad.

12 de octubre de 2014

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