Homilía para el 28° domingo ordinario 2016
Ser misericordiosos ante las «lepras»
Hemos venido a esta celebración dominical con nuestras “lepras”. Traemos nuestros pecados, necesidades, angustias, enfermedades, problemáticas… Nos reconocemos necesitados de la misericordia de Dios y, como hicieron aquellos diez leprosos, le suplicamos que tenga compasión de nosotros. De hecho, ya le pedimos perdón al principio de la celebración para disponernos a recibir a Jesús en la Comunión. Él nos ha perdonado y nos da la oportunidad de comulgar.
Ser misericordiosos ante las «lepras»
Textos: 2 Re 5, 14-17; 2 Tim 2, 8-13; Lc 17, 11-19.
Hemos venido a esta celebración dominical con nuestras “lepras”. Traemos nuestros pecados, necesidades, angustias, enfermedades, problemáticas… Nos reconocemos necesitados de la misericordia de Dios y, como hicieron aquellos diez leprosos, le suplicamos que tenga compasión de nosotros. De hecho, ya le pedimos perdón al principio de la celebración para disponernos a recibir a Jesús en la Comunión. Él nos ha perdonado y nos da la oportunidad de comulgar.
Acabamos de escuchar en el Evangelio un testimonio de lo misericordioso que era Jesús. Él veía la necesidad e inmediatamente orientaba su vida, su persona, su tiempo, a consolar, confortar, curar. No esperaba más para manifestarles el amor de Dios a los que sufrían por alguna necesidad. En este caso se encontró con diez personas enfermas de lepra que le salieron al camino. Él se dirigía hacia Jerusalén para entregar totalmente su vida por la humanidad.
Jesús tuvo la capacidad de escuchar los gritos de los leprosos. Escuchar es mucho más que oír. Implica detenerse, orientar los oídos, la mente y el corazón a lo que dicen los otros, seleccionar voces entre tantas otras que se oyen alrededor, aclarar qué dicen, pensar qué hacer. Todo esto hizo Jesús ante la súplica de que tuviera compasión de ellos. La tuvo, pues se detuvo, los encomendó a Dios, les dijo que fueran a presentarse a los sacerdotes, les devolvió la salud.
No puso pretextos para vivir la misericordia, como hacemos nosotros muchas veces. Vio la necesidad e inmediatamente ayudó. Tuvo compasión de ellos, como le pidieron. O sea que hizo propia la situación de los diez, que vivían lejos de sus familias, fuera de los poblados, lejos de los caminos, con la cabeza despeinada, la cara tapada, la ropa rasgada, sin participar en los ritos religiosos, gritando que estaban leprosos cuando alguien se acercaba. Estaban desechados.
Con su actitud, Jesús nos cuestiona, pues entre nosotros hay muchas personas y familias desechadas por la sociedad actual, basada en la producción y el consumo. Incluso a muchas les hemos cerrado los accesos para que vivan su fe como miembros de la Iglesia, les hemos puesto trabas, les hemos echado en cara su vida moral, les hemos hecho sentir que están en pecado. Qué lejos estamos de ser misericordiosos como Jesús, tanto en la Iglesia como en la sociedad.
Todos los desechados de la sociedad y alejados de la Iglesia, nos gritan y piden que tengamos compasión de ellos. Hay que escucharlos, compadecernos, hacer nuestra su situación, aclarar qué debemos hacer, tenderles la mano. Con otras palabras, hacerles experimentar la misericordia de Dios, como hizo Jesús con aquellos que quedaron limpios de su piel. Al igual que Jesús, no hay que esperar que nos agradezcan, recompensen o reconozcan que los atendemos.
De los diez, solamente uno regresó a dar las gracias por la curación recibida. Era un extranjero, lo que significa que además de las cargas que tenía por ser leproso, llevaba la tacha de ser un pagano según los judíos. Él reconoció en Jesús la acción misericordiosa de Dios y se la agradeció. Jesús siguió viviendo la misericordia para con él, reconociéndole lo que los judíos no reconocían de los samaritanos y todos los extranjeros: su fe. Ésta le garantizó su salvación.
Pidamos perdón a Dios porque no siempre nos compadecemos de los excluidos y desechados, porque señalamos sus situaciones morales, porque ponemos pretextos para ser misericordiosos con ellos. Pidámosle que como Iglesia seamos sensibles ante las situaciones de sufrimiento, angustia, dolor, enfermedad, de los demás y nos compadezcamos. Que la participación en la Comunión sacramental nos impulse a ser misericordiosos como Jesús y su Padre Dios.
9 de octubre de 2016