Homilía para el 26º domingo ordinario 2014

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Cumplir la voluntad de Dios

Ord26 A 14

Nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía dominical y, con ella, agradecer a Dios la muerte y Resurrección de Jesús su Hijo. Él con su muerte en la cruz culminó el cumplimiento de la voluntad de Dios. Lo que dice san Pablo: por obediencia aceptó la muerte y una muerte de cruz, y por eso Dios lo resucitó; esto sucedió un domingo como hoy. Los textos que acabamos de escuchar nos preparan para vivir nuestro encuentro sacramental con ese Jesús resucitado.

Cumplir la voluntad de Dios

Textos: Ez 18, 25-28; Flp 2, 1-11; Mt21, 28-32.

Ord26 A 14

Nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía dominical y, con ella, agradecer a Dios la muerte y Resurrección de Jesús su Hijo. Él con su muerte en la cruz culminó el cumplimiento de la voluntad de Dios. Lo que dice san Pablo: por obediencia aceptó la muerte y una muerte de cruz, y por eso Dios lo resucitó; esto sucedió un domingo como hoy. Los textos que acabamos de escuchar nos preparan para vivir nuestro encuentro sacramental con ese Jesús resucitado.

Jesús, dirigiéndose a los sumos sacerdotes y ancianos, dirigentes judíos en su tiempo, les dijo una parábola para echarles en cara que aparentemente obedecían a Dios, pero no lo hacían. Ellos están vistos en el hijo que le dijo a su papá que ya iba, cuando le pidió que fuera a trabajar a la viña. Incluso lo trató bien, con respeto, llamándolo señor. Señor era la palabra con que los esclavos se dirigían a su dueño para manifestarle que estaban totalmente a su servicio.

El otro hijo, que primero le rezongó a su papá porque no quería ir a trabajar, se arrepintió y sí fue. En este hijo Jesús describe a los publicanos y las prostitutas, tachados como los más grandes pecadores en tiempos de Jesús. Aparentemente no cumplían la voluntad de Dios por su estilo de vida y porque ni siquiera iban al templo. Y, sin embargo, sí creyeron en la palabra de Juan el Bautista, que llamaba a la conversión. Y entraron en el camino del Reino de Dios.

Aquí viene la enseñanza de Jesús: es necesaria la conversión para entrar en la vida del Reino de Dios. Entre nosotros pasa algo semejante a lo del primer hijo, sobre todo en relación a los sacramentos. Cuando va a ser el Bautismo o la Primera Comunión de un hijo, o cuando el hijo crece y en la adolescencia pide la Confirmación; o, en el caso de uno, en la ordenación sacerdotal, o en el de quienes se casan. Todos asumimos compromisos y los expresamos con claridad.

Previo a la recepción del sacramento y como condición para recibirlo, nos comprometemos a ser bien portados, hacer una vida hermanable, vivir en la justicia y la solidaridad, vivir la fidelidad, la entrega mutua, estar al servicio de los demás, hacer vida de comunidad, participar en nuestro barrio o colonia, atender a los enfermos… o sea, decimos que vamos a vivir en el amor. Pero ya después en vida ordinaria, ¿cómo vivimos la mayoría de los bautizados?

Generalmente andamos en nuestras cosas, en nuestro mundo, sin participar en la comunidad; somos insensibles ante el sufrimiento de los demás, no vivimos la solidaridad, nos desentendemos de los que están a nuestro alrededor para servirlos, para atenderlos. Al final, con la boca decimos una cosa, incluso las fórmulas bien dichas y los compromisos bien expresados, pero nos pasa como al primer hijo del Evangelio: no vamos. Y Jesús nos llama a la conversión.

A los sumos sacerdotes, a los ancianos, a sus discípulos, en aquel tiempo, y hoy a nosotros, Jesús nos presenta una oportunidad para revisarnos y rehacer nuestro camino. Lo importante no es decir de memoria los mandamientos, sino cumplirlos; el compromiso de los sacramentos no se queda en expresar que vamos a vivir bien. Hay que hacer la voluntad de Dios. Jesús, con su vida, su abajamiento, su servicio, su entrega y su muerte en la cruz, nos indica el camino.

Hoy nos vamos a encontrar con Él en el momento de la Comunión sacramental. Recibir nuevamente este sacramento, nos impulsa a renovar el compromiso no sólo de conocer sino de vivir lo que Él nos pide. Comulgar significa unirnos a Jesús en el cumplimiento del mandamiento del amor, por obediencia a Dios nuestro Padre. Que la Comunión nos ayude a vivir la conversión, a cumplir la voluntad de Dios y enseñar esto a los jóvenes, adolescentes y niños.

28 de septiembre de 2014

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