Homilía para el 24º domingo ordinario 2021

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¡Qué difícil es ser bautizado o cristiano! Queda claro a la luz de los textos bíblicos recién proclamados. Lo difícil no está en recibir el Bautismo o los demás sacramentos —eso es fácil—, sino en vivir como discípulos de Jesús. Lo difícil no está en decir que tenemos fe, profesar que creemos en Jesús, confesarlo como Mesías, decir que es nuestro amigo —eso también es muy fácil—, sino en seguirlo con fidelidad hasta la entrega total de la vida.

Lo difícil de ser bautizados

Textos: Is 50, 5-9; St 2, 14-18; Mc 8, 27-35

¡Qué difícil es ser bautizado o cristiano! Queda claro a la luz de los textos bíblicos recién proclamados. Lo difícil no está en recibir el Bautismo o los demás sacramentos —eso es fácil—, sino en vivir como discípulos de Jesús. Lo difícil no está en decir que tenemos fe, profesar que creemos en Jesús, confesarlo como Mesías, decir que es nuestro amigo —eso también es muy fácil—, sino en seguirlo con fidelidad hasta la entrega total de la vida.

Para la gente, Jesús pasaba por un profeta y de los grandes; incluso era considerado Elías que había regresado o Juan el Bautista que había resucitado. Para sus discípulos era el Mesías. Ellos, que iban siendo testigos día a día de su predicación del Reino, de los signos que lo hacían visible, de sus “éxitos” y sus conflictos, lograban entrever en Él al Mesías anunciado por Dios y esperado por los judíos. Lo que nunca se imaginaron fue el modo de serlo. Ellos esperaban a alguien que los iba a liberar, por medio de la fuerza y de las armas, del dominio de los romanos. Pero no. Jesús les aclaró que su modo de ser el Mesías sería por medio de la entrega total de su vida. Por eso les explicó que iba a padecer mucho, a ser rechazado por las autoridades religiosas de los judíos, a ser entregado a la muerte de cruz e iba a resucitar al tercer día. Dos modos totalmente distintos de ser Mesías.

Según lo que les explicó, en Él se cumpliría la profecía de Isaías que escuchamos en la primera lectura. Lo que describió el profeta, texto que leemos y meditamos durante la Semana Santa, era el anuncio de la tortura que sí recibió Jesús: no opuso resistencia, recibió golpes en la espalda y en las mejillas, fue jaloneado, insultado y escupido, fue torturado hasta que murió crucificado y desangrado. Pero vivió su pasión como Hijo obediente, puesto totalmente en las manos de su Padre, lo que también anunció Isaías.

Lo que les anunció ya no les gustó a sus discípulos, porque echaba abajo su concepción de Mesías poderoso y triunfalista. De ahí la reacción de Pedro, que se lo llevó aparte para tratar de alejarlo de ese proyecto de Mesías débil, humillado, escarnecido y derrotado. Por si no fuera suficiente el anuncio de su pasión, muerte y resurrección, Jesús todavía invitó a la multitud y no sólo a sus discípulos a que, si alguien de veras quería seguirlo, debía —y debe— renunciar a sí mismo, cargar su cruz y seguirlo con el riesgo de perder su vida por Él y por el Evangelio. Se ve que sí es fácil confesarlo como profeta o como Mesías, pero que es difícil seguirlo con los hechos hasta la cruz, como pide Santiago.

Los bautizados fácilmente decimos que somos cristianos o católicos, que somos discípulos de Jesús, que creemos en Él, que es nuestro amigo, que es el Hijo de Dios; pero casi nadie asume su condición cristiana, su ser bautizado/a, entregando la vida por el Reino en el servicio a la comunidad, en la lucha por el bien común en la sociedad, en el cuidado de la Casa común. Para prepararnos a la Comunión, revisemos nuestra vida y descubriremos que nos falta renunciar a muchas cosas, intereses, proyectos y comodidades que nos ofrecen seguridad; que nos falta cargar la cruz del sufrimiento que trae el compromiso en una causa a favor de la dignidad humana y que nos falta cargar las cruces los pobres y sufrientes.

12 de septiembre de 2021

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