Homilía para el 22º domingo ordinario 2103

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Humillarse

Textos: Eclo 3, 19-21. 30-31; Hb 12, 18-19. 22-24; Lc 14, 1. 7-14.

Ordinario 22 C 001

A propósito de lo que vio en la casa de un jefe de fariseos, a donde había ido a comer, Jesús da una gran enseñanza, la cual no debemos ignorar sino integrarla a nuestro modo de ubicarnos en la vida. Captó que los demás invitados al banquete escogían los lugares de honor. Jesús pide, por una parte, que no busquemos los primeros lugares o los puestos de honor; y, por otra, que aprendamos a humillarnos, a buscar el último lugar, a ubicarnos como los últimos.

Humillarse

Textos: Eclo 3, 19-21. 30-31; Hb 12, 18-19. 22-24; Lc 14, 1. 7-14.

Ordinario 22 C 001

A propósito de lo que vio en la casa de un jefe de fariseos, a donde había ido a comer, Jesús da una gran enseñanza, la cual no debemos ignorar sino integrarla a nuestro modo de ubicarnos en la vida. Captó que los demás invitados al banquete escogían los lugares de honor. Jesús pide, por una parte, que no busquemos los primeros lugares o los puestos de honor; y, por otra, que aprendamos a humillarnos, a buscar el último lugar, a ubicarnos como los últimos.

A la Eucaristía, Banquete en que Jesús es el anfitrión y la comida, mucha gente trata de quedarse en los últimos lugares, mero atrás, en la puerta. Pero en el resto de la vida, generalmente no sucede así. Casi todos quieren ser los primeros, tener los puestos de importancia, subir de posición, estar en el lugar para ser servidos. Ante esta realidad, la Palabra de Dios nos cuestiona, porque los bautizados debemos dar testimonio de sencillez, de humildad, de pequeñez.

En la primera lectura escuchamos los consejos de un papá para su hijo. Le pide que haga las cosas con humildad, que se haga lo más pequeño que pueda, que no sea orgulloso, que sepa escuchar. Así tendríamos que vivir todos los miembros del pueblo de Dios, haya o no recompensa o agradecimiento; quien recompensa es Dios. Pero también viviendo en la sencillez se glorifica a Dios y, al final de cuentas, los demás valoran a la persona que es sencilla y sabe escuchar.

En el texto del Evangelio Jesús, utilizando una parábola, dio el mismo consejo a los que buscaban los primeros lugares en la fiesta. Y eso también es para nosotros, que nos reconocemos discípulos suyos. Pidió no sentarse en el lugar principal sino ubicarse en el último lugar. ¡Cuánto nos cuesta hacer esto, no sólo en las fiestas sino en la vida ordinaria!: en la familia, en el trabajo, en la sociedad. Y luego dio un paso más en su enseñanza: indicó a quién hay que invitar.

Le dijo al que lo invitó a comer que cuando organizara una comida no invitara a quien le podía devolver la invitación: familiares, amigos, personas ricas. Le dio la razón: puede ser que ellos también lo inviten y así queda pagada la cortesía. Jesús enseña que a quienes se tiene que invitar es a los que no cuentan en la vida de la sociedad, a los que no tienen con qué devolver la invitación: a los pobres. Ellos deben ser los principales en nuestras fiestas y asambleas.

En nuestra sociedad los pobres y excluidos no cuentan, no son bien vistos, no son aceptados fácilmente. Más bien son tomados como números, son rechazados, son mal vistos, son tratados con prejuicios. En la Iglesia sucede muchas veces lo mismo: tratamos bien a los que tienen dinero, a los que tienen puestos, a los que han “progresado” y despreciamos a los pobres, a los borrachitos, a los indígenas… ¿Cuántas veces los hemos ignorado o sacado del templo? Muchas.

La enseñanza de Jesús a sus discípulos es que, además de ubicarse siempre en los últimos lugares, pongan en primer lugar en su vida a los pobres. Y dice la razón: ellos no tienen con qué pagar las invitaciones, los servicios, las atenciones. Tampoco tenemos que esperar ni siquiera una palabra de agradecimiento para estar al servicio de ellos. La promesa de una recompensa es para cuando suceda la resurrección final, la que profesaremos enseguida en el Credo.

Que esta Palabra, que nos dispone a participar de la comida que Jesús nos ofrece en el Banquete eucarístico, se haga vida en nuestro corazón. Que hagamos opción en nuestra vida por ser los últimos, por humillarnos, por no buscar los primeros lugares ni los puestos de honor en ninguna parte. Que optemos por meter en nuestro corazón a los pobres para darles el lugar de preferencia en la sociedad y en la Iglesia. Que sepamos humillarnos como hizo Jesús en su vida.

1º de septiembre de 2013

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