Homilía para el 22º domingo ordinario 2016
Experimentar y vivir la misericordia
Nos encontramos reunidos para la celebración del banquete dominical de la Eucaristía, al que hemos sido convidados por el mismo Jesús. Somos sus invitados de honor, porque somos pecadores, y eso se lo agradecemos con sencillez porque no lo merecemos. Jesús da un golpe muy fuerte a los convidados a la comida en casa de aquel jefe de fariseos; pero también lo da a la sociedad de hoy, marcada por la competencia, los arribismos, las influencias, la exclusión.
Experimentar y vivir la misericordia
Textos: Eclo 3, 19-21. 30-31; Hb 12, 18-19. 22-24; Lc 14, 1. 7-14.
Nos encontramos reunidos para la celebración del banquete dominical de la Eucaristía, al que hemos sido convidados por el mismo Jesús. Somos sus invitados de honor, porque somos pecadores, y eso se lo agradecemos con sencillez porque no lo merecemos. Jesús da un golpe muy fuerte a los convidados a la comida en casa de aquel jefe de fariseos; pero también lo da a la sociedad de hoy, marcada por la competencia, los arribismos, las influencias, la exclusión.
Lo que pasó en aquella comida sucede en nuestras fiestas y pasa en la vida de la sociedad, incluso en la Iglesia. Se buscan los mejores lugares, se quiere asegurar la presencia, se aprovechan las influencias, se busca el modo de estar mejor que los demás, se cierran los espacios a los pobres, se ve bien a los ricos, se desprecia a los pobres. Algo de eso notó Jesús con los que, como Él, habían sido convidados a la comida. Y lo aprovechó para dar una enseñanza.
Esta enseñanza no era sólo para los que habían ido a comer, aunque se iba dirigida en primer lugar para ellos. Era también para sus discípulos que lo iban acompañando y es para quienes estamos bautizados y nos confesamos sus seguidores. Hay que evitar la búsqueda de los primeros puestos, de los lugares de honor, de las sillas importantes, y, más bien, buscar los últimos puestos, los lugares más alejados, las sillas de menor importancia.
Eso es trabajoso en la práctica porque nadie quiere ser de los últimos, estar “abajo”, vivir en la inseguridad, humillarse, empequeñecerse. Más bien se busca lo contrario: ser de los primeros, estar “arriba”, asegurarse, sobresalir, engrandecerse. Y curiosamente, Jesús actuaba en lo pequeño, era de los últimos, vivía en la inseguridad. Por eso pidió que sus discípulos vivamos como Él, porque empequeñecerse da la oportunidad de experimentar la misericordia de Dios.
Si se experimenta lo misericordioso que es Dios, se podrá vivir la misericordia con los demás, especialmente con los pobres. Esto lo remarcó Jesús en el consejo que dio al fariseo que lo invitó a comer. No sólo debía humillarse sino tener como invitados principales a sus comidas a los pobres, lisiados, cojos, ciegos, es decir, a los que la sociedad desecha. Esto también es fundamental en la vida de sus discípulos. La prioridad, los primeros lugares, los tienen los pobres.
Esto es un cuestionamiento fuerte a la sociedad y a la Iglesia, a nosotros personalmente y como comunidad. ¿Qué lugar tienen los pobres en nuestro corazón? ¿Qué lugar tienen en nuestra vida comunitaria? Generalmente vemos como más importantes a las personas y familias de dinero, de poder, de fama; y como menos importantes a las personas y familias sin dinero, sin poder, sin fama. ¿Cómo tratamos a unas y a otras? ¿De la misma manera? Creo que no.
La razón que da Jesús para invitar a los pobres es que ellos no tienen con qué recompensar la convidada. Eso lo que le da valor a la invitación. La recompensa vendrá después. A los que la sociedad desecha son a los que Jesús quiere poner en el primer lugar. Además, a ellos hay que servir, porque los invitados principales al banquete son servidos, nada les falta, se les ofrece de todo. Así debe ser nuestra vida de Iglesia para con los pobres, migrantes, enfermos, etc.
Si actuamos de esta manera, entonces podremos celebrar bien el banquete de la Eucaristía, porque es la comida de la igualdad, la hermandad y la misericordia. Aquí los pecadores son –somos–los invitados de Jesús. Los pobres tienen los lugares más importantes, los de honor, porque Jesús se los ha dado. Los desechados de la sociedad son los primeros en la comunidad. Alimentados por la Comunión vayamos a vivir la misericordia con ellos para ganarnos la de Dios.
28 de agosto de 2016