Homilía para el 22° domingo ordinario 2017
Cargar las cruces de los crucificados
El domingo pasado escuchamos la confesión que, a nombre de los discípulos, le hizo Pedro a Jesús. Le dijo que era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús les pidió que a nadie le dijeran que él era el Mesías. Como todos los judíos, los discípulos esperaban un Mesías poderoso, guerrero, victorioso. Jesús les aclaró su modo de ser Mesías: servidor hasta la muerte, perseguido por causa del Reino, sufriente como los pobres, crucificado por las autoridades religiosas. Lo acabamos de escuchar en el texto del evangelio. A este Jesús recibiremos en la Comunión.
Cargar las cruces de los crucificados
Textos: Jr 20, 7-9; Rm 12, 1-2; Mt 1|6, 21-27.
El domingo pasado escuchamos la confesión que, a nombre de los discípulos, le hizo Pedro a Jesús. Le dijo que era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús les pidió que a nadie le dijeran que él era el Mesías. Como todos los judíos, los discípulos esperaban un Mesías poderoso, guerrero, victorioso. Jesús les aclaró su modo de ser Mesías: servidor hasta la muerte, perseguido por causa del Reino, sufriente como los pobres, crucificado por las autoridades religiosas. Lo acabamos de escuchar en el texto del evangelio. A este Jesús recibiremos en la Comunión.
A Pedro no le agradó que Jesús les dijera que iba a padecer, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Eso no coincidía con la imagen que ellos tenían del Mesías y se sintió con derecho de apartarlo de ese camino, que pasaba por la cruz. Le dijo que eso no le podía suceder. Al igual que a muchos de nosotros hoy, a los discípulos les costaba trabajo aceptar que el camino de Jesús llegara hasta el sufrimiento y la muerte. Más bien querían el de la fama, el del éxito, el del triunfo. Así es el pensar humano, no el de Dios, como le dijo Jesús a Pedro.
La respuesta de Jesús fue pedirle a Pedro que se apartara de él, que no le sirviera de piedra de tropiezo, que no fuera Satanás, que se pusiera a seguirlo en su camino. A Pedro no le tocaba decirle qué sí y qué no debería hacer Jesús, solamente seguirlo hasta el final. Tampoco a nosotros nos corresponde decir qué tenemos que hacer en nuestra condición de bautizados; simplemente seguir a Jesús, asumir las exigencias que Él plantea, dejarnos conducir por Él. Es bien fácil que busquemos el modo de llevar una vida cristiana cómoda, que pongamos trabas al compromiso, que no asumamos responsabilidades en la comunidad, que seamos piedra de tropiezo para otros.
Enseguida Jesús dijo lo que debíamos hacer sus discípulos: renunciar a sí mismos, tomar la propia cruz y seguirlo. Se trata de tomar su mismo estilo de vida; seguir su mismo camino, que va hacia la cruz; entregar la vida día a día en el servicio a los demás, cargar las cruces de los pobres, de los crucificados por la sociedad; hacer propias las situaciones de sufrimiento de los descartados, cuidar la Casa común también crucificada.
Quien viva de esta manera, va a sufrir las mismas consecuencias de Jesús: el desprecio, el rechazo, las calumnias, la condena a muerte. Como el profeta Jeremías, que era la burla de todos, al grado que pensaba en dejar ya el servicio de profeta. Sin embargo, descubría que por encima de los problemas Dios lo sostenía en su misión. Así le sucedió a Jesús. Cómo nos falta comprometernos en la misión y, aunque haya dificultades por realizarla, experimentar la ayuda del Señor, su asistencia, su seducción, para continuar. Jesús decía que quien perdiera la vida por Él la iba a encontrar. Con esa confianza debemos asumir el seguimiento a Jesús y la misión.
Revisemos nuestra vida. ¿Cómo andamos en el seguimiento a Jesús? ¿Ponemos trabas para asumir el compromiso de ser misioneros? ¿Queremos la vida cristiana sin compromisos o estamos esforzándonos por vivir como Jesús? ¿No estaremos siendo piedra de tropiezo para otros que sí quieren comprometerse a seguir a Jesús hasta el final?
Pidamos a Dios en la oración que siempre estemos dispuestos a seguir a Jesús, de acuerdo a las condiciones que Él plantea. Preparémonos para recibir a Jesús en la Comunión sacramental. Al comulgar, renovemos nuestro compromiso de bautizados: renunciar a nosotros mismos, cargar las cruces de los crucificados y seguir a Jesús, el Mesías, en su camino y estilo de vida.
3 de septiembre de 2017