Homilía para el 19º domingo ordinario 2016

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El tesoro de la misericordia

Ord19 C 16

El texto del Evangelio continúa con el tema de hace ocho días y da un paso más. Jesús siguió hablando sobre la riqueza que vale a los ojos de Dios: vender los propios bienes y compartirlos con los pobres, algo que no es fácil y que rechaza la sociedad en que vivimos. La propuesta de Jesús consiste en deshacerse de los propios bienes y repartirlos entre los pobres. Esto lo que debe ser considerado en el corazón de sus discípulos como el gran tesoro que se posee.

El tesoro de la misericordia

Textos: Sb 18, 6-9; Hb 11, 1-2. 8-19; Lc 12, 32-48.

Ord19 C 16

El texto del Evangelio continúa con el tema de hace ocho días y da un paso más. Jesús siguió hablando sobre la riqueza que vale a los ojos de Dios: vender los propios bienes y compartirlos con los pobres, algo que no es fácil y que rechaza la sociedad en que vivimos. La propuesta de Jesús consiste en deshacerse de los propios bienes y repartirlos entre los pobres. Esto lo que debe ser considerado en el corazón de sus discípulos como el gran tesoro que se posee.

Vivir esta propuesta de Jesús es un desafío grande para nosotros, porque en el ambiente actual se tiene como centro el dinero. A él se le rinde culto, se le orienta la vida, se le encauzan los proyectos, se le sacrifica a los pobres. El dinero se ha convertido en el más grande tesoro. Lo vemos en personas, instituciones, grupos, partidos. La lucha encarnizada por poseerlo y conseguir lo más que se pueda, lleva a acrecentar las desigualdades, la injusticia, la pobreza.

Jesús pide que sus discípulos tengamos bolsas indestructibles que lleven por dentro un tesoro duradero y que allí tengamos puesto nuestro corazón. Es el tesoro de la misericordia; ésta debe estar en el centro de nuestro corazón, orientar nuestros proyectos y mover nuestra vida. Por la misericordia nadie se pelea, con ella se disminuyen las desigualdades, se aligera la pobreza, se respeta la dignidad de las personas, se cuida la naturaleza, se fortalece la hermandad.

Cuando se tiene al dinero como tesoro, el corazón y la vida de la persona se convierten en enemigos de los demás. En cambio, cuando se considera a la misericordia como tesoro, el corazón y la vida de la persona se convierten en entrega para los demás. Así se ubicó Jesús. Toda su vida estuvo al servicio de los demás, especialmente de los pobres, excluidos, pecadores, porque su corazón –que es manifestación del amor de Dios– los tenía como el más grande tesoro.

Un comercial. El diácono San Lorenzo era el administrador de los bienes de la Iglesia. Su servicio principal –que es el que da sentido al ministerio diaconal– consistía en la atención a los pobres. Cuando fue apresado, el emperador le exigió las riquezas de la Iglesia. Lorenzo le pidió tres días de plazo para juntarlas y llevárselas, y cumplió su palabra: llegó con un grupo de cojos, huérfanos, viudas, leprosos… y le dijo al emperador: estos son los tesoros de la Iglesia.

El servicio a los pobres, la misericordia con los pecadores, el perdón a los enemigos, la entrega de la vida por los demás, son tesoros que nunca buscarán los ladrones, son bienes que jamás se llenarán de polilla, son riquezas que no estarán como punto de lucha entre las personas. Son cosas que se van juntando para el cielo. Pero hay que estarlas viviendo y cultivando día a día. Es lo que Jesús quiso decir al hablar de la túnica puesta y las lámparas encendidas.

La misericordia, el servicio, el perdón, el cuidado de los pobres, la atención a los enfermos, son parte del encargo que recibimos al ser bautizados. Todos los miembros de la Iglesia, personalmente y como comunidad, somos responsables de vivirlos. En esto debemos portarnos con fidelidad y prudencia, como explicó Jesús en la parábola del administrador, con la conciencia de que el día menos esperado llegará el Señor a pedirnos cuentas. Y no hay que confiarnos.

Pidamos a Dios que la Iglesia no busque el dinero, los bienes, el poder. Que más bien nos esforcemos por ser misericordiosos con los pobres, los enfermos, los desechados, la creación. Que allí tengamos puesto nuestro corazón porque los consideramos el más grande tesoro de Dios y de la Iglesia. Que la Comunión del Cuerpo y la Sangre Jesús, nos fortalezca para sostenernos, personal y comunitariamente, en el esfuerzo por acumular en el cielo el tesoro que no se acaba.

7 de agosto de 2016

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