Homilía para el 17º domingo ordinario 2018

0

El compartir hecho Eucaristía

Ordinario17 B 18

El domingo pasado escuchamos cómo a Jesús se le removieron las entrañas al ver a la multitud que andaba como ovejas sin pastor y cómo comenzó a atenderla enseñándoles muchas cosas. Hoy, en el texto del evangelio, nos encontramos con la segunda parte de ese encuentro. La preocupación de Jesús no fue sólo por la enseñanza sino también por el hambre que estaba sintiendo la gente. Él fue el primero en reaccionar ante esta situación y la planteó a sus discípulos. Hoy lo hace para nosotros, que nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía dominical.

El compartir hecho Eucaristía

Textos: 2 Re 4, 42-44; Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15

Ordinario17 B 18

El domingo pasado escuchamos cómo a Jesús se le removieron las entrañas al ver a la multitud que andaba como ovejas sin pastor y cómo comenzó a atenderla enseñándoles muchas cosas. Hoy, en el texto del evangelio, nos encontramos con la segunda parte de ese encuentro. La preocupación de Jesús no fue sólo por la enseñanza sino también por el hambre que estaba sintiendo la gente. Él fue el primero en reaccionar ante esta situación y la planteó a sus discípulos. Hoy lo hace para nosotros, que nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía dominical.

Jesús cayó en la cuenta de que la gente que lo escuchaba no había comido. Tenían hambre. Él como pastor vio qué hacer para atender a la multitud. Pero no era responsabilidad solamente de Él; por eso devolvió el asunto a sus discípulos, preguntándoles cómo comprar comida para que todos comieran. Felipe comenzó a sacar cuentas y vio que el salario de doscientos días no ajustaría para que a cada quien le tocara siquiera un pedacito de pan, mucho menos para saciar el hambre de todos. Andrés captó que un muchacho traía cinco panes y dos pescados y que estaba dispuesto a compartirlos, aunque pareciera casi nada para tanta gente. De algo servirían.

Este era el modo de solucionar el problema. El camino para combatir la pobreza, la necesidad, el hambre, es compartir. Si unos tienen hambre es porque otros acaparan el alimento. El acaparamiento lleva al empobrecimiento. Dios nos dio alimento suficiente para todas sus creaturas, para que nadie sufra porque no tiene qué comer. El problema está en que unos pocos han ido acumulando lo que es de todos y la mayoría paga las consecuencias. Jesús nos enseña a poner en común lo que somos y lo que tenemos. Así se da testimonio de discípulos ante los que acumulan egoístamente.

Los cinco panes y los dos pescados fueron suficientes para dar de comer a aquella multitud, porque lo que hizo aquel muchacho lo siguieron muchos. Jesús ayudó a actuar de esta manera y todos comieron, no un pedazo, sino todo lo que quisieron hasta quedar saciados. Lo mismo había pasado con los veinte panes que el criado de Eliseo dio para las cien personas. Todos comieron y hasta sobró. Con Jesús también ajustó y quedó; llenaron doce canastos con los pedazos sobrantes.

Cómo nos falta cultivar esta dinámica para ayudarnos a salir adelante ante las situaciones de pobreza, falta de comida, enfermedades, carestía. Teniendo en cuenta lo realizado por Jesús, debemos poner en común nuestros bienes para que nadie pase necesidad. Así vivían las primeras comunidades cristianas. No deben existir los acaparadores. Las organizaciones básicas (cooperativas, talleres, huertos familiares, cajas de ahorro…) tienen esta dinámica de compartir lo que sus miembros tienen para ayudarse y vivir la solidaridad con otros pobres.

Esto nos obliga en base a nuestra condición de bautizados, que san Pablo nos recuerda. Somos un solo cuerpo, nos anima un solo Espíritu, tenemos una sola fe, una sola esperanza, un solo Dios y Padre; debemos tener una sola caridad. En la Comunión nos alimentamos del mismo Cuerpo sacramental de Jesús, que se queda en el Pan y el Vino, para realizar lo mismo que Él.

La base para poder celebrar bien la Eucaristía dominical debe ser nuestra experiencia de compartir como pobres y entre pobres lo que tenemos para ayudarnos. Una vez que el muchacho puso en común sus panes y sus pescados, Jesús celebró la Eucaristía: los tomó, dio gracias a Dios y los repartió. Así deberían ser nuestras Misas. Hay que traer cada ocho días nuestros esfuerzos comunitarios de compartir para convertirlos en verdaderas Eucaristías.

29 de julio de 2018

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *