Homilía para el 14º domingo ordinario 2015

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Incredulidad

Ord14 B 15

Una vez más nos reunimos para encontrarnos con Jesús, alimentarnos de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre e ir a dar testimonio de Él en la comunidad y en el mundo. Hoy, a la luz de lo que sucedió en la sinagoga de Nazaret, podemos revisar nuestra vida: si somos creyentes o no en Jesús, si aceptamos o no sus enseñanzas, si le creemos o no a su testimonio de vida, si recibimos el Evangelio o no cuando nos lo ofrecen familiares, vecinos o compañeros de trabajo.

Incredulidad

Textos: Ez 2, 2-5; 2 Cor 12,7-10; Mc 6, 1-6.

Ord14 B 15

Una vez más nos reunimos para encontrarnos con Jesús, alimentarnos de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre e ir a dar testimonio de Él en la comunidad y en el mundo. Hoy, a la luz de lo que sucedió en la sinagoga de Nazaret, podemos revisar nuestra vida: si somos creyentes o no en Jesús, si aceptamos o no sus enseñanzas, si le creemos o no a su testimonio de vida, si recibimos el Evangelio o no cuando nos lo ofrecen familiares, vecinos o compañeros de trabajo.

Jesús iba anunciando el Reino de Dios con sus palabras y lo hacía presente con sus hechos, como la curación de enfermos, la expulsión de demonios, la tranquilización del mar. Como en todos lados, había quienes aceptaban su mensaje y quienes lo rechazaban. Generalmente los más cercanos a Él aparecían renuentes: sus familiares, sus vecinos, incluso sus discípulos; y lo aceptaban con más facilidad las personas paganas, las excluidas de la sociedad, las impuras.

Dice san Marcos que la gente que escuchaba a Jesús en la sinagoga de su pueblo estaba asombrada de su sabiduría y del poder que tenía para hacer milagros. Ése no era el problema. Cuando alguien habla con sinceridad, con el corazón lleno de Dios, con seguridad, no tiene problema porque su palabra está respaldada. Así lo hacía Jesús. Cuando alguien hace el bien a los demás, sirve a los pobres con gusto, vive en la justicia, se gana la autoridad moral como Jesús.

El problema era su persona: quién hablaba así y actuaba con esa fuerza. De la admiración, sus paisanos pasaron a la duda. ¿Cómo era posible que uno de ellos, uno que nació, creció y se formó entre ellos, estuviera actuando de esa manera? Si era hijo de un carpintero, si su mamá era una mujer del pueblo, si su familia era pobre, si no había asistido a aprender la Escritura con un Maestro de la ley, ¿cómo podía realizar semejantes cosas? Era lo que se preguntaban.

Jesús reconocía y aceptaba su origen, su familia, su condición, su identidad; para nada renegó de esto. Pero captó que estaba corriendo la suerte de los profetas. Y, aunque se extrañó de la incredulidad de sus paisanos, no se desanimó por el rechazo que estaba experimentando, sino que siguió adelante con su servicio al Reino, curando algunos enfermos y enseñando el Evangelio en otros pueblos. Cuando alguien tiene clara su misión, las dificultades no lo frenan.

Nos hace bien preguntarnos si somos creyentes en Jesús o no. Ciertamente en el Credo expresamos nuestra fe en Él; decimos que creemos que es el Hijo de Dios, que se encarnó en el vientre de María, que murió, resucitó y subió al cielo. Pero si revisamos nuestra vida, ¿podemos decir que nuestro modo de vivir está en consonancia con las enseñanzas y el testimonio de Jesús? Porque quien le cree a Jesús pone en práctica sus enseñanzas y vive como Él vivió.

Otro punto de valoración de nuestra vida es la aceptación o rechazo de la Palabra de Dios cuando nos la ofrece alguien que no tiene estudio, mucho menos una profesión; que es vecino nuestro, sobre todo si es pobre, y nos vemos día a día; que es compañero de trabajo y lo conocemos bien. Aunque sea el mismo Evangelio que se nos ofrece, hay la tendencia a creerles más a personas estudiadas o de dinero o que vienen de fuera, como los paisanos de Jesús.

Ojalá que por un lado y por otro seamos creyentes en Jesús, o sea, por acomodar nuestra vida al Evangelio y por aceptar la Palabra que nos ofrecen las personas que nos son cercanas. Que estemos siempre abiertos a Jesús y al Evangelio que Él nos ofrece, que aceptemos y nos unamos al anuncio y construcción del Reino de Dios. Con la profesión de fe y con la oración, preparémonos para recibir a Jesús que se nos da como alimento y nos fortalece en nuestra fe.

5 de julio de 2015

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