Homilía para el 12º domingo ordinario 2019
Seguir al Mesías sufriente
El Evangelio que acabamos de escuchar nos vuelve al compromiso bautismal de seguir a Jesús. En esto consiste la vida de los bautizados, por lo menos en la teoría. Recordar hoy el proyecto de seguir a Jesús y renovarlo al comulgar sacramentalmente, nos compromete a mantenernos en la experiencia de hacerlo personalmente y como comunidad. Con más razón porque a lo largo del mes hemos acompañado a niños y niñas de nuestra comunidad parroquial a su Primera Comunión y el jueves pasado celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Seguir al Mesías sufriente
Textos: Zac 12, 10-11; 13, 1; Gal 3, 26-29; Lc 9, 18-24
El Evangelio que acabamos de escuchar nos vuelve al compromiso bautismal de seguir a Jesús. En esto consiste la vida de los bautizados, por lo menos en la teoría. Recordar hoy el proyecto de seguir a Jesús y renovarlo al comulgar sacramentalmente, nos compromete a mantenernos en la experiencia de hacerlo personalmente y como comunidad. Con más razón porque a lo largo del mes hemos acompañado a niños y niñas de nuestra comunidad parroquial a su Primera Comunión y el jueves pasado celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Jesús preguntó a sus discípulos sobre lo que la gente decía de Él. Para las multitudes era un profeta: Juan el Bautista que había resucitado, Elías que había regresado o algún otro profeta de los antiguos que había resucitado. Eso era Jesús para la gente. Así lo identificaban porque llevaba la vida de un profeta: vivía sin lujos, austeramente, hablando de Dios y su reinado, invitando a la conversión, denunciando situaciones de injusticia. Y luego les devolvió la pregunta a ellos.
A nombre de los Doce, Pedro le dijo que era el Mesías de Dios. Ellos, como todos los judíos, esperaban la llegada del Mesías, prometido desde la antigüedad. Lo esperaban imponente, grandioso, poderoso. Y ellos participaban de esa manera de concebir al Mesías. Para comenzar, Jesús les ordenó que a nadie le dijeran que era el Mesías. No buscaba poder, fama, dominación, ni nada por el estilo, sino servicio, entrega, vida para los demás. Por eso, para explicarles lo que significaba ser el Mesías según el proyecto de Dios, inmediatamente les anunció que sufriría mucho, que sería rechazado por las autoridades religiosas de los judíos, que sería entregado a la muerte y que resucitaría al tercer día. Se presentó como un Mesías sufriente, tal como lo anunciaron los profetas. La primera lectura, tomada de Zacarías, habla de Él como el que sería atravesado por una lanza, como el primogénito muerto, convertido en fuente de perdón y vida nueva.
Y enseguida, para que no se ilusionaran con la idea de un Mesías poderoso que les iba a traer prestigio, fama, poder, les hizo una invitación a ellos y a la multitud. Quien quiera seguirlo, quien quiera ser discípulo del Mesías, debe renunciar a sí mismo, tomar su cruz y seguirlo. El discípulo tiene que vivir la misma experiencia del Maestro, es decir, llevar una vida austera, estar lleno de Dios y hablar de Él y su reinado, denunciar las injusticias, convocar a la conversión, cargar la propia cruz y las cruces de los pobres, experimentar el rechazo, el sufrimiento y la condena a muerte. Todo esto va incluido en la confesión de Jesús como el Mesías de Dios.
La renuncia a sí mismos es la base para la vida cristiana. No somos nosotros los importantes, ni tenemos que poner las condiciones para decir cómo debe ser la vida cristiana, ni debemos buscar nuestros propios intereses egoístas, satisfacer nuestros gustos personales, como pasa con la mayoría de los bautizados, sino que tenemos que estar totalmente disponibles, desprendidos de todo, para asumir el estilo de vida de Jesús, el Mesías sufriente, y seguirlo en su camino.
Tampoco basta con decir de memoria, mecánicamente, lo que aprendimos sobre Jesús en la catequesis para decir que ya estamos preparados para recibir los sacramentos o que somos buenos cristianos. Se necesita hacer la experiencia de encuentro con Él y de seguirlo en su camino de entrega de la vida. Esto es algo de todos los días y de toda la vida.
Hoy, al participar en la Eucaristía dominical, renovamos el compromiso de renunciar a nosotros mismos, de cargar nuestra cruz de cada día y de seguir a Jesús, con el riesgo de perder la vida.
23 de junio de 2019