El Papa Juan XXIII, una vida ejemplar

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Nos acercamos a los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II, acontecimiento que marca el caminar de la Iglesia de nuestros días, realizado de 1962 a 1965. Fue mérito del papa Juan XXIII convocar e inaugurar solemnemente el Concilio en la Basílica de San Pedro el 11 de octubre de 1962, con la participación de más de 2,500 obispos. El papa quería abrir las puertas y ventanas de la Iglesia para que entrara el aire nuevo y proyectarla con esperanza de frente al futuro. Por eso, en este artículo retomamos algunos rasgos de la vida del “Papa Bueno”, beatificado el año 2000 por el Papa Juan Pablo II.

Angelo Giuseppe Roncalli vino al mundo en Sotto il Monte, provincia de Bérgamo, Italia, el 25 de noviembre de 1881. Sus padres se llamaban Giovanni Battista Roncalli y Marianna Mazzola. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento por el párroco Francesco Rebuzzini que, según testimonio del mismo Angelo, era un sacerdote santo, reconocido y venerado como tal por cuantos lo conocieron.

De la escuela rural de Sotto il Monte pasó primero a un modesto colegio de Celana, y luego fue, durante un breve período, alumno del párroco Rebuzzini. En seguida, el 3 de noviembre de 1892, entró en el Seminario de Bérgamo, donde permaneció ocho años, hasta finales de 1900.

El mismo año de 1900, el obispo Guindani decidió enviar a Roma al joven seminarista Roncalli, con el fin de prepararlo mejor en sus estudios, no sabía su obispo que, mientras pensaba en prepararlo para que sirviese mejor a la Diócesis de Bérgamo, en realidad lo estaba preparando para que realizara una misión entregada a favor de la Iglesia universal y de la humanidad.

Angelo llegó muy pronto a la meta del sacerdocio, con dispensa por tener sólo veintidós años, el 22 de agosto de 1904 en la ciudad de Roma. De haber recibido la ordenación sacerdotal en Bérgamo, no hubieran dejado de acudir a la ceremonia sus padres y alguno de sus hermanos; ya que no pudieron ir a Roma porque era demasiado caro el boleto de ida y vuelta. Sacerdote ya, con su doctorado en teología, lo normal era que regresara a su diócesis de origen; pero decidió matricularse en Derecho Canónico, aunque los planes suyos eran unos, y los que vendrían serían otros.

Fallecido unos meses antes monseñor Guindani, Pío X designó como nuevo obispo de Bérgamo a Giacomo María Radini Tedeschi, hombre de sensibilidad social y pastoralmente muy comprometido, prelado muy identificado con las perspectivas del Papa León XIII. El nuevo obispo, eligió al joven sacerdote Roncalli como su secretario, quien se puso a las órdenes y servicio del obispo y durante diez años fue su sombra eficaz y colaborador cercano. Además de ser secretario, también colaboró como profesor de las materias de Patrología y Teología Fundamental en el Seminario de Bérgamo.

El nuevo Papa Benedicto XV, reconociendo la disponibilidad del sacerdote Roncalli, lo invitó a colaborar como coordinador de la promoción de las misiones en Italia. El nombramiento significó su regreso a Roma. Pasado el tiempo, un día fue llamado por el Secretario de Estado del papa Pío XI, para comunicarle que se le quería nombrar primer visitador apostólico en Bulgaria. Un país situado casi al final del mundo de entonces, donde los católicos eran una pequeña minoría (50,000), donde la mayoría eran ortodoxos. El mismo Papa, le notificó que sería nombrado obispo. Ante lo cual Roncalli escribió en su Diario del alma:

«La Iglesia me quiere obispo para mandarme a Bulgaria con la misión de ejercer, en calidad de visitador apostólico, un ministerio de paz. Es probable que me aguarden muchas tribulaciones. Con la ayuda del Señor, estoy preparado para hacer frente a todo. No busco, no apetezco la gloria de este mundo. La espero, grande, en el otro».

Angelo Roncalli recibió la consagración episcopal el 19 de marzo, festividad de San José. Eligió esta fecha porque quiso que san José, del que era devoto desde la infancia, fuera el patrono de su ministerio. Aspiraba a ser, como el padre de Jesús y esposo de María, silencioso y prudente. Su misión en Bulgaria fue tan difícil, como ya él mismo la temía. Pero el patronato de san José, y su ejemplo de prudencia y silencio, surtieron efecto. Angelo Roncalli supo convivir con los búlgaros, sin renunciar a sus convicciones y respetando sinceramente a los demás. Tres años después, el 24 de noviembre de 1934, le fue cambiado el destino ya que fue enviado a Turquía, desde donde tenía que cubrir la delegación de Grecia.

A uno de sus hermanos, Giovanni, escribiría más tarde, el 30 de marzo de 1935, trazando para él, y por su medio para los demás de la familia, una pincelada en torno a su nuevo ambiente de trabajo:

«Aquí tengo muchas más ocupaciones que en Bulgaria pero las obras de misericordia son catorce. Pues bien, todos los días tengo que practicar por lo menos una y, con frecuencia, más de una. Pero puesto que he sido llamado al sacerdocio para eso, comprenderás el motivo por el que me encuentro muy a gusto».

No hay que olvidar que su misión en Turquía (1935-1944) coincidió con el clima bélico de la II guerra mundial. En este período tanto en Grecia como en Turquía, Roncalli desarrolló una gran labor a favor, sobre todo, de las víctimas de la guerra. Fue este tiempo una experiencia de intenso servicio a los demás, de paciencia sin límites y de olvido de sí mismo; de una vivencia que se había de revelar sumamente útil, marcada por el respeto a las creencias diferentes como expresión del más convincente y eficaz ecumenismo.

De improviso, Pío XII, que tenía sólidas razones para apreciarlo, echo mano de él y lo designa Nuncio de la Santa Sede en Francia. El 1º de enero de 1945, presentó Roncalli sus cartas credenciales y más tarde, en presencia del presidente De Gaulle, pronuncio un discurso de felicitación para el año nuevo. La misión en Francia la realizó muy bien, el mismo Roncalli señala que se sentía propenso a adoptar soluciones rápidas, incluso cuando parecían obvias y objetivas, pero que incluso cuando el buen sentido las consideraba necesarias, jamás adoptaba soluciones apresuradas.

En Francia mostró su habilidad diplomática: De Gaulle exigió la destitución de una treintena entre obispos y arzobispos, acusados de haber colaborado con el régimen de Vichy (pro-Alemán). Hasta donde pudo Roncalli, demostró una gran capacidad de diálogo y una paciencia que hicieron de él un excepcional diplomático, no tanto de escuela como de autenticidad evangélica. A fuerza de dar largas, de razonar, de echarle humor y buen sentido, de sonreír sin falsedad, consiguió lo inimaginable. Al final logró que el gobierno de De Gaulle se contentase con dos renuncias en las que intervinieron razones de edad y salud. En Francia surgía por entonces la Nouvelle Théologie(Teología nueva) y el movimiento de los “sacerdotes obreros”. Dos acontecimientos que trascendieron a la Iglesia y que no pasaron desapercibidos para Roncalli.

La de Francia era una de las nunciaturas que llevaban al cardenalato. Y así fue, el papa Pío XII se lo concedió casi de manera simultánea con el nombramiento de arzobispo-patriarca de Venecia en noviembre de 1952. La labor patriarcal de Angelo Roncalli en Venecia fue realizada de 1953 a 1958, y el trabajo lo hizo tan bien y con tanta naturalidad como si nunca hubiera hecho otra cosa.

El 9 de octubre fallecía Pío XII. Cuando un Papa muere, los cardenales tienen como tarea fundamental y no compartida dotar a la Iglesia de un sucesor. También sobre el arzobispo de Venecia recaía tal responsabilidad. A punto de abandonar Venecia para tomar parte en el cónclave, Roncalli expresó que Juan Bautista Montini (futuro Pablo VI) si hubiera sido en ese momento cardenal, él no hubiera tenido dudas sobre quien votar. En el cónclave realizado en la capilla Sixtina, después de once votaciones, finalmente salió humo blanco y Angelo Roncalli fue el elegido, tomo el nombre de Juan XXIII. De 1958 a 1963, realizó un breve pero intenso pontificado, que tuvo el mérito de haber convocado y reunido a la Iglesia en el Concilio Vaticano II.

Del Papa Bueno manifestó el escritor francés François Mauriac, el 7 de junio de 1963, después de su fallecimiento: «Bendito sea el Papa Juan por haber bendecido al mundo entero, por haber dirigido a todos su palabra de padre amoroso, por haber amado a este mundo tal como lo han generado tantos males y tantos crímenes, pero también el genio y la santidad. Su recompensa consiste en haber sido escuchado y comprendido por toda la humanidad, por aquellos mismos que están separados de la vieja madre Iglesia y hasta por quienes han deseado la muerte de Dios. Y nosotros, sus hijos, hemos tomado conciencia, gracias a él, de que, a pesar de las estructuras viejas, sigue brotando el agua viva de los primeros días. Hemos percibido sobre nuestros rostros, improvisadamente su eterna frescura».

Publicación en Impreso

Número de Edición: 109
Autores: P. Alfredo Monreal Sotelo
Sección de Impreso: Hagamos Memoria

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