La función social del periodismo

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Hace doce años, cuando comencé a estudiar la carrera de Ciencias de la Comunicación, tenía muy claro que mi trabajo profesional estaría en los periódicos y en su escritura, en su edición y en su distribución. En ese entonces veía al periodismo como un espacio de construcción de lo político y de la democracia, me gustaba pensar a este oficio bajo el mote del cuarto poder, como el perro guardián de la sociedad frente a los poderes de Estado. Me emocionaba estudiar la historia del Excélsior de los años de Julio Scherer, del nacimiento de Proceso, unomásuno y La Jornada. Leí a profundidad la novela Los periodistas de Vicente Leñero y después le di el golpe a Ryszard Kapuscinski y sus libros Ébano, La guerra del futbol y El Imperio. Con mochila al hombro, una libreta y una grabadora salí en búsqueda de mis primeros trabajos. Y las experiencias fueron ambivalentes: ciertamente pude explorar territorios que me interesaban como fue la serie que publicamos Gabriela Bautista y yo en Radio Universidad sobre el movimiento de resistencia global, en los que retratamos varias protestas en Guadalajara, el Distrito Federal y Cancún o la vida guerrillera en comunidades chiapanecas en medio del conflicto zapatista; pero también tuve que enfrentarme con la frivolidad de la hechura de diversos suplementos en la prensa tapatía: bien me tocó hacer notas de espectáculos, como textos rosas para el día de la amistad o de las Pascuas o de la Navidad.

A mitad del tramo temporal que les relato, la experiencia había transformado mis primeras impresiones sobre el periodismo y sobre los medios de comunicación. El sentimiento, debo decirlo, en muchos momentos fue de frustración, pues observé que difícilmente se podía hacer carrera en un periódico, que la paga era mala, pero lo más importante: las expectativas de desarrollo personal eran muy distintas a las que yo había imaginado. Las posibilidades apuntaban más a convertirme en un editor de modas, que en un periodista que reporta la atribulada vida política nacional. (Debo apuntar que en nuestro país sí existen reporteros que hacen ese trabajo, pero son los menos).

De cualquier manera la experiencia también me dio pistas e intuiciones. La carrera de comunicación colocó en mi vida profesional nuevas perspectivas. Una de ellas fue el análisis de los medios de comunicación desde la academia y desde una dimensión ciudadana. La otra me llevó a ser parte de experiencias periodísticas que no había imaginado. Fue así que en abril de 2002, junto con Luis Ocaranza y Jorge Rocha, levantamos el semanario Siete Días en Sayula. Entonces entendí una nueva forma del periodismo: una de corte local, con dinámicas de producción semi-artesanales y con la posibilidad de observar con mayor nitidez (a diferencia de lo que se puede ver en una urbe como Guadalajara) los movimientos en la agenda política y el espacio público de la comunidad sayulense. Por diversas razones, el proyecto que iniciamos tuvo una vida corta, pero la experiencia que ahí se construyó fue invaluable para mis reflexiones sobre el oficio y el campo de trabajo en los medios. Meses más adelante, en 2003, el sacerdote Antonio Villalvazo nos invitó a colaborar en El Puente que se produce en Ciudad Guzmán. En términos territoriales, el salto de Sayula a Zapotlán fue de apenas una decena de kilómetros, sin embargo, el trabajo en El Puente volvió a resignificar el andamiaje que me he ido construyendo para entender el tema de los medios.

El Puente, tan artesanal en algunos momentos y rudimentario frente la prensa de producción industrial en otros, me llamó poderosamente la atención porque es un medio que genera comunidad. Este periódico pertenece a un vasto grupo de personas que vive en el sur de Jalisco y que además de la lectura de El Puente, comparte un territorio, una lengua y una cultura. Es un proyecto en el que se elaboran contenidos dirigidos especialmente a esta comunidad, algo que es muy distinto en los periódicos de las grandes ciudades y que obedecen a lógicas de producción descentralizada. (Por ejemplo, el periódico Público Milenio produce la sección de “Comunidad y Región” en Guadalajara, pero muchas otras son elaboradas en diversos estados de la República. Esto ha creado un diario con poca personalidad y que no responde cabalmente a la cultura e intereses de sus lectores). El segundo elemento que captó mi atención fue su capacidad de distribución: cada mes se reparten diez mil ejemplares que llegan a la mayor parte de los hogares del sur de Jalisco y con un costo que seguramente los grandes medios envidian. La tercera razón, y probablemente la más importante en plena crisis económica de la prensa en el mundo, es que ¡éste es un periódico que se edita sin publicidad! Aunque cualquier medio de comunicación responde a sus propios intereses, El Puente se puede jactar de una independencia que la mayor parte de los medios de comunicación no tienen.

Todo este recorrido, para llegar al punto central de este texto: la función social del periodismo. Luego de una junta editorial, los consejeros de El Puente me informaron que para la edición número 100, ésta que el lector tiene entre sus manos, mi encomienda era escribir sobre ése tema. En un primer momento decidí que redactaría un artículo que recogiera ideas de periodistas y académicos respecto de la relación que existe entre el periodismo y lo social. Pero el texto, aunque aún no lo había escrito, me pareció solemne y aburrido. Y dado que el periodista, entre otras cosas, es un fedatario social, no me quedó más que hablar de mi propia experiencia y de la transformación de mis propias definiciones del concepto.

Hoy puedo decir que el periodismo es una actividad básica de estructuración de las comunidades humanas, porque a través de él una sociedad puede informarse respecto de asuntos relevantes (res pública), puede discutir y analizar; puede alertarse sobre peligros que la asechan (crisis políticas, económicas, hambrunas, desastres naturales); y también en muchos casos, puede servir como un contrapeso a los poderes del Estado: fiscaliza a lo político y propone alternativas, denuncia abusos e ilumina los territorios oscuros del ejercicio del poder. Pero tengo una definición más, que es la que en últimos tiempos me ha mantenido entretenido: los medios de comunicación observan a su sociedad, a su comunidad. Los medios son aquellos dispositivos que las sociedades nos hemos inventado para (auto) observarnos, para describirnos, para saber de nosotros mismos. En los medios se crea y gesta la cultura, se documenta nuestra cotidianeidad y se fijan en el tiempo y el espacio algunos de nuestros deseos y aspiraciones colectivas. Ahí está la función social del periodismo.

La apuesta de El Puente, vale decirlo, es innovadora, arriesgada y poco vista en una coyuntura en la que los observadores sociales se están reconstruyendo ante los cambios que vive el mundo económico. Hoy, en su edición número 100, El Puente festeja la consolidación de una comunidad que comparte su lectura, y sobre todo, la creación de un periódico que es único en el sistema de comunicación mexicano.

Publicación en Impreso

Número de Edición: 100
Sección de Impreso: Raíces
Autor: Juan Larrosa

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